Cuestionado por José María Aznar, por Zaplana, por Esperanza Aguirre, por Mayor Oreja, por Álvarez Cascos, por Arístegui, por Vidal Quadras, por Ana Botella, por Pizarro, por Costa, otros muchos que todavía no han dado la cara y, ahora, por María San Gil, todo un símbolo de resistencia y de honestidad en la derecha española, ¿a qué espera Rajoy para dimitir?
La lista de los adversarios de Rajoy crece como la espuma y pronto formará una masa tan densa que impedirá que el PP avance un sólo paso hacia el futuro. La víctimas del terrorismo están a punto de condenar la locura de Rajoy y muchos militantes no saben qué hacer para detener la espiral de demencia que invade a la cúspide de un partido que, hasta hace unos pocos meses, parecía tan sólido como una roca.
La locura de Rajoy es inoncebible y sólo es explicable en un país desquiciado y en descomposición como España, donde los partidos y los líderes se han convertido en los auténticos enemigos de la democracia.
Las encuestas reflejan que las tesis de Rajoy pierden fuelle, que el PP pierde adhesiones día a día, que hoy perdería las elecciones por mayoría absoluta y que más de un tercio de la militancia está ya abiertamente en contra de Rajoy, pero esos datos no sirven para nada, ni son capaces de torcer la obtusa obsesión del líder por permanecer en el poder y en el coche oficial.
Rajoy, como Sansón, parece haber decidido morir derribando las columnas del templo, con todos los filisteos.
Lo que está ocurriendo en la derecha es un espectáculo grotesco que está degrandando la política española, la democracia y, sobre todo, a los líderes del PP que sostienen la locura del Gran Timonel, especialmente el andaluz Javier Arenas y el valenciano Camps, que, aunque guarden silencio, todos saben que son los principales cómplices del nuevo y sorprendente Mariano.
La lista de los adversarios de Rajoy crece como la espuma y pronto formará una masa tan densa que impedirá que el PP avance un sólo paso hacia el futuro. La víctimas del terrorismo están a punto de condenar la locura de Rajoy y muchos militantes no saben qué hacer para detener la espiral de demencia que invade a la cúspide de un partido que, hasta hace unos pocos meses, parecía tan sólido como una roca.
La locura de Rajoy es inoncebible y sólo es explicable en un país desquiciado y en descomposición como España, donde los partidos y los líderes se han convertido en los auténticos enemigos de la democracia.
Las encuestas reflejan que las tesis de Rajoy pierden fuelle, que el PP pierde adhesiones día a día, que hoy perdería las elecciones por mayoría absoluta y que más de un tercio de la militancia está ya abiertamente en contra de Rajoy, pero esos datos no sirven para nada, ni son capaces de torcer la obtusa obsesión del líder por permanecer en el poder y en el coche oficial.
Rajoy, como Sansón, parece haber decidido morir derribando las columnas del templo, con todos los filisteos.
Lo que está ocurriendo en la derecha es un espectáculo grotesco que está degrandando la política española, la democracia y, sobre todo, a los líderes del PP que sostienen la locura del Gran Timonel, especialmente el andaluz Javier Arenas y el valenciano Camps, que, aunque guarden silencio, todos saben que son los principales cómplices del nuevo y sorprendente Mariano.
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