Aunque como ciudadano tengo mis alforjas cargadas de reproches y acusaciones contra Zapatero, al que considero el peor jefe de gobierno español desde que comenzara el siglo XIX, nada tengo que reprocharle como votante porque jamás le he votado ni le votaré, pero sí tengo reproches y quejas como "votante estafado" de José María Aznar, al que voté en las elecciones de 1996 y del año 2000. Apoyar hoy a Zapatero equivale a arrojar paladas de estiércol sobre la democracia española, pero apoyar lo que representó José María Aznar constituye una injusticia y un acto irresponsable sin justificación en democracia.
Como millones de españoles, preocupado por la peligrosa deriva de España bajo Felipe González, voté a Aznar, atraído por su promesa electoral de que regeneraría la democracia, y le volví a votar para que cumpliera su promesa en la segunda legislatura, pero no sólo la incumplió sino que degeneró y degradó el sistema político español con comportamientos y medidas como aquel nefasto Pacto por la Justicia, que politizó el sistema judicial y permite a los partidos políticos nombrar jueces y magistrados en España.
Algunos años antes, Alfonso Guerra había colocado la separación de poderes en el cadalso cuando dijo que Montesquieu había muerto, pero quien realmente disparó la guillotina y acabó con la independencia judicial fue José María Aznar, responsable también de agresiones contra el corazón de la democracia como su manipulación constante del debate público, su afición a demonizar al adversario, la escandalosa boda principesca de su hija, la participación en la guerra de Irak contra la voluntad popular y la autoritaria elección "a dedo" de Mariano Rajoy como su heredero, entre otras muchas.
Sin embargo, la mayor responsabilidad de Aznar como gobernante no fue ninguna de esas traiciones y comportamientos antidemocráticos citados. Su mayor "pecado" contra España ha sido no haber demostrado a los españoles que la democracia era posible y que la derecha en el poder era distinta y mejor que la izquierda. Ocurrió justo lo contrario: sus dos legislaturas demostraron a los españoles que, en el fondo, daba lo mismo votar a la derecha que a la izquierda porque ambos partido, PSOE y PP, estaban igualmente obsesionados por el poder, eran arrogantes, marginaban al ciudadano, convivían con la corrupción, se sentían a gusto con la partitocracia, rechazaban los controles ciudadanos y demostraban avidez de ventajas y privilegios para "la casta" de los políticos, convertidos ya en los "nuevos amos" de España.
Hoy, cada vez que veo a Aznar pontificar desde su elevado sitial de ex mandatario, siento pena por lo que pudo haber sido y nunca fue. Cada vez que critica y condena, quizás con razón, la actual deriva de España, percibo la inmensa debilidad e insolvencia del que tuvo la oportunidad de torcer el rumbo de la Historia y no la aprovechó. Cuando le veo hacer diagnósticos y vaticinios terribles sobre la triste España de Zapatero, le veo como un fracasado y recuerdo que él, al ostentar el máximo poder del Estado, desaprovechó el privilegio y la oportunidad de haber convertido a España en una democracia.
Su política como presidente del gobierno durante ocho años creó las bases necesarias para que Zapatero pueda ahora conducir a España, de manera impune, hacia el fracaso como pueblo y al desastre como nación.
La responsabilidad de Aznar al gobernar sin diferenciarse del PSOE en lo fundamental, con la misma obsesión por el poder, con idéntico apego al privilegio, distanciando a la "casta" de sus votantes, con similar desprecio a la verdadera democracia, con idéntica cercanía a la corrupción e idéntico desprecio al ciudadano, es enorme, hasta el punto de que el actual drama de Zapatero es impensable e imposible sin el Aznar de ayer.
La derecha española, la democracia y España perdieron una oportunidad de oro con Aznar en el poder. Tuvo la ocasión de hacer de España un país demócrata, de convertir la Constitución en un castillo inexpugnable, de devolver al ciudadano el protagonismo que le corresponde en el sistema, de introducir la ética en los partidos y en la sociedad, de eliminar las listas cerradas y bloqueadas que sostienen la partitocracia, de reformar la Ley Electoral que convierte a España en un coto de caza para los partidos políticos, de respetar la separación de los poderes básicos del Estado, de erradicar la corrupción, de reformar la enseñanza y recuperar el esfuerzo y la excelencia, creando así las bases para una prosperidad futura y para una potente regeneración de la sociedad, pero no hizo nada de eso y, acomplejado ante los mitos de la izquierda, gobernó como ellos, con sus mismos tics totalitarios, con sus mismos vicios y traiciones al sistema, con el mismo elitista y sucio apego al privilegio, gestionando el Estado como si fuera de su propiedad, anteponiendo los intereses de su partido al bien común y a la soberanía popular. Ni siquiera luchó contra ese aborto fácil que hoy, de manera hipócrita y oportunista, critican sus herederos, permitiendo que durante sus dos mandatos España fuera ya el más próspero matadero de fetos humanos de Europa.
