Pasar unos días en Portugal es suficiente para observar que el país, a pesar de que, como España, está infectado de indecencia y corrupción en los altos niveles del poder, ha sabido encapsular la infección y mantenerse como pueblo en niveles envidiables de decencia y dignidad. Los portugueses, que han sabido defenderse de la contaminación política y que también han tenido la suerte de tener gobernantes un poco menos ineptos y corruptos, son más pobres, pero más decentes que los españoles.
La mayoría de los portugueses soportan a su clase política como un mal inevitable, pero han sabido mantenerse alejados de la orgía corrupta del poder. La sociedad portuguesa goza de buena salud. La gente sigue apreciendo los valores de antaño, defendiendo la convivencia y preservando a sus hijos de la contaminación que proviene del Estado.
Hay una anécdota que aclara bastante las cosas: la moda española de las "botellonas" empezó a extenderse por Lisboa y otras ciudades portuguesas hace aproximadamente una década, pero los ciudadanos y la políticia intervinieron con dureza y lograron erradicar aquel "mal español", hoy prácticamente inexistente en Portugal.
Hay en sociedad portuguesa un envidiable sentido de la decencia del que España carece. Las estafas son raras y la honradez preside las transaciones comerciales, algo que se nota cuando haces negocios, firmas contratos, vas a un restaurante o compras en una tienda.
Mientras que en Portugal los políticos son un mal inevitable y despreciable, en España, esos mismos políticos que mienten, engañan, explotan, se nutren del privilegio y mal gobiernan son secretamente admirados por muchos ciudadanos que no pueden evitar envidiarlos e imitarlos en todo lo que pueden.
Las dos grandes diferencias entre Portugal y España están en la sociedad y en el nacionalismo. La portuguesa se mantiene bastante libre, limpia y sana, mientras que la española está sometida y podrida hasta el tuétano. En Portugal, el nacionalismo no existe, mientras que en España es un cáncer que, para colmo de males, goza del amparo del partido en el poder, que no tiene reparo en asociarse con los nacionalismos más extremos y excluyentes con tal de controlar el poder.
Los portugueses están unidos como pueblo y sienten orgullo de su pasado como nación, algo insólito en una España que se ha dejado invadir por el cáncer del nacionalismo y de la corrupción que emanaba de los partidos y del poder político. Su policía es menos corrupta, los sinvergüenzas tienen todavía miedo de los jueces y sus partidos políticos son menos todopoderosos que los nuestros. Pero la mayor virtud portuguesa es que los ciudadanos han sabido mantenerse alejados del poder contaminante que emana de la política, un logro decisivo que los españoles no hemos sabido alcanzar.
Portugal es, por ahora, el mejor refugio posible para los muchos demócratas españoles que no se sientan capaces de seguir viviendo en nuestra degradada patria.
La mayoría de los portugueses soportan a su clase política como un mal inevitable, pero han sabido mantenerse alejados de la orgía corrupta del poder. La sociedad portuguesa goza de buena salud. La gente sigue apreciendo los valores de antaño, defendiendo la convivencia y preservando a sus hijos de la contaminación que proviene del Estado.
Hay una anécdota que aclara bastante las cosas: la moda española de las "botellonas" empezó a extenderse por Lisboa y otras ciudades portuguesas hace aproximadamente una década, pero los ciudadanos y la políticia intervinieron con dureza y lograron erradicar aquel "mal español", hoy prácticamente inexistente en Portugal.
Hay en sociedad portuguesa un envidiable sentido de la decencia del que España carece. Las estafas son raras y la honradez preside las transaciones comerciales, algo que se nota cuando haces negocios, firmas contratos, vas a un restaurante o compras en una tienda.
Mientras que en Portugal los políticos son un mal inevitable y despreciable, en España, esos mismos políticos que mienten, engañan, explotan, se nutren del privilegio y mal gobiernan son secretamente admirados por muchos ciudadanos que no pueden evitar envidiarlos e imitarlos en todo lo que pueden.
Las dos grandes diferencias entre Portugal y España están en la sociedad y en el nacionalismo. La portuguesa se mantiene bastante libre, limpia y sana, mientras que la española está sometida y podrida hasta el tuétano. En Portugal, el nacionalismo no existe, mientras que en España es un cáncer que, para colmo de males, goza del amparo del partido en el poder, que no tiene reparo en asociarse con los nacionalismos más extremos y excluyentes con tal de controlar el poder.
Los portugueses están unidos como pueblo y sienten orgullo de su pasado como nación, algo insólito en una España que se ha dejado invadir por el cáncer del nacionalismo y de la corrupción que emanaba de los partidos y del poder político. Su policía es menos corrupta, los sinvergüenzas tienen todavía miedo de los jueces y sus partidos políticos son menos todopoderosos que los nuestros. Pero la mayor virtud portuguesa es que los ciudadanos han sabido mantenerse alejados del poder contaminante que emana de la política, un logro decisivo que los españoles no hemos sabido alcanzar.
Portugal es, por ahora, el mejor refugio posible para los muchos demócratas españoles que no se sientan capaces de seguir viviendo en nuestra degradada patria.