No es una casualidad que todos los que integran la actual coalición de Pedro Sánchez vivan del odio y que lo necesiten para dominar en política. Por eso lo alimentan y fortalecen. Los nacionalistas porque resaltan siempre las diferencias y encuentran en el odio al que es diferente su motor; los de Bildu porque nacieron del odio asesino de ETA y, aunque lo disimulen, siguen soñando con las pistolas y los tiros en la nuca; los socialistas porque saben que el bipartidismo es su única gran opción de poder, la que les garantiza años de gobierno en alternancia, y quieren preservarlo por todos los medios, sin olvidar que se benefician también de la eterna lucha entre las dos Españas, la de derecha y la de izquierda, siempre alimentada por ellos, sobre todo por la facción marxista que hoy domina el PSOE, capitaneada por Zapatero y Pedro Sánchez; los comunistas de Podemos necesitan el odio porque su secta sangrienta siempre ha alimentado del odio para alcanzar la revolución y controlar el poder: odio entre clases sociales, entre ricos y pobres, entre burgueses y proletarios, entre derechas e izquierdas, entre listos y torpes, entre cultos y analfabetos, entre jóvenes y viejos, entre obreros y empresarios... Todos los que hoy gobiernan o influyen en el gobierno prosperan cuando España entra en crisis y se hunde, todos avanzan cuando se derrumban los valores, se liquida el amor y se erradica a Dios.
España está inmersa en una política intensamente negativa, que causa un daño enorme a la nación.
Que nadie se extrañe entonces cuando los que hoy gobiernan demonizan a los empresarios, acosan a la banca, resucitan la Guerra Civil o hurgan en las cunetas, desenterrando muertos para sembrar esos odios y rencores que a ellos les da votos y poder.
El nuevo líder del comunismo en España, Pablo Iglesias, y Pedro Sánchez, que hacer el papel de tonto útil a la revolución, odian al unísono la Transición, pero no por las razones que compartimos muchos españoles demócratas, que la acusamos de haber creado una partitocracia en lugar de una democracia, sino porque la Transición logro enterrar el odio y abrir las puertas a una ejemplar reconciliación. A los comunistas, socialistas, proetarras, nacionalistas e independentistas les da igual la partitocracia, pero el perdón y la reconciliación les saca de quicio porque ellos saben que su poder se fundamenta en una España dividida en bandos que se odien, una España dividida y débil, en definitiva.
Hay graves problemas y prioridades perentorias en España, como el desempleo, el avance de la pobreza, la corrupción, el despilfarro y la amenaza de ruptura de la nación que inexplicablemente quedan relegadas ante el interés inusitado por estupideces tan incomprensibles como desenterrar a un dictador que estaba olvidado, dinamitar el Valle de los Caídos o crear un museo de la Memoria Histórica. Detrás de esas prisas y urgencias artificiales no hay deseo alguno de reparación o de justicia, ni siquiera interés por ganar ahora, en la política, una guerra que perdieron en los campos de batalla, sino únicamente deseo de poder y de votos, una cosecha que esperan conseguir resucitando el odio que ellos necesitan para prosperar y seguir ocupando los palacios y ministerios.
¡Que nadie se engañe!
Francisco Rubiales
España está inmersa en una política intensamente negativa, que causa un daño enorme a la nación.
Que nadie se extrañe entonces cuando los que hoy gobiernan demonizan a los empresarios, acosan a la banca, resucitan la Guerra Civil o hurgan en las cunetas, desenterrando muertos para sembrar esos odios y rencores que a ellos les da votos y poder.
El nuevo líder del comunismo en España, Pablo Iglesias, y Pedro Sánchez, que hacer el papel de tonto útil a la revolución, odian al unísono la Transición, pero no por las razones que compartimos muchos españoles demócratas, que la acusamos de haber creado una partitocracia en lugar de una democracia, sino porque la Transición logro enterrar el odio y abrir las puertas a una ejemplar reconciliación. A los comunistas, socialistas, proetarras, nacionalistas e independentistas les da igual la partitocracia, pero el perdón y la reconciliación les saca de quicio porque ellos saben que su poder se fundamenta en una España dividida en bandos que se odien, una España dividida y débil, en definitiva.
Hay graves problemas y prioridades perentorias en España, como el desempleo, el avance de la pobreza, la corrupción, el despilfarro y la amenaza de ruptura de la nación que inexplicablemente quedan relegadas ante el interés inusitado por estupideces tan incomprensibles como desenterrar a un dictador que estaba olvidado, dinamitar el Valle de los Caídos o crear un museo de la Memoria Histórica. Detrás de esas prisas y urgencias artificiales no hay deseo alguno de reparación o de justicia, ni siquiera interés por ganar ahora, en la política, una guerra que perdieron en los campos de batalla, sino únicamente deseo de poder y de votos, una cosecha que esperan conseguir resucitando el odio que ellos necesitan para prosperar y seguir ocupando los palacios y ministerios.
¡Que nadie se engañe!
Francisco Rubiales