Es cierto que Zapatero le ha sobrepasado en villanía y que le ha superado en todos los vicios y mezquindades del poder, pero no es menos cierto que Aznar abrió la ruta y que, sin el precedente de Aznar, los abusos y desastres de Zapatero y la cobarde y desesperada sumisión de los españoles ante el mal gobierno quizás no habrían sido posibles.
Como millones de españoles, preocupado por la peligrosa deriva de España bajo Felipe González, voté a Aznar, atraído por su promesa electoral de que regeneraría la democracia, y le volví a votar para que cumpliera su promesa en la segunda legislatura, pero no sólo la incumplió sino que degeneró y degradó el sistema político español con comportamientos y medidas como aquel nefasto Pacto por la Justicia, que politizó el sistema judicial y permite a los partidos políticos nombrar jueces y magistrados en España.
Algunos años antes, Alfonso Guerra había colocado la separación de poderes en el cadalso cuando dijo que Montesquieu había muerto, pero quien realmente disparó la guillotina y acabó con la independencia judicial fue José María Aznar, responsable también de agresiones contra el corazón de la democracia como su manipulación constante del debate público, su afición a demonizar al adversario, la escandalosa boda principesca de su hija, la participación en la guerra de Irak contra la voluntad popular y la autoritaria elección "a dedo" de Mariano Rajoy como su heredero, entre otras muchas.
Sin embargo, la mayor responsabilidad de Aznar como gobernante no fue ninguna de esas traiciones y comportamientos antidemocráticos citados. Su mayor "pecado" contra España ha sido no haber demostrado a los españoles que la democracia era posible y que la derecha en el poder era distinta y mejor que la izquierda. Ocurrió justo lo contrario: sus dos legislaturas demostraron a los españoles que, en el fondo, daba lo mismo votar a la derecha que a la izquierda porque ambos partido, PSOE y PP, estaban igualmente obsesionados por el poder, eran arrogantes, marginaban al ciudadano, convivían con la corrupción, se sentían a gusto con la partitocracia, rechazaban los controles ciudadanos y demostraban avidez de ventajas y privilegios para "la casta" de los políticos, convertidos ya en los "nuevos amos" de España.
Hoy, cada vez que veo a Aznar pontificar desde su elevado sitial de ex mandatario, siento pena por lo que pudo haber sido y nunca fue. Cada vez que critica y condena, quizás con razón, la actual deriva de España, percibo la inmensa debilidad e insolvencia del que tuvo la oportunidad de torcer el rumbo de la Historia y no la aprovechó. Cuando le veo hacer diagnósticos y vaticinios terribles sobre la triste España de Zapatero, le veo como un fracasado y recuerdo que él, al ostentar el máximo poder del Estado, desaprovechó el privilegio y la oportunidad de haber convertido a España en una democracia.
Su política como presidente del gobierno durante ocho años creó las bases necesarias para que Zapatero pueda ahora conducir a España, de manera impune, hacia el fracaso como pueblo y al desastre como nación.
La responsabilidad de Aznar al gobernar sin diferenciarse del PSOE en lo fundamental, con la misma obsesión por el poder, con idéntico apego al privilegio, distanciando a la "casta" de sus votantes, con similar desprecio a la verdadera democracia, con idéntica cercanía a la corrupción e idéntico desprecio al ciudadano, es enorme, hasta el punto de que el actual drama de Zapatero es impensable e imposible sin el Aznar de ayer.
La derecha española, la democracia y España perdieron una oportunidad de oro con Aznar en el poder. Tuvo la ocasión de hacer de España un país demócrata, de convertir la Constitución en un castillo inexpugnable, de devolver al ciudadano el protagonismo que le corresponde en el sistema, de introducir la ética en los partidos y en la sociedad, de eliminar las listas cerradas y bloqueadas que sostienen la partitocracia, de reformar la Ley Electoral que convierte a España en un coto de caza para los partidos políticos, de respetar la separación de los poderes básicos del Estado, de erradicar la corrupción, de reformar la enseñanza y recuperar el esfuerzo y la excelencia, creando así las bases para una prosperidad futura y para una potente regeneración de la sociedad, pero no hizo nada de eso y, acomplejado ante los mitos de la izquierda, gobernó como ellos, con sus mismos tics totalitarios, con sus mismos vicios y traiciones al sistema, con el mismo elitista y sucio apego al privilegio, gestionando el Estado como si fuera de su propiedad, anteponiendo los intereses de su partido al bien común y a la soberanía popular. Ni siquiera luchó contra ese aborto fácil que hoy, de manera hipócrita y oportunista, critican sus herederos, permitiendo que durante sus dos mandatos España fuera ya el más próspero matadero de fetos humanos de Europa.
Es cierto que Zapatero le ha sobrepasado en villanía y que le ha superado en todos los vicios y mezquindades del poder, pero no es menos cierto que Aznar abrió la ruta y que, sin el precedente de Aznar, los abusos y desastres de Zapatero y la cobarde y desesperada sumisión de los españoles ante el mal gobierno quizás no habrían sido posibles.