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¿Por qué los socialistas decentes no echan a Pedro Sánchez?



Quizás no lo echan porque temen que si Pedro Sánchez fracasa, el PSOE quedaría tan herido que tendría que cerrar.

Cuando un partido atraviesa muchas veces la linea roja y se habitúa a anteponer sus intereses al bien común, sufre tal deterioro que pierde sus ideas y principios fundamentales y solo conserva como ideología el ansia de poder. Eso es lo que le ha ocurrido al PSOE, un partido arrasado por la corrupción y el abuso de poder, que se mantiene unido únicamente porque extrae grandes beneficios y privilegios del ejercicio del poder. Por esa razón, Pedro Sánchez gobierna con sólo 84 diputados, sometido a los deseos, caprichos y miserias de los peores socios imaginables, partidos independentistas y totalitarios que se alimentan del odio, sin que los militantes socialistas le fulminen por gobernar desde tanta bajeza.

El PSOE, un partido con muchos defectos pero que siempre defendió la Constitución y la unidad de la nación, se está llenando de cobardía e ignominia al sostener en el poder a Pedro Sánchez y al mantener con vida su nauseabundo gobierno, donde los peores enemigos de España ejercen una influencia escandalosa y dramática. El PSOE está perdiendo ya votos a un ritmo elevado, que se acerca a la dura sangría que padeció cuando Zapatero gobernaba.
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La furia de un Sánchez soberbio y acosado
¿Donde están los socialistas decentes? ¿Por qué guardan ese cobarde silencio ante los atropellos de Pedro Sánchez, sus errores y escándalos? ¿Por qué no actúan y se apuntan ante los españoles el tanto de salvar la patria de un gobierno de coalición en el que participan los peores enemigos de la nación, que nos conduce al desastre económico, moral y hasta a un posible enfrentamiento civil?

La única respuesta lógica es que el PSOE ha renunciado a sus ideas y pricipios y que sólo existe ya para gobernar y extraer del gobierno los beneficios y ventajas que otorga el poder: reparto de cargos, dinero abundante, poder, brillo...

El hecho de que España esté padeciendo tan mal gobierno que retrocede en lo económico y lo ético no parece importarles, a pesar de que los signos del deterioro son ya evidentes: enfriamiento de la economía, enfrentamiento entre las dos Españas, malestar empresarial, rabia ante una nueva subida de impuestos, cuando ya el país está en la cúspide europea del expolio fiscal, influencia excesiva de los enemigos de España, desprestigio internacional, etc.

Los cien primeros días del gobierno que preside el socialista Sánchez, el primero en la historia de la democracia que gobierna sin el sostén de los votos del pueblo, arrojan un balance demoledor: retroceso de la economía, escándalos de corrupción, dos ministros obligados a dimitir, deterioro profundo de la imagen del presidente, que ha mentido en sede parlamentaria y es acusado de plagio en su mediocre tesis doctoral y un rechazo social masivo que empieza a traducirse en pérdida de votos, como ocurrió cuando otro socialista en el gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, estuvo a punto de hundir la nación por su incapacidad y torpeza como gobernante.

Muchos expertos vaticinan el definitivo fin del PSOE si la experiencia de Pedro Sánchez en el poder termina como los hechos parecen anticipar, con un gran fracaso que deteriore la economía y la convivencia. Por eso, lo ojos de millones de españoles, asustados ante la actuación del gobierno, miran hacia el corazón del PSOE con la esperanza de que sea el mismo partido quien destituya a Sánchez y le expulse para evitar daños mayores, como ya hizo en el pasado cuando la unión de los barones le obligó a abandonar la secretaría general.

Enfrentado a una parte importante de los medios de comunicación españoles y con media sociedad abiertamente en contra, Sánchez, sin diputados suficientes para gobernar y con sectores de su propio partido descontentos, está dramáticamente obligado a contentar a sus indeseables socios de gobierno, que son conscientes de que la debilidad creciente del presidente les beneficia a ellos porque les proporciona más poder e influencia en el Ejecutivo.

Las descalificaciones que Sánchez sufre en parte de los medios de comunicación son extremas y sin parangón en la historia reciente del país: mentiroso, chulo, jeta, plagiario, mediocre y censor, entre otras. Como consecuencia, su imagen está por los suelos y el liderazgo tan deteriorado que quizás no cumpla el mínimo exigibles para poder gobernar con dignidad y solvencia.

España, bajo el gobierno de Sánchez, legal aunque de dudosa legitimidad, se cuece en la agitación y la desconfianza, se deteriora todavía más y pierde esa unidad y confianza que proporcionan a los países la fortaleza y la seguridad que necesitan para afrontar el futuro con esperanza.

Francisco Rubiales

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Lunes, 17 de Septiembre 2018
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