Afirma Santiago Carrillo en sus recien publicadas memorias que la derecha española no ha roto con su pasado fascista, lo que equivale a acusarla de que no cree en la democracia.
Por otra parte, numerosos escritores y polítologos acusan a la izquierda, sobre todo a los comunistas y a los partidos socialistas europeos, de no haber roto nunca con sus raíces leninistas, de no creer en la democracia y de seguir soñando en el Estado autoritario y furiosamente intervencionista.
Es probable que tengan razón las dos partes, tanto Santiago Carrillo cuando acusa a la derecha de no haber roto plenamente con el autoritarismo y el totalitarismo fascista, tesis que es apoyada también por numerosos expertos en todo el mundo, como los muchos que ven a la actual izquierda como una hija del totalitarismo comunista que se ha adaptado a la democracia, pero sin creer en ella y sin convicción alguna.
Basta observar la vida interna del PSOE y del PP para descubrir que ambas partes pueden tener razón. El funcionamiento interno de los dos partidos es similar y sus tics son casi idénticos: estructura vertical, sometimiento al jefe, dominio de las elites, ausencia de auténtico debate, censura y, sobre todo, autocensura, horror a los procesos democráticos internos, como las primarias, defensa de las antidemocráticas listas cerradas y bloqueadas, más obsesión por el poder y los privilegios que por el servicio, desprecio al ciudadano, al que marginan de la política a pesar de que en democracia es soberano y protagonista, porque ellos quieren controlarla y ejercerla como monopolio, etc.
¿Cómo pueden gestionar un gobierno democrático, cuando son elegidos, unos líderes que se han formado y forjado en los ambientes autoritarios y nada democráticos que imperan en sus respectivos partidos políticos?
La respuesta es "no pueden", como es fácil apreciar en el comportamiento de nuestros dirigentes, capaces como hizo Aznar de llevarnos a la guerra de Irak contra la opinión de la mayoría de los ciudadanos, o como hace Zapatero, que nos lleva hacia el desmembramiento de la nación, vía estatutos anticonstitucionales, o que nos impone una negociación con ETA cargada de renuncias y de indignidad, siempre en contra de la opinión mayoritaria de los españoles.
Santiago Carrillo tiene razón cuando dice que la derecha no ha roto plenamente sus amarras con el totalitarismo fascista, pero también la tienen los miles de filósofos y pensadores que afirman que la izquierda nunca rompió sus vínculos con el totalitarismo marxista-leninista.
Quien no lo crea que estudie sus obras y comportamientos, que analice si la elección de Rajoy no la hizo "Aznar a dedo" o si la elección de Miguel Sabastián no ha sido un "dedazo" de Zapatero, poniendo su bota autoritaria sobre el cuello de la Federación Socialista Madrileña, o si existen procesos internos democráticos, como las primarias, en uno y otro partido o si alguno de ellos se ha manifestado en contra de algo tan opuesto a la democracia como son las listas cerradas y bloqueadas, que, de hecho, arrebatan al ciudadano su derecho a elegir, sagrado en democracia y consagrado por la Constitución, porque son las elites de los partidos los que realmente eligen al confeccionar esas listas, que el ciudadano no puede modificar sino aceptar o rechazar en bloque.
Como decían los filósofos primitivos griegos, no puede extraerse el agua del fuego, ni el pelo del no-pelo, como tampoco puede extraerse democracia de donde impera el autoritarismo, el verticalismo y otras lindezas antidemocráticas.
Por otra parte, numerosos escritores y polítologos acusan a la izquierda, sobre todo a los comunistas y a los partidos socialistas europeos, de no haber roto nunca con sus raíces leninistas, de no creer en la democracia y de seguir soñando en el Estado autoritario y furiosamente intervencionista.
Es probable que tengan razón las dos partes, tanto Santiago Carrillo cuando acusa a la derecha de no haber roto plenamente con el autoritarismo y el totalitarismo fascista, tesis que es apoyada también por numerosos expertos en todo el mundo, como los muchos que ven a la actual izquierda como una hija del totalitarismo comunista que se ha adaptado a la democracia, pero sin creer en ella y sin convicción alguna.
Basta observar la vida interna del PSOE y del PP para descubrir que ambas partes pueden tener razón. El funcionamiento interno de los dos partidos es similar y sus tics son casi idénticos: estructura vertical, sometimiento al jefe, dominio de las elites, ausencia de auténtico debate, censura y, sobre todo, autocensura, horror a los procesos democráticos internos, como las primarias, defensa de las antidemocráticas listas cerradas y bloqueadas, más obsesión por el poder y los privilegios que por el servicio, desprecio al ciudadano, al que marginan de la política a pesar de que en democracia es soberano y protagonista, porque ellos quieren controlarla y ejercerla como monopolio, etc.
¿Cómo pueden gestionar un gobierno democrático, cuando son elegidos, unos líderes que se han formado y forjado en los ambientes autoritarios y nada democráticos que imperan en sus respectivos partidos políticos?
La respuesta es "no pueden", como es fácil apreciar en el comportamiento de nuestros dirigentes, capaces como hizo Aznar de llevarnos a la guerra de Irak contra la opinión de la mayoría de los ciudadanos, o como hace Zapatero, que nos lleva hacia el desmembramiento de la nación, vía estatutos anticonstitucionales, o que nos impone una negociación con ETA cargada de renuncias y de indignidad, siempre en contra de la opinión mayoritaria de los españoles.
Santiago Carrillo tiene razón cuando dice que la derecha no ha roto plenamente sus amarras con el totalitarismo fascista, pero también la tienen los miles de filósofos y pensadores que afirman que la izquierda nunca rompió sus vínculos con el totalitarismo marxista-leninista.
Quien no lo crea que estudie sus obras y comportamientos, que analice si la elección de Rajoy no la hizo "Aznar a dedo" o si la elección de Miguel Sabastián no ha sido un "dedazo" de Zapatero, poniendo su bota autoritaria sobre el cuello de la Federación Socialista Madrileña, o si existen procesos internos democráticos, como las primarias, en uno y otro partido o si alguno de ellos se ha manifestado en contra de algo tan opuesto a la democracia como son las listas cerradas y bloqueadas, que, de hecho, arrebatan al ciudadano su derecho a elegir, sagrado en democracia y consagrado por la Constitución, porque son las elites de los partidos los que realmente eligen al confeccionar esas listas, que el ciudadano no puede modificar sino aceptar o rechazar en bloque.
Como decían los filósofos primitivos griegos, no puede extraerse el agua del fuego, ni el pelo del no-pelo, como tampoco puede extraerse democracia de donde impera el autoritarismo, el verticalismo y otras lindezas antidemocráticas.