La tiranía es una forma de gobierno, que hoy adopta de ordinario formas de comunicación más sibilinas que brutales, sea o no aceptada por quienes la padecen. La prevaricación es un abuso de poder y un abuso del lenguaje que acompaña a las tiranías, sean –digámoslo así por simplificar- fuertes y claras como las antiguas o débiles y borrosas como las contemporáneas. Y sucede que por contigüidad y en algunos casos por pura continuidad con la política, los medios de comunicación asumen formas más o menos tiránicas y prevaricadoras respecto de sus lectores, oyentes y espectadores.
No es momento de considerar el papel de los medios en la prevaricación política, ni el contagio que los medios pueden padecer a la hora de relacionarse con sus lectores, oyentes o espectadores en su modo de tomarlos en consideración. Pero no está de más, en este momento, pensar un poco en la variedad de formas de prevaricación que ofrece nuestro horizonte político global, europeo o nacional.
Es relativamente fácil observar hoy variados efectos –precisamente en nombre de la democracia- causados por actitudes y acciones políticas prevaricadoras: guerras o invasiones de países, formulación de independencias regionales, imposición a toda una sociedad de leyes que responden a ideologías muy minoritarias, acoso a medios de comunicación no controlados, etc. Son otras tantas formas de prevaricación política, a las que –sin quererlo- puede que nos estemos acostumbrando.
Quizá por eso puede venir bien recordar el funcionamiento retórico de la prevaricación, a propósito de un reciente y breve estudio publicado por Umberto Eco (“Superior stabat. Retorica del lupo e dell’agnello”, en Ivano Dionigi (ed.) Nel segno della parola, Ed. Bur Saggi, Milán 2005, pp. 35-54.)
“Captatio malevolentiae”
Eco considera tres formas principales de “retórica de la prevaricación”, es decir, de retórica del abuso de poder y de abuso del lenguaje. Una operación que comienza con lo que Eco califica como “captatio malevolentiae”, corrupción de la tradicional “captatio benevolentiae” retórica del auditorio. Eco hace ver que el prevaricador busca de entrada provocar la malevolencia por parte de su víctima, aunque luego busque la misma aquiescencia de la víctima, ya que ésta, además de padecer el abuso, ha de aceptar la lógica necesidad de padecerlo.
La “retórica de la prevaricación” de ordinario presenta tres rasgos que ponen de manifiesto esta pretensión del prevaricador por justificar su abuso: 1) la prevaricación sucede en la medida en que se abusa en contra el interés de una víctima; 2) el prevaricador pretende legitimar el propio abuso ante el público, si lo hay, o ante su propia conciencia; y 3) incluso –como sucede en los regímenes dictatoriales- quiere conseguir el mismo consenso de la víctima de la prevaricación.
Fábula del lobo y el cordero
Cualquiera puede hacer –en este sentido- un análisis de la fábula de Fedro, la que nos presenta el lobo y el cordero en el arroyo, en una traducción simple:
Superior stabat
Fedro, Fábulas 1, 1 (20 aC – 50dC)
El lobo y el cordero, sedientos,
Llegaron al mismo arroyo. El lobo estaba aguas arriba
Más abajo el cordero.
El lobo, movido por su voracidad desenfrenada,
Buscó un pretexto para discutir.
“¿Por qué enturbias el agua que bebo?”
El cordero, atemorizado, dijo:
“Perdona, lobo, pero ¿cómo puedo hacerte eso,
si el agua que yo bebo me llega desde tu sitio?
Entonces, desmentido por la evidencia, atacó:
“Hace seis meses hablaste mal de mí”
Y el cordero contestó: “pero si entonces aún no había nacido”
Además, “Tu padre, por Hércules, habló mal de mí”.
Y diciendo esto lo agarró y, contra todo derecho, lo descuartizó.
Esta fábula está dedicada a quienes
Inventan pretextos para oprimir a los inocentes.
El lobo, para devorar al cordero, busca un casus belli, busca convencer al cordero, a los que están alrededor, e incluso a sí mismo, de que se come al cordero porque éste ha cometido un agravio.
Los tres argumentos que plantea la retórica de la prevaricación son recogidos por Umberto Eco, e ilustrados con ejemplos históricos, clásicos y recientes. Aquí basta enumerar estos tres argumentos, suponiendo que algún ejemplo más o menos reciente pueda encontrar el lector en el panorama en que vive o en el que le ofrecen los medios de comunicación de nuestros días.
Tres tipos de argumentos legitimadores
El prevaricador dice de ordinario, en primer lugar y al modo populista de Mussolini o Hitler, que 1) “debemos reaccionar” ante un complot organizado contra “nosotros” (el pueblo, la cultura, la democracia).
Si las cosas se complican, dice, al modo de Pericles (según nos cuenta Tucídides en La guerra del Peloponeso), que 2) "tenemos derecho" a prevaricar porque “somos los mejores”, tenemos la mejor forma de gobierno que existe. (El discurso de Pericles ha sido considerado a lo largo de los siglos como "el elogio de la democracia").
Cuando no bastan las palabras, el argumento de fuerza es que 3) la prevaricación es necesaria e inevitable: “me conviene más someteros que dejaros vivos” (dijeron los atenienses a los isleños de Melo, en su guerra contra los espartanos) porque "así seremos temidos de todos".
