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¿Refundar el capitalismo o refundar la democracia?





viñeta de www.lakodorniz.com
Ante la crisis que tiene de rodillas al mundo desarrollado, el presidente francés, Nicolás Sarkozy, ha convocado a los líderes de los principales países del planeta porque es necesario "refundar el capitalismo", pero ningún político ha dicho que todavía es más urgente y necesario "refundar la democracia".

Por cierto, el español Zapatero llora desconsolado porque no ha sido convocado a esa reunión de dirigentes, pese a que España es la octava economía mundial, lo que refleja claramente el escaso aprecio que se tiene al dirigente español en la alta diplomacia mundial.

El capitalismo está fuera de control, pero hay que admitir que los fallos del capitalismo se deben a fallos previos de las democracias más desarrolladas, cuyos gobernantes, responsables de controlar el sistema financiero, han sido incapaces de evitar el caos y la desolación de la banca y de los mercados.

Es cierto que los ciudadanos ya no se fían de los bancos y que el pánico domina a muchos ahorradores, que sacan sus ahorros del sistema bancario, contratan cajas de seguridad para llenarlas de billetes o compran compulsivamente lingotes de oro, pero no es menos cierto que la gente cree todavía menos en los políticos y que los dirigentes, por mucho que lo intenten, no son capaces de generar confianza porque el deterioro de la democracia es decenas de veces superior al deterioro de los bancos.

La mayor diferencia entre la crisis económica y la política es que los políticos quieren salvar a la banca, pero ni siquiera son conscientes de que las democracias que gobiernan están más podridas que el sistema financiero y que ellos mismos tienen menos crédito ante el pueblo que los brokers de Wall Street.

La democracia ha sido transformada, a traición, en una oligocracia de partidos. El bien común ha sido sustituído por el bien del partido y el ciudadano ha sido expulsado de la política, ejercida en forma de monopolio por los partidos políticos, que han dinamitado todos los cerrojos y controles que fueron ideados para que la democracia no cayera en manos de los oligarcas, como ha ocurrido.

Nada queda ya de la famosa separación de poderes porque los partidos han invadido y controlan al Ejecutivo, al Legislativo y al Judicial. La sociedad civil, concebida como sector independiente y poderosos que tenía que actuar como contrapeso del Estado, ha sido tomada y asfixiada por el poder políticos. Los medios de comunicación, comprados o controlados por los partidos y los gobiernos, han dejado de ejercer su función fiscalizadora de los grandes poderes, vital para la democracia. La ley ha dejado de ser igual para todos porque los partidos y los gobiernos la aplican con rigor a los enemigos y con benevolencia a los amigos. La ética, caldo de cultivo necesario para que la democracia florezca, ha sido eliminada de la política, que se ha hecho arbitraria y corrupta. El ciudadano, por último, definido como dueño y soberano del sistema democrático, ha sido expulsado de la política y sólo es convocado cuando se abren las urnas, cada cuatro o cinco años.

Ni siquiera queda en pie la que quizás sea la ceremonia clave del sistema democrático: las elecciones libres. Los ciudadanos ya no pueden elegir libremente a sus representantes porque las listas electorales son elaboradas por los partidos y el ciudadano, manipulado y sometido a una propaganda obsesiva, basada en la mentira y el engaño, apenas conserva un resquicio de libertad ante las urnas.

Para colmo, cuando elige a sus representantes, estos no rinden cuenta a sus electores, sino a los partidos políticos, con lo cual la democracia queda convertida en un caldo putrefacto que contamina todo lo que toca y que ha terminado contagiando de ineficiencia y corrupción al mismo sistema financiero.

Pero el asesinato de la democracia, que es el gran pecado del poder en nuestro tiempo, no es reconocido por los políticos, ni por la mayoría de los ciudadanos, cada vez más sometidos y esclavizados por los grandes poderes.

Sin redefinir la democracia no será posible reconducir el capitalismo. Primero tienen que solucionarse los problemas del poder, que son los más graves y trascendentales, y sólo después será posible regenerar la economía. Mientras que la política siga padeciendo el pavoroso déficit ético que arrastra y la democracia siga siendo un cadaver putrefacto, las bolsas seguirán hundiéndose, por mucho dinero que se arroje sobre ellas, y la prosperidad irá desapareciendo, víctima de la desconfianza y del asco que los ciudadanos sienten ante el liderazgo corrompido que maneja el mundo.


   
Miércoles, 22 de Octubre 2008
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