A la democracia le faltó siempre una pieza fundamental: el control del poder ejecutivo por un contrapoder que represente a la sociedad civil. Los teóricos no se atrevieron a exigirlo y los políticos bloquearon ese molesto contrapoder y lo arrojaron al olvido, a pesar de que era tan necesario que, sin el contrapoder de la sociedad civil, la democracia quedaba castrada, frágil y desprotegida.
Los políticos, desde sus partidos, organizaciones que pronto dejaron de representar al ciudadano para convertirse en maquinarias de poder, pronto asaltaron la democracia y la desvirtuaron y degradaron. Hoy, ese sistema, con la sociedad civil relegada, desarticulada y ocupada por los partidos, la democracia es un juguete roto que sólo sirve a los intereses de los partidos políticos y los políticos profesionales porque, privado de sus valores fundamentales, es incapaz de garantizar la convivencia en paz, la igualdad, el imperio de la ley, la separación de los poderes básicos, la justicia y un poder equilibrado y libre de corrupciones y abusos.
A la democracia le faltan piezas de gran importancia: exigencias éticas, controles a los políticos, que deben ser examinados, psíquica y moralmente, por comisiones independientes, auténtica separación de los poderes y otorgar un papel preponderante a la sociedad civil y al ciudadano, que deben influir y, sobre todo, supervisar la labor de los gobernantes, pudiendo, incluso, destituirlos. La impunidad debe acabar, como también la tolerancia frente a la corrupción y esos cheques en blanco que permiten a los políticos gobernar como les da la gana, ignorando la opinión de los ciudadanos, que son sus jefes y los soberanos del sistema.
El mayor valor del libro "Democracia Severa. Mas allá de la indignación" no es que analice las carencias de la actual democracia con diagnósticos solventes y grave acento de verdad, sino el hecho de que no se quede ahí e identifique y proponga las reformas que el sistema necesita para que cumpla su misión de embridar el poder y servir como plataforma para construir un mundo de justicia, igualdad, convivencia en paz y defensa eficaz de los derechos y valores.
El libro es una reflexión que abre de par en par las puertas de la esperanza en una regeneración cuerda y sólida de la democracia.
De lo que se trata, básicamente, es de colocar a la sociedad civil por encima de los partidos políticos, otorgando a los partidos su verdadero valor y no el supremo peso que los políticos le han otorgado en una democracia que nació sin fiarse de los partidos, casi prohibiéndolos porque no ofrecían garantías, como ocurrió en la Revolución Francesa y en el nacimiento de los Estados Unidos de América.
Los partidos son organizaciones de poder que apenas congregan a unos cientos de miles de ciudadamnos, en el mejor de los casos, pero ellos se han autoadjudicado la representanción de toda la sociedad y del mismo Estado, algo que no les corresponde. La sociedad civil, por el contrario, congrega a decenas de millones de ciudadanos, al grueso de la nación, pero carece de representación ni de papel en democracia, lo que constituye una aberración interesada, impuesta por los políticos porque no quieren trabas ni límites a su poder.
Pero la sociedad civil tiene que cumplir su papel y representar a la ciudadanía, controlando a los políticos, exigiéndoles valores y solvencia ética, examinándolos periódicamente, vigilándolos y destituyéndolos, cuando incumplen sus promesas o fracasan. No as admisible que los políticos no sean controlados por poderes superiores, ni que gobiernen como si tuvieran un cheque en blanco que les dura cuatro o cinco años, sin representar al ciudadano, sin poder ser depuestos.
Sin esas reformas imprescindibles, las democracia actuales son auténticas dictaduras legalizadas, sin un ley igual para todos, sin auténticos representantes del pueblo, sin participación ciudadana, sin garantías de información veraz a través de unos medios libres e independientes, sin contrapesos que limiten el poder, sin justicia, eficacia y ética.
Democracia Severa demuestra que la democracia está degradada y desvirtuada, alterada y corrompida por aquellos que tenían el deber de cuidarla. Los ciudadanos tienen que devolverle la solvencia que le han arrebatado y convertirla en lo que siempre quiso ser: un sistema que controla la avidez de poder del Estado, que garantiza la vigencia de los valores y la eficacia del poder y que otorga al ciudadano el protagonismo que le corresponde como el "soberano" del sistema.
