En un artículo de Henri Weber, publicado en Le Monde, se afirma que aunque cada país tiene sus particularidades, el declive de la izquierda europea es indiscutible. "Eso no quita para que se esté reafirmando una tendencia general, y sería absurdo negarlo". Para el autor, la izquierda no ha sabido reaccionar a los últimos retos de la globalización.
“Se suceden las derrotas electorales, cae el número de militantes y se debilitan los vínculos con los sindicatos. Hace tan sólo siete años, trece gobiernos de la UE estaban dirigidos por socialistas. Hoy éste sólo es el caso de España, Portugal y –no se sabe por cuánto tiempo- de Gran Bretaña. Evidentemente, debemos analizar estos resultados con precaución. Las elecciones nacionales de cada país tienen sus particularidades, pero eso no quita para que se esté reafirmando una tendencia general, y sería absurdo negarlo”.
“La crisis de la socialdemocracia proviene, según el último análisis, de su incapacidad de poner en marcha una respuesta europea a los desafíos de la globalización. Su renovación pasa por el relanzamiento y la reorientación de Europa. Tanto es así que el crecimiento fuerte y duradero, la protección de los asalariados frente a todos los riesgos locales, la lucha contra el calentamiento climático, el dominio de la inmigración, la regulación del capitalismo globalizado, exigen una Unión más voluntaria, más ambiciosa y más social”.
Weber evita hacer sangre al no señalar los dos grandes dramas de la socialdemocracia y las dos causas principales del fracaso de la izquierda contemporánea: su rechazo al libre mercado y a la iniciativa privada, a la que siempre aspira a sustituir convirtiendo al gobierno en una gran empresa torpe e inoperante, y su escasa fe en la democracia, lo que conlleva una irrenunciable tendencia a suplantar al ciudadano y a la iniciativa privada desde el poder gubernamental, una opción que, históricamente, siempre ha conducido al fracaso, al empobrecimiento de los pueblos y a la opresión.
Tampoco se atreve a analizar el drama que representa para la izquierda europea el que un tipo como el español Zapatero, un líder desideologizado y experto sólo en cuidar la imagen por cualquier medio, incluyendo la mentira y la manipulación, sea hoy el principal activo de la izquierda en Europa.
El socialismo huele a cadáver, pero ahora, ante el miedo y la confusión generados por la crisis, algunos supervivientes del socialismo, como el español Zapatero, pretenden resucitar y radicalizar esa ideología bajo el falso argumento de que el mercado y el capitalismo han fracasado y que lo único que queda como salida y solución a la crisis es un Estado intertvencionista, regulador y más socialista.
Por fortuna, subsiste la memoria y las hemerotecas para demostrar que hasta la crisis actual es obra de los estados, incluyendo a los dominados por una izquierda que se siente vacía y sin norte desde la caida del Muro de Berlín. La crisis actual empezó cuando el presidente Bill Clinton, un socialista "made in USA", ordenó que se dieran hipotecas a negros y a chicanos, aunque no pudieran pagarlas. A partir de ahí, la basura creció como la espuma y los Estados incumplieron su deber de regular y controlar los mercados financieros e hipotecarios.
La tesis, esgrimida por la enferma izquierda de que el problema radica en el fracaso del mercado y del capitalismo es una falacia interesada que caerá por su propio peso. La verdad es que quien ha fracasado es el intervencionismo del Estado, engendrador pertinaz de fracaso, pobreza, desigualdad y tristeza, incapaz de generar riqueza y libertad, como ha ocurrido cientos de veces en la Historia, sin excepción alguna.
