Mariano Rajoy estorba a todo el mundo, incluso a su propio partido, aunque los suyos lo defiendan en público. Él, a pesar de su frialdad inexpresiva, está angustiado con la situación y no entiende que no pueda seguir gobernando España a pesar de haber ganado las elecciones. Estaba convencido de que su éxito económico iba a bastarle para seguir en el poder, pero está comprobando que sus errores, mentiras, arrogancias y el inmenso peso de la corrupción lo han convertido en inservible.
Cada día son más los que le consideran incompatible con España y opinan que debe marcharse para dejar a su partido libre de su peor lastre y permitir que España sea gobernada por coaliciones que con él son imposibles, incluyendo la que se forja entre el PSOE y Ciudadanos, que dejaría el peligro de Podemos fuera del Consejo de Ministros.
Muchos, empezando por el propio Rajoy, consideran injusto que Sánchez, un mediocre ambicioso y sin mérito alguno en su historial, tenga mas opciones para presidir el gobierno que el ganador de las elecciones, sobre todo si ofrece un programa que copia y pega muchos de los errores y enfoques del fracasado y letal zapaterismo. Pero la política es así y esa opinión pública que repudia a Rajoy por sus errores y carencias, en democracia, es la reina.
La prensa destaca las palabras pronunciadas en una cena por un magnate del IBEX 35: "El mejor servicio que podría hacer a España el presidente es marcharse".
El dúo Rajoy-Arriola se ha equivocado en su estrategia y previsiones porque no ha sabido ver que los españoles están despertando, se están volviendo más exigentes y ya no están dispuestos a comulgar, como en el pasado, con ruedas de molino. Es cierto que hace poco más de una década, Rajoy habría sido perdonado por una ciudadanía estúpida que no exigía nada a sus políticos y que olvidaba las mentiras, los agravios y las suciedades, pero ahora es diferente y el pueblo quiere que los que se equivocan paguen con la derrota y la salida de la política. Ya ocurrió con Zapatero, pero ni Rajoy, ni su gurú Arriola, ni la corte de los pelotas y aduladores del PP supieron valorar la creciente fuerza del cabreo y la indignación ciudadana.
La última esperanza de Rajoy sigue siendo que el miedo a Podemos y a sus amenazas totalitarias le ayuden a ser presidente, pero la sociedad y la gran empresa, conscientes de que Rajoy está abrasado, prefieren un nuevo líder en la derecha y hasta un gobierno socialista, moderado por Ciudadanos, aunque tenga que presidirlo el mediocre, inestable y ambicioso Pedro Sánchez.
Aunque le pese, Rajoy se ha convertido, por culpa de sus errores, en el gran símbolo de la España que hay que erradicar. Su imagen, manchada por el incumplimiento de sus promesas electorales, el presunto cobro de sobres en dinero negro, su apoyo a Bárcenas, la falta de renovación en su partido, su negativa a adelgazar un Estado monstruoso e insostenible, su amor a los privilegios, su lejanía de la democracia, el despilfarro, el endeudamiento salvaje, la corrupción y la incapacidad de regenerar la vida política española, es un verdadero desastre, hasta el punto de que es incompatible con el liderazgo de esta España convulsa que, a pesar de su crecimiento económico envidiado, sigue siendo la gran preocupación de Europa y parte del mundo occidental.
Pero su mala imagen y sus muchos errores no son las únicas causas de que se haya convertido en un estorbo. Su mayor drama como político consiste en que él es la más eficaz fábrica de indignados, radicales y podemitas que existe en España. Incluso las opciones de ser presidente del mediocre y ambicioso Sánchez, duramente castigado en las urnas, se deben, en parte, a la indolencia, bajo perfil y a los muchos errores y frustraciones que ha provocado Rajoy al frente del gobierno.
Le ocurre como a Zapatero en su declive, que era una fábrica viviente de enemigos del PSOE. Rajoy, es, en opinión de no pocos expertos, el gran padrino del radicalismo español del presente: de los votantes de Podemos, de los independentistas y de los miles de indignados y cabreados que ni siquiera votan y que rumian desprecio y rechazo al sistema.
Ha tardado mucho en darse cuenta de que su política era una fábrica de radicales y descontentos que promocionaba a sus adversarios, sobre todo a Sánchez y a Pablo Iglesias. Sus remedios, sus correcciones de última hora, sus medidas contra la corrupción, han llegado demasiado tarde y ya sin credibilidad.