El prevaricador busca legitimar su acción, ante los demás, ante sí mismo e incluso ante la víctima. Como de ordinario no lo logra, contrapone a la fuerza de la argumentación retórica, lo único que le queda: el no-argumento de la fuerza. Y con ella se acaba la retórica de la prevaricación. Queda la tiranía desnuda.
scriptor.org/
No es momento de considerar el papel de los medios en la prevaricación política, ni el contagio que los medios pueden padecer a la hora de relacionarse con sus lectores, oyentes o espectadores en su modo de tomarlos en consideración. Pero no está de más, en este momento, pensar un poco en la variedad de formas de prevaricación que ofrece nuestro horizonte político global, europeo o nacional.
Es relativamente fácil observar hoy variados efectos –precisamente en nombre de la democracia- causados por actitudes y acciones políticas prevaricadoras: guerras o invasiones de países, formulación de independencias regionales, imposición a toda una sociedad de leyes que responden a ideologías muy minoritarias, acoso a medios de comunicación no controlados, etc. Son otras tantas formas de prevaricación política, a las que –sin quererlo- puede que nos estemos acostumbrando.
Quizá por eso puede venir bien recordar el funcionamiento retórico de la prevaricación, a propósito de un reciente y breve estudio publicado por Umberto Eco (“Superior stabat. Retorica del lupo e dell’agnello”, en Ivano Dionigi (ed.) Nel segno della parola, Ed. Bur Saggi, Milán 2005, pp. 35-54.)
“Captatio malevolentiae”
Eco considera tres formas principales de “retórica de la prevaricación”, es decir, de retórica del abuso de poder y de abuso del lenguaje. Una operación que comienza con lo que Eco califica como “captatio malevolentiae”, corrupción de la tradicional “captatio benevolentiae” retórica del auditorio. Eco hace ver que el prevaricador busca de entrada provocar la malevolencia por parte de su víctima, aunque luego busque la misma aquiescencia de la víctima, ya que ésta, además de padecer el abuso, ha de aceptar la lógica necesidad de padecerlo.
La “retórica de la prevaricación” de ordinario presenta tres rasgos que ponen de manifiesto esta pretensión del prevaricador por justificar su abuso: 1) la prevaricación sucede en la medida en que se abusa en contra el interés de una víctima; 2) el prevaricador pretende legitimar el propio abuso ante el público, si lo hay, o ante su propia conciencia; y 3) incluso –como sucede en los regímenes dictatoriales- quiere conseguir el mismo consenso de la víctima de la prevaricación.
Fábula del lobo y el cordero
Cualquiera puede hacer –en este sentido- un análisis de la fábula de Fedro, la que nos presenta el lobo y el cordero en el arroyo, en una traducción simple:
Superior stabat
Fedro, Fábulas 1, 1 (20 aC – 50dC)
El lobo y el cordero, sedientos,
Llegaron al mismo arroyo. El lobo estaba aguas arriba
Más abajo el cordero.
El lobo, movido por su voracidad desenfrenada,
Buscó un pretexto para discutir.
“¿Por qué enturbias el agua que bebo?”
El cordero, atemorizado, dijo:
“Perdona, lobo, pero ¿cómo puedo hacerte eso,
si el agua que yo bebo me llega desde tu sitio?
Entonces, desmentido por la evidencia, atacó:
“Hace seis meses hablaste mal de mí”
Y el cordero contestó: “pero si entonces aún no había nacido”
Además, “Tu padre, por Hércules, habló mal de mí”.
Y diciendo esto lo agarró y, contra todo derecho, lo descuartizó.
Esta fábula está dedicada a quienes
Inventan pretextos para oprimir a los inocentes.
El lobo, para devorar al cordero, busca un casus belli, busca convencer al cordero, a los que están alrededor, e incluso a sí mismo, de que se come al cordero porque éste ha cometido un agravio.
Los tres argumentos que plantea la retórica de la prevaricación son recogidos por Umberto Eco, e ilustrados con ejemplos históricos, clásicos y recientes. Aquí basta enumerar estos tres argumentos, suponiendo que algún ejemplo más o menos reciente pueda encontrar el lector en el panorama en que vive o en el que le ofrecen los medios de comunicación de nuestros días.
Tres tipos de argumentos legitimadores
El prevaricador dice de ordinario, en primer lugar y al modo populista de Mussolini o Hitler, que 1) “debemos reaccionar” ante un complot organizado contra “nosotros” (el pueblo, la cultura, la democracia).
Si las cosas se complican, dice, al modo de Pericles (según nos cuenta Tucídides en La guerra del Peloponeso), que 2) "tenemos derecho" a prevaricar porque “somos los mejores”, tenemos la mejor forma de gobierno que existe. (El discurso de Pericles ha sido considerado a lo largo de los siglos como "el elogio de la democracia").
Cuando no bastan las palabras, el argumento de fuerza es que 3) la prevaricación es necesaria e inevitable: “me conviene más someteros que dejaros vivos” (dijeron los atenienses a los isleños de Melo, en su guerra contra los espartanos) porque "así seremos temidos de todos".
El prevaricador busca legitimar su acción, ante los demás, ante sí mismo e incluso ante la víctima. Como de ordinario no lo logra, contrapone a la fuerza de la argumentación retórica, lo único que le queda: el no-argumento de la fuerza. Y con ella se acaba la retórica de la prevaricación. Queda la tiranía desnuda.
scriptor.org/