“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.
José Ortega y Gasset
Hoy, Viernes Santo, 14 de abril de 2006, a cuantos sienten mil y una emociones positivas ante la efeméride en la que se conmemora el 75 aniversario de la proclamación de la II República española, me gustaría preguntarles si se refieren única y exclusivamente a sus éxitos, logros o luces (que los/as tuvo -y muchos/as-, sin hesitación) o incluyen, asimismo, sus fracasos, naufragios o sombras (porque no faltaron).
Uno, grosso modo, tiende a distinguir entre la propuesta de una República liberal, alentada y auspiciada por un grupo de intelectuales próximos al ideario de los escritores que conformaban la Generación del 14, aglutinados en torno a la figura arrebatadora y al genio arrollador de José Ortega y Gasset, de la marxista, que derivó y devino en el Frente Popular, inspirada y animada por el PSOE.
El menda lerenda, “Otramotro”, suele convencer al republicano que también acarrea o lleva dentro (pues nada de lo humano le es ajeno) con el argumento irrefutable de que es importantísimo, sí, conocer la historia, pero toda la Historia, sobre todo, la más reciente, para no volver a cometer errores pretéritos.
Con los tres parrrafillos que preceden quiero decir, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector, que me parece estupendo que la gente celebre cuanto desee, siempre que sepa qué celebra (porque “sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe” Unamuno dixit). Salvando las distancias, me parece irrebatible y aun tengo por inobjetable que, si ahora nos disponemos y dedicamos, por ejemplo, a cotejar los valores que nos deparó la II República con los que nos ha procurado a los españoles la Monarquía parlamentaria encabezada por Don Juan Carlos I, en los términos absolutos de convivencia, estabilidad, igualdad, integración, justicia, libertad, respeto y tolerancia, sale victoriosa, mejor parada o ganando la última y presente forma de Gobierno, sin ningún lugar a dudas. Acaso baste o sobre con traer a colación unas cuantas palabras de Indalecio Prieto, quien, tras hacer examen de conciencia en el exilio, reconoció: “Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el partido socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria”.
Ángel Sáez García
José Ortega y Gasset
Hoy, Viernes Santo, 14 de abril de 2006, a cuantos sienten mil y una emociones positivas ante la efeméride en la que se conmemora el 75 aniversario de la proclamación de la II República española, me gustaría preguntarles si se refieren única y exclusivamente a sus éxitos, logros o luces (que los/as tuvo -y muchos/as-, sin hesitación) o incluyen, asimismo, sus fracasos, naufragios o sombras (porque no faltaron).
Uno, grosso modo, tiende a distinguir entre la propuesta de una República liberal, alentada y auspiciada por un grupo de intelectuales próximos al ideario de los escritores que conformaban la Generación del 14, aglutinados en torno a la figura arrebatadora y al genio arrollador de José Ortega y Gasset, de la marxista, que derivó y devino en el Frente Popular, inspirada y animada por el PSOE.
El menda lerenda, “Otramotro”, suele convencer al republicano que también acarrea o lleva dentro (pues nada de lo humano le es ajeno) con el argumento irrefutable de que es importantísimo, sí, conocer la historia, pero toda la Historia, sobre todo, la más reciente, para no volver a cometer errores pretéritos.
Con los tres parrrafillos que preceden quiero decir, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector, que me parece estupendo que la gente celebre cuanto desee, siempre que sepa qué celebra (porque “sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe” Unamuno dixit). Salvando las distancias, me parece irrebatible y aun tengo por inobjetable que, si ahora nos disponemos y dedicamos, por ejemplo, a cotejar los valores que nos deparó la II República con los que nos ha procurado a los españoles la Monarquía parlamentaria encabezada por Don Juan Carlos I, en los términos absolutos de convivencia, estabilidad, igualdad, integración, justicia, libertad, respeto y tolerancia, sale victoriosa, mejor parada o ganando la última y presente forma de Gobierno, sin ningún lugar a dudas. Acaso baste o sobre con traer a colación unas cuantas palabras de Indalecio Prieto, quien, tras hacer examen de conciencia en el exilio, reconoció: “Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el partido socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria”.
Ángel Sáez García