Los políticos, desde sus partidos, organizaciones que pronto dejaron de representar al ciudadano para convertirse en maquinarias de poder, pronto asaltaron la democracia y la desvirtuaron y degradaron. Hoy, ese sistema, con la sociedad civil relegada, desarticulada y ocupada por los partidos, la democracia es un juguete roto que sólo sirve a los intereses de los partidos políticos y los políticos profesionales porque, privado de sus valores fundamentales, es incapaz de garantizar la convivencia en paz, la igualdad, el imperio de la ley, la separación de los poderes básicos, la justicia y un poder equilibrado y libre de corrupciones y abusos.
A la democracia le faltan piezas de gran importancia: exigencias éticas, controles a los políticos, que deben ser examinados, psíquica y moralmente, por comisiones independientes, auténtica separación de los poderes y otorgar un papel preponderante a la sociedad civil y al ciudadano, que deben influir y, sobre todo, supervisar la labor de los gobernantes, pudiendo, incluso, destituirlos. La impunidad debe acabar, como también la tolerancia frente a la corrupción y esos cheques en blanco que permiten a los políticos gobernar como les da la gana, ignorando la opinión de los ciudadanos, que son sus jefes y los soberanos del sistema.
El mayor valor del libro "Democracia Severa. Mas allá de la indignación" no es que analice las carencias de la actual democracia con diagnósticos solventes y grave acento de verdad, sino el hecho de que no se quede ahí e identifique y proponga las reformas que el sistema necesita para que cumpla su misión de embridar el poder y servir como plataforma para construir un mundo de justicia, igualdad, convivencia en paz y defensa eficaz de los derechos y valores.
El libro es una reflexión que abre de par en par las puertas de la esperanza en una regeneración cuerda y sólida de la democracia.
De lo que se trata, básicamente, es de colocar a la sociedad civil por encima de los partidos políticos, otorgando a los partidos su verdadero valor y no el supremo peso que los políticos le han otorgado en una democracia que nació sin fiarse de los partidos, casi prohibiéndolos porque no ofrecían garantías, como ocurrió en la Revolución Francesa y en el nacimiento de los Estados Unidos de América.
Los partidos son organizaciones de poder que apenas congregan a unos cientos de miles de ciudadamnos, en el mejor de los casos, pero ellos se han autoadjudicado la representanción de toda la sociedad y del mismo Estado, algo que no les corresponde. La sociedad civil, por el contrario, congrega a decenas de millones de ciudadanos, al grueso de la nación, pero carece de representación ni de papel en democracia, lo que constituye una aberración interesada, impuesta por los políticos porque no quieren trabas ni límites a su poder.
Pero la sociedad civil tiene que cumplir su papel y representar a la ciudadanía, controlando a los políticos, exigiéndoles valores y solvencia ética, examinándolos periódicamente, vigilándolos y destituyéndolos, cuando incumplen sus promesas o fracasan. No as admisible que los políticos no sean controlados por poderes superiores, ni que gobiernen como si tuvieran un cheque en blanco que les dura cuatro o cinco años, sin representar al ciudadano, sin poder ser depuestos.
Sin esas reformas imprescindibles, las democracia actuales son auténticas dictaduras legalizadas, sin un ley igual para todos, sin auténticos representantes del pueblo, sin participación ciudadana, sin garantías de información veraz a través de unos medios libres e independientes, sin contrapesos que limiten el poder, sin justicia, eficacia y ética.
Democracia Severa demuestra que la democracia está degradada y desvirtuada, alterada y corrompida por aquellos que tenían el deber de cuidarla. Los ciudadanos tienen que devolverle la solvencia que le han arrebatado y convertirla en lo que siempre quiso ser: un sistema que controla la avidez de poder del Estado, que garantiza la vigencia de los valores y la eficacia del poder y que otorga al ciudadano el protagonismo que le corresponde como el "soberano" del sistema.