La noticia de que España crece mas que ningún otro país avanzado del planeta ha llenado de euforia las filas del PP y de muchos ciudadanos, pero existen demasiadas dudas sobre la recetas aplicadas.
Muchos dicen que Rajoy nos ha salvado, pero otros pensamos que lo ha hecho a lo bruto y sin tocar los peores dramas de la economía española, entre los que destacan dos con rasgos de tragedia: un Estado monstruoso, dividido el autonomías terriblemente costosas e ingobernables, y una corrupción que sigue infectando el alma del país y que convierte a España en un país enfermo.
El crecimiento español se ha logrado a cambio de recortar derechos y servicios y de pedir a los mercados tanto dinero que el futuro de España es griego, con una deuda casi imposible de pagar. Haber salvado a un país de la quiebra pidiendo ingentes cantidades de dinero, sin tocar el corazón del problema, no es una salvación sino un aplazamiento de la tragedia.
Rajoy tenía que haber hecho cosas que no ha hecho porque su concepción de la política antepone los intereses propios y de su partido al bien común. No ha adelgazado el Estado, tan poblado de inútiles enchufados que no puede sostenerse y lastra dramáticamente la economía; no ha ahorrado desde el gobierno, manteniendo casi el mismo nivel de gasto, de contrataciones y de lujos y privilegios; no ha practicado las reformas éticas y democráticas que el pueblo reclamaba y que habrían significado un rearme de España, como el cese de la financiación pública de los partidos, medidas sólidas contra la corrupción que destruye la nación y reformas en la ley electoral y el código penal que iguale el valor del voto e impida a los delincuentes salir de la cárcel si no devuelven antes lo robado, que suma cantidades enormes, suficientes para garantizar por algunas décadas las pensiones.
La salvación de Rajoy tiene truco, se mire por donde se mire. Ha hecho mas competitiva a España, pero a base de empobrecer los salarios y precarizar el empleo. Ha evitado un rescate, pero a cambio de una deuda pública insoportable que, tarde o temprano, hundirá al país.
La España que Rajoy nos va a dejar cuando abandone el poder, posiblemente tras las próximas elecciones, porque el pueblo le tiene ganas y quiere echarlo, es una España desigual, con las clases medias debilitadas, atribulada por los impuestos, con mucha de su capacidad empresarial arruinada, con la clase política desprestigiada, con la democracia alejada del pueblo, con la sociedad civil asfixiada, con un Estado enfermo de obesidad, con mas aforados que el resto de Europa y con mas políticos viviendo del erario público que Alemania, Francia e Inglaterra juntos, con la democracia violada por el poder casi a diario, plagada de corrupción y de escándalos escalofriantes, sin orgullo, con los medios de comunicación sometidos al poder, resquebrajándose y con ansias de independencia en varias de sus regiones, desmoralizada y con la brecha que separa a ricos y pobres ensanchándose continuamente.
Esa España no es decente, ni produce orgullo a la gente decente. Esa España, como Gracia, está orientándose, desesperada, hacia soluciones irracionales y plagadas de pasión y odio. Esa es la España de la que Rajoy se siente orgulloso y yo me siento avergonzado.
Muchos dicen que Rajoy nos ha salvado, pero otros pensamos que lo ha hecho a lo bruto y sin tocar los peores dramas de la economía española, entre los que destacan dos con rasgos de tragedia: un Estado monstruoso, dividido el autonomías terriblemente costosas e ingobernables, y una corrupción que sigue infectando el alma del país y que convierte a España en un país enfermo.
El crecimiento español se ha logrado a cambio de recortar derechos y servicios y de pedir a los mercados tanto dinero que el futuro de España es griego, con una deuda casi imposible de pagar. Haber salvado a un país de la quiebra pidiendo ingentes cantidades de dinero, sin tocar el corazón del problema, no es una salvación sino un aplazamiento de la tragedia.
Rajoy tenía que haber hecho cosas que no ha hecho porque su concepción de la política antepone los intereses propios y de su partido al bien común. No ha adelgazado el Estado, tan poblado de inútiles enchufados que no puede sostenerse y lastra dramáticamente la economía; no ha ahorrado desde el gobierno, manteniendo casi el mismo nivel de gasto, de contrataciones y de lujos y privilegios; no ha practicado las reformas éticas y democráticas que el pueblo reclamaba y que habrían significado un rearme de España, como el cese de la financiación pública de los partidos, medidas sólidas contra la corrupción que destruye la nación y reformas en la ley electoral y el código penal que iguale el valor del voto e impida a los delincuentes salir de la cárcel si no devuelven antes lo robado, que suma cantidades enormes, suficientes para garantizar por algunas décadas las pensiones.
La salvación de Rajoy tiene truco, se mire por donde se mire. Ha hecho mas competitiva a España, pero a base de empobrecer los salarios y precarizar el empleo. Ha evitado un rescate, pero a cambio de una deuda pública insoportable que, tarde o temprano, hundirá al país.
La España que Rajoy nos va a dejar cuando abandone el poder, posiblemente tras las próximas elecciones, porque el pueblo le tiene ganas y quiere echarlo, es una España desigual, con las clases medias debilitadas, atribulada por los impuestos, con mucha de su capacidad empresarial arruinada, con la clase política desprestigiada, con la democracia alejada del pueblo, con la sociedad civil asfixiada, con un Estado enfermo de obesidad, con mas aforados que el resto de Europa y con mas políticos viviendo del erario público que Alemania, Francia e Inglaterra juntos, con la democracia violada por el poder casi a diario, plagada de corrupción y de escándalos escalofriantes, sin orgullo, con los medios de comunicación sometidos al poder, resquebrajándose y con ansias de independencia en varias de sus regiones, desmoralizada y con la brecha que separa a ricos y pobres ensanchándose continuamente.
Esa España no es decente, ni produce orgullo a la gente decente. Esa España, como Gracia, está orientándose, desesperada, hacia soluciones irracionales y plagadas de pasión y odio. Esa es la España de la que Rajoy se siente orgulloso y yo me siento avergonzado.