La única salida que tiene el socialismo en crisis es creer en la democracia y dejar de dinamitarla desde dentro, abandonando el mito leninista que mantiene vivo en sus venas ideológicas de un Estado fuerete e intervencionista que es superior al individuo y que tiene patente de corso para transformar la sociedad, incluso en contra de la voluntad de los ciudadanos. La otra premisa imprescindible para la resurrección de la izquierda es dotarse de ética y convertirse en un ejemplo de pulcritud y limpieza en la gestión pública, justo lo contrario de lo que hoy es en demasiados países "tocados" o "minados" por la corrupción, el abuso de poder y la política profesional.
“Se suceden las derrotas electorales, cae el número de militantes y se debilitan los vínculos con los sindicatos. Hace tan sólo siete años, trece gobiernos de la UE estaban dirigidos por socialistas. Hoy éste sólo es el caso de España, Portugal y –no se sabe por cuánto tiempo- de Gran Bretaña. Evidentemente, debemos analizar estos resultados con precaución. Las elecciones nacionales de cada país tienen sus particularidades, pero eso no quita para que se esté reafirmando una tendencia general, y sería absurdo negarlo”.
“La crisis de la socialdemocracia proviene, según el último análisis, de su incapacidad de poner en marcha una respuesta europea a los desafíos de la globalización. Su renovación pasa por el relanzamiento y la reorientación de Europa. Tanto es así que el crecimiento fuerte y duradero, la protección de los asalariados frente a todos los riesgos locales, la lucha contra el calentamiento climático, el dominio de la inmigración, la regulación del capitalismo globalizado, exigen una Unión más voluntaria, más ambiciosa y más social”.
Weber evita hacer sangre al no señalar los dos grandes dramas de la socialdemocracia y las dos causas principales del fracaso de la izquierda contemporánea: su rechazo al libre mercado y a la iniciativa privada, a la que siempre aspira a sustituir convirtiendo al gobierno en una gran empresa torpe e inoperante, y su escasa fe en la democracia, lo que conlleva una irrenunciable tendencia a suplantar al ciudadano y a la iniciativa privada desde el poder gubernamental, una opción que, históricamente, siempre ha conducido al fracaso, al empobrecimiento de los pueblos y a la opresión.
Tampoco se atreve a analizar el drama que representa para la izquierda europea el que un tipo como el español Zapatero, un líder desideologizado y experto sólo en cuidar la imagen por cualquier medio, incluyendo la mentira y la manipulación, sea hoy el principal activo de la izquierda en Europa.
El socialismo huele a cadáver, pero ahora, ante el miedo y la confusión generados por la crisis, algunos supervivientes del socialismo, como el español Zapatero, pretenden resucitar y radicalizar esa ideología bajo el falso argumento de que el mercado y el capitalismo han fracasado y que lo único que queda como salida y solución a la crisis es un Estado intertvencionista, regulador y más socialista.
Por fortuna, subsiste la memoria y las hemerotecas para demostrar que hasta la crisis actual es obra de los estados, incluyendo a los dominados por una izquierda que se siente vacía y sin norte desde la caida del Muro de Berlín. La crisis actual empezó cuando el presidente Bill Clinton, un socialista "made in USA", ordenó que se dieran hipotecas a negros y a chicanos, aunque no pudieran pagarlas. A partir de ahí, la basura creció como la espuma y los Estados incumplieron su deber de regular y controlar los mercados financieros e hipotecarios.
La tesis, esgrimida por la enferma izquierda de que el problema radica en el fracaso del mercado y del capitalismo es una falacia interesada que caerá por su propio peso. La verdad es que quien ha fracasado es el intervencionismo del Estado, engendrador pertinaz de fracaso, pobreza, desigualdad y tristeza, incapaz de generar riqueza y libertad, como ha ocurrido cientos de veces en la Historia, sin excepción alguna.
La única salida que tiene el socialismo en crisis es creer en la democracia y dejar de dinamitarla desde dentro, abandonando el mito leninista que mantiene vivo en sus venas ideológicas de un Estado fuerete e intervencionista que es superior al individuo y que tiene patente de corso para transformar la sociedad, incluso en contra de la voluntad de los ciudadanos