esclavos
Tengo un amigo, veterano periodista cordobés, culto y con mucha experiencia internacional a sus espaldas, que ha escrito una novela en la que reivindica el retorno a la antigua esclavitud, convencido de que, en la España actual, ser un esclavo real, con un amo que te cuide, es una opción más atractiva que ser un esclavo no reconocido, sin amo, pero obligado a buscar protección, a humillarse y a mendigar trabajo entre los alcaldes, concejales y todo ese ejército de caciques mediocres que domina la sociedad desigual y corrupta, creada por la "democracia".
Mi amigo, que va a publicar pronto su obra en una conocida editorial cordobesa, no es un fascista, ni un retrógrado, aunque los progres le acusarán de serlo, sino un crítico mordaz y libre que no tiene reparo en llamar "esclavos camuflados" a los cientos de miles de españoles, muchos de ellos andaluces, que se ven ogligados a buscar protección en los partidos políticos o a humillarse ante los políticos y los ricos para conseguir cosas que la misma Constitución y la condición humana les garantizan: dignidad, trabajo, vivienda y comida para sus familias.
No se trata de una defensa de la esclavitud, sino de una comparación atrevida y descarnada con esa esclavitud camuflada que propician los actuales regímenes injustos.
Ayer, en un pueblo de la sierra de Cádiz, participé en un debate improvisado donde un librero ilustrado y libre, tras describir los sufrimientos y la triste vida de los parados y braceros sin empleo de la Andalucía rural, defendía esa misma tesis ante un pequeño grupo de contertulios que, sorprendentemente, le daba la razón.
Pero lo más sorprendente de todo fue que, tras oir los argumentos en liza, sobre todo uno que decía "si tienes un amo, el amo te cuida porque le eres útil, pero si no tienes amo, como hay cientos de miles de desgraciados esperando sustituirte, sólo eres un despreciable objeto de usar y tirar, y como tal te tratan los caciques y los déspotas que dirigen este mundo", cuando me preguntaron mi opinión, no supe construir un argumento sólido para rechazar esa terrible teoría.
Hoy podría decir que la libertad es insustituible, que también yo prefiero ser libre en Nueva York, aunque muera de hambre, que ser esclavo en la Rusia soviética, pero ni siquiera ahora estoy seguro de la solvencia de mis argumentos.
A tal nivel de degradación y de desesperación intelectual y humana nos ha llevado esta falsa democracia, degenerada y corrompida hasta niveles insospechados por la legión de mediocres que la dominan, los cuales sí extraen de ella ventajas, poder, sueldos altos, privilegios y una vida colmada de satisfacciones.
Mi amigo, que va a publicar pronto su obra en una conocida editorial cordobesa, no es un fascista, ni un retrógrado, aunque los progres le acusarán de serlo, sino un crítico mordaz y libre que no tiene reparo en llamar "esclavos camuflados" a los cientos de miles de españoles, muchos de ellos andaluces, que se ven ogligados a buscar protección en los partidos políticos o a humillarse ante los políticos y los ricos para conseguir cosas que la misma Constitución y la condición humana les garantizan: dignidad, trabajo, vivienda y comida para sus familias.
No se trata de una defensa de la esclavitud, sino de una comparación atrevida y descarnada con esa esclavitud camuflada que propician los actuales regímenes injustos.
Ayer, en un pueblo de la sierra de Cádiz, participé en un debate improvisado donde un librero ilustrado y libre, tras describir los sufrimientos y la triste vida de los parados y braceros sin empleo de la Andalucía rural, defendía esa misma tesis ante un pequeño grupo de contertulios que, sorprendentemente, le daba la razón.
Pero lo más sorprendente de todo fue que, tras oir los argumentos en liza, sobre todo uno que decía "si tienes un amo, el amo te cuida porque le eres útil, pero si no tienes amo, como hay cientos de miles de desgraciados esperando sustituirte, sólo eres un despreciable objeto de usar y tirar, y como tal te tratan los caciques y los déspotas que dirigen este mundo", cuando me preguntaron mi opinión, no supe construir un argumento sólido para rechazar esa terrible teoría.
Hoy podría decir que la libertad es insustituible, que también yo prefiero ser libre en Nueva York, aunque muera de hambre, que ser esclavo en la Rusia soviética, pero ni siquiera ahora estoy seguro de la solvencia de mis argumentos.
A tal nivel de degradación y de desesperación intelectual y humana nos ha llevado esta falsa democracia, degenerada y corrompida hasta niveles insospechados por la legión de mediocres que la dominan, los cuales sí extraen de ella ventajas, poder, sueldos altos, privilegios y una vida colmada de satisfacciones.