Carles Puigdemont ha designado a Quim Torra como el hombre de paja que ocupará la Presidencia de la Generalitat mientras que él espera su oportunidad para recuperar la presidencia. Ante la imposibilidad de ser ungido a distancia, porque el Tribunal Constitucional ha cerrado esa vía, Puigdemont quiere ahora gobernar Cataluña desde el extranjero y continuar su "agresión" antiespañola, toda una guerra que, aunque los políticos y los medios de comunicación lo nieguen, está causando a España daños graves y pérdida de prestigio internacional.
La paciencia y la tolerancia de los españoles ante la agresión separatista catalana, conducida por un delincuente prófugo, empieza a agotarse y los dos únicos caminos que los ciudadanos ven para forzar una derrota del nacionalismo consisten en intensificar el boicot y votar a Ciudadanos, un partido que si gobernara España ha prometido mano dura contra el nacionalismo catalán.
El boicot ha sido, hasta ahora, el arma mas eficaz contra el independentismo. La salida de casi 4.000 empresas de Cataluña representa un argumento convincente contra la falsa prosperidad que prometen los independentistas y el claro mensaje lanzado a los catalanes tibios de que permitir el dominio de los radicales significaría, para la región, la ruina económica.
El gobierno de Rajoy, ayudado por la inmensa mayoría de los medios de comunicación, hacen todo lo posible para que el duro boicot espontáneo lanzado por la ciudadanía contra las empresas que han financiado la rebelión catalana se extinga, sin que sea fácil entender por qué el gobierno tiene pánico a ese boicot cívico más que justificado, ya que no sólo consigue asustar y hacer retroceder a los nacionalistas, sino que logra también una saludable redistribución de la riqueza y de la industria en una España que, durante el Franquismo, se construyó con desequilibrios enormes, concentrando la riqueza en las regiones más desleales, Cataluña y el País Vasco, y condenando a la pobreza a las más fieles, como Andalucía, Castilla y Extremadura, entre otras.
La cuestión catalana, pésimamente gestionada por el gobierno del PP y magistralmente pilotada por Puigdemont, azote de España, se está convirtiendo en la tumba de Rajoy, al que los españoles no le perdonan su tibieza, torpeza y pasividad frente a los rebeldes catalanes, verdaderos golpistas en guerra abierta contra España, aunque esa guerra, por ahora, no produzca muertos, aunque si cuantiosos daños de otro tipo.
Quim Torra, el elegido por Puigdemont para que ejerza de títere en la Generalitat, es un radical poco conocido pero furiosamente antiespañol y lleno de odio, los dos rasgos que el independentismo valora más en sus dirigentes.
Con Puigdemont moviendo los hilos desde la distancia, el dúo "prófugo-marioneta" promete ser un látigo para España y tal vez una espoleta capaz de disparar el temible enfrentamiento abierto que planea sobre Cataluña.
Francisco Rubiales
La paciencia y la tolerancia de los españoles ante la agresión separatista catalana, conducida por un delincuente prófugo, empieza a agotarse y los dos únicos caminos que los ciudadanos ven para forzar una derrota del nacionalismo consisten en intensificar el boicot y votar a Ciudadanos, un partido que si gobernara España ha prometido mano dura contra el nacionalismo catalán.
El boicot ha sido, hasta ahora, el arma mas eficaz contra el independentismo. La salida de casi 4.000 empresas de Cataluña representa un argumento convincente contra la falsa prosperidad que prometen los independentistas y el claro mensaje lanzado a los catalanes tibios de que permitir el dominio de los radicales significaría, para la región, la ruina económica.
El gobierno de Rajoy, ayudado por la inmensa mayoría de los medios de comunicación, hacen todo lo posible para que el duro boicot espontáneo lanzado por la ciudadanía contra las empresas que han financiado la rebelión catalana se extinga, sin que sea fácil entender por qué el gobierno tiene pánico a ese boicot cívico más que justificado, ya que no sólo consigue asustar y hacer retroceder a los nacionalistas, sino que logra también una saludable redistribución de la riqueza y de la industria en una España que, durante el Franquismo, se construyó con desequilibrios enormes, concentrando la riqueza en las regiones más desleales, Cataluña y el País Vasco, y condenando a la pobreza a las más fieles, como Andalucía, Castilla y Extremadura, entre otras.
La cuestión catalana, pésimamente gestionada por el gobierno del PP y magistralmente pilotada por Puigdemont, azote de España, se está convirtiendo en la tumba de Rajoy, al que los españoles no le perdonan su tibieza, torpeza y pasividad frente a los rebeldes catalanes, verdaderos golpistas en guerra abierta contra España, aunque esa guerra, por ahora, no produzca muertos, aunque si cuantiosos daños de otro tipo.
Quim Torra, el elegido por Puigdemont para que ejerza de títere en la Generalitat, es un radical poco conocido pero furiosamente antiespañol y lleno de odio, los dos rasgos que el independentismo valora más en sus dirigentes.
Con Puigdemont moviendo los hilos desde la distancia, el dúo "prófugo-marioneta" promete ser un látigo para España y tal vez una espoleta capaz de disparar el temible enfrentamiento abierto que planea sobre Cataluña.
Francisco Rubiales
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