Colaboraciones

REPROBACIÓN HUMILLANTE DEL REY





Es de todo punto inadmisible el repudio a la elegante gestión del Rey en favor de la democracia la noche terrible del tejerazo con sus pistolas humeantes.

Si el pueblo español saliese de su relativismo y dejadez, mandaría a la caverna los excesos virulentos e irritantes de los nacionalis­tas de escaso electorado, que, con la permisividad insulsa y ovejuna de los principales partidos, ofenden y tergiversan la historia de España; el verismo de aquellos hechos contemporáneos pervive en las crónicas que tienen un cotejo efectivo y patente, igual que se tiene memoria de que muchos de los vocingleros corrían camino de los Pirineos aquel nefasto atardecer. La introducción de la falacia en el discurso político es un ardid ya entendido y asumido por el desprecio de la ciudadanía.

Con extrañas connivencias, los nacio­nalismos, henchidos de prepotencia y altanería, han impuesto al Congreso de los Diputados una ladina mención institu­cional en la que, con nítida propensión políti­ca de erosionar el Trono, se ha negado el reconocimiento del mérito esencial y decisivo del Rey en el colapso del golpe de Estado. La transigencia y debilidad de los mayores partidos ante la redacción forzada por los nacionalistas es un acto político de gravísima relevancia.

Las avenencias libres de respetuoso resguardo a la Corona se han venido diluyendo, así como la legitimidad que sustentó la transición democrática. La Monarquía se halla legitimada por su condición histórica, su fuste democrático mediante el referén­dum constitucional y por la legitimi­dad de actuación. Es un patrimo­nio y sostén estable, un vínculo indispensable de las soberanas liberta­des vivas en España. El Rey instó y promovió la transición ejemplar y el consenso del cambio; salvó la democracia que zozobraba en España aquella madrugada de insomnio, en que el Jefe Supre­mo de las Fuerzas Armadas ordenó a los milita­res golpistas que soltaran la guerrera, devolvieran la tropa a los cuarteles y se sometiesen a las instituciones democráticas. Es el «símbolo» de la «unidad y permanencia» del Estado, según la propia Constitución.

Por motivos distintos, y sin causas objetivas, se encaman en el lecho antimonárquico tribus heterogéneas con propósitos políticos muy diferentes e interesados. La Monarquía no tiene color, ni de izquierdas ni de dere­chas; hay quien la supone un componente ornamental del régimen, por el lado de esa izquierda siempre celosa y obsesiva y quien se despoja de la fidelidad consagrada y persistente, por el otro de la derecha acomplejada y exigente. Es la única institución integradora en esta escabrosa coexistencia. En el intento político, alienta el platónico debate sobre la forma de Estado; piensan que la Presidencia de República va a ser más barata y representativa al ser electa. Sólo el gasto electoral cada cuatrienio y el boato con sus allegados y corrupciones, piénsese en Mitteran, sobrepasa, con creces, el computo de la Casa Real; y un Presidente siempre será representativo sólo para una parte de la nación.

La monárquica ha sido y es el fundamento de la España en libertad, cohesionada en su diversidad, con el impulso concurrente y actuante de un Rey de todos los espa­ñoles y aceptado y querido por la mayor parte las españas.



Camilo Valverde Mudarra


Franky  
Lunes, 6 de Marzo 2006
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