Retirar a Rajoy de la circulación política, aunque para muchos sea injusto, se está convirtiendo en algo inevitable, casi en una cuestión de salud pública.
Cada día son más los que le consideran incompatible con España y opinan que debe marcharse para dejar a su partido libre de su peor lastre y permitir que España sea gobernada por coaliciones que con él son imposibles, incluyendo la que se forja entre el PSOE y Ciudadanos, que dejaría el peligro de Podemos fuera del Consejo de Ministros.
Muchos, empezando por el propio Rajoy, consideran injusto que Sánchez, un mediocre ambicioso y sin mérito alguno en su historial, tenga mas opciones para presidir el gobierno que el ganador de las elecciones, sobre todo si ofrece un programa que copia y pega muchos de los errores y enfoques del fracasado y letal zapaterismo. Pero la política es así y esa opinión pública que repudia a Rajoy por sus errores y carencias, en democracia, es la reina.
La prensa destaca las palabras pronunciadas en una cena por un magnate del IBEX 35: "El mejor servicio que podría hacer a España el presidente es marcharse".
El dúo Rajoy-Arriola se ha equivocado en su estrategia y previsiones porque no ha sabido ver que los españoles están despertando, se están volviendo más exigentes y ya no están dispuestos a comulgar, como en el pasado, con ruedas de molino. Es cierto que hace poco más de una década, Rajoy habría sido perdonado por una ciudadanía estúpida que no exigía nada a sus políticos y que olvidaba las mentiras, los agravios y las suciedades, pero ahora es diferente y el pueblo quiere que los que se equivocan paguen con la derrota y la salida de la política. Ya ocurrió con Zapatero, pero ni Rajoy, ni su gurú Arriola, ni la corte de los pelotas y aduladores del PP supieron valorar la creciente fuerza del cabreo y la indignación ciudadana.
La última esperanza de Rajoy sigue siendo que el miedo a Podemos y a sus amenazas totalitarias le ayuden a ser presidente, pero la sociedad y la gran empresa, conscientes de que Rajoy está abrasado, prefieren un nuevo líder en la derecha y hasta un gobierno socialista, moderado por Ciudadanos, aunque tenga que presidirlo el mediocre, inestable y ambicioso Pedro Sánchez.
Aunque le pese, Rajoy se ha convertido, por culpa de sus errores, en el gran símbolo de la España que hay que erradicar. Su imagen, manchada por el incumplimiento de sus promesas electorales, el presunto cobro de sobres en dinero negro, su apoyo a Bárcenas, la falta de renovación en su partido, su negativa a adelgazar un Estado monstruoso e insostenible, su amor a los privilegios, su lejanía de la democracia, el despilfarro, el endeudamiento salvaje, la corrupción y la incapacidad de regenerar la vida política española, es un verdadero desastre, hasta el punto de que es incompatible con el liderazgo de esta España convulsa que, a pesar de su crecimiento económico envidiado, sigue siendo la gran preocupación de Europa y parte del mundo occidental.
Pero su mala imagen y sus muchos errores no son las únicas causas de que se haya convertido en un estorbo. Su mayor drama como político consiste en que él es la más eficaz fábrica de indignados, radicales y podemitas que existe en España. Incluso las opciones de ser presidente del mediocre y ambicioso Sánchez, duramente castigado en las urnas, se deben, en parte, a la indolencia, bajo perfil y a los muchos errores y frustraciones que ha provocado Rajoy al frente del gobierno.
Le ocurre como a Zapatero en su declive, que era una fábrica viviente de enemigos del PSOE. Rajoy, es, en opinión de no pocos expertos, el gran padrino del radicalismo español del presente: de los votantes de Podemos, de los independentistas y de los miles de indignados y cabreados que ni siquiera votan y que rumian desprecio y rechazo al sistema.
Ha tardado mucho en darse cuenta de que su política era una fábrica de radicales y descontentos que promocionaba a sus adversarios, sobre todo a Sánchez y a Pablo Iglesias. Sus remedios, sus correcciones de última hora, sus medidas contra la corrupción, han llegado demasiado tarde y ya sin credibilidad.
Retirar a Rajoy de la circulación política, aunque para muchos sea injusto, se está convirtiendo en algo inevitable, casi en una cuestión de salud pública.