Está tan postrada la democracia, que los españoles ya no pueden sentirse orgullosos. Hace apenas tres décadas, tras la muerte del dictador Franco, la situación era diametralmente opuesta: la democracia era saludada por los ciudadanos en masa con un entusiasmo que conmovió al mundo.
La democracia española, víctima de un tridente letal, mal diseño, malos políticos y mal gobierno, ha envejecido deprisa y mal, hasta el punto de que hoy, arrugada, escuálida y sucia, ya no es apreciada ni valorada por los españoles.
Ocurre algo similar con los políticos. Hace apenas dos décadas eran los héroes de la sociedad, la vanguardia y el modelo en el que todos se miraban. Las madres de entonces soñaban con que sus hijos se parecieran a Adolfo Suárez o a Felipe González, pero hoy muchos españoles no se atreverían a llevar a su casa a un político y menos a presentarlo a su familia. Han destrozado su imagen en un tiempo record y de ser héroes de la libertad y ejemplos a imitar han pasado a ser considerados corruptos, ineptos y personas poco dignas de confianza.
La democracia española está en crisis. En las universidades y centros de estudios se dice desde hace años que el régimen político de España no es una democracia sino una partitocracia hipertrofiada o una oligocracia de partidos, pero lo grave es que ahora eso mismo empieza a decirlo el pueblo, aunque con otras palabras.
A los españoles se les ha caído el velo y ya no sienten orgullo de su sistema, ni de sus dirigentes y consideran la política poco menos que como una carrera propia de desalmados y de gente sin escrúpulos. Hay pocos españoles que no afirmen que el urbanismo está corrompido hasta el tuétano o que sea capaz de negar que miles de políticos se han hecho ricos con la especulación, la corrupción y el abuso del poder. En muchas familias españolas que se consideran honradas y celosas de los viejos valores y principios, está prohibido hablar de política y, en cualquier caso, se considera de mal gusto.
Los partidos políticos son contemplados como monstruos temibles, que inspiran miedo por su poder, a los que nadie tiene la osadía de enfrentarse. Los partidos tienen la imagen de aparatos de poder, manipuladores, implacables con sus enemigos y cómplices de sus amigos, minado de gente disciplinada pero con poca moral, dispuesta a todo, incluso a la traición y a renunciar a principios y valores, con tal de subir y medrar.
El espectáculo de los partidos políticos enfrentados es deleznable. El Parlamento, a veces, parece una taberna donde todos se insultan, mientras que algunos energúmenos descerebrados con sillón en las Cortes se atreven a decir en público barbaridades tan tremendas como que “en política vale todo” o que “el fin justifica los medios”.
FR
(sigue)
La democracia española, víctima de un tridente letal, mal diseño, malos políticos y mal gobierno, ha envejecido deprisa y mal, hasta el punto de que hoy, arrugada, escuálida y sucia, ya no es apreciada ni valorada por los españoles.
Ocurre algo similar con los políticos. Hace apenas dos décadas eran los héroes de la sociedad, la vanguardia y el modelo en el que todos se miraban. Las madres de entonces soñaban con que sus hijos se parecieran a Adolfo Suárez o a Felipe González, pero hoy muchos españoles no se atreverían a llevar a su casa a un político y menos a presentarlo a su familia. Han destrozado su imagen en un tiempo record y de ser héroes de la libertad y ejemplos a imitar han pasado a ser considerados corruptos, ineptos y personas poco dignas de confianza.
La democracia española está en crisis. En las universidades y centros de estudios se dice desde hace años que el régimen político de España no es una democracia sino una partitocracia hipertrofiada o una oligocracia de partidos, pero lo grave es que ahora eso mismo empieza a decirlo el pueblo, aunque con otras palabras.
A los españoles se les ha caído el velo y ya no sienten orgullo de su sistema, ni de sus dirigentes y consideran la política poco menos que como una carrera propia de desalmados y de gente sin escrúpulos. Hay pocos españoles que no afirmen que el urbanismo está corrompido hasta el tuétano o que sea capaz de negar que miles de políticos se han hecho ricos con la especulación, la corrupción y el abuso del poder. En muchas familias españolas que se consideran honradas y celosas de los viejos valores y principios, está prohibido hablar de política y, en cualquier caso, se considera de mal gusto.
Los partidos políticos son contemplados como monstruos temibles, que inspiran miedo por su poder, a los que nadie tiene la osadía de enfrentarse. Los partidos tienen la imagen de aparatos de poder, manipuladores, implacables con sus enemigos y cómplices de sus amigos, minado de gente disciplinada pero con poca moral, dispuesta a todo, incluso a la traición y a renunciar a principios y valores, con tal de subir y medrar.
El espectáculo de los partidos políticos enfrentados es deleznable. El Parlamento, a veces, parece una taberna donde todos se insultan, mientras que algunos energúmenos descerebrados con sillón en las Cortes se atreven a decir en público barbaridades tan tremendas como que “en política vale todo” o que “el fin justifica los medios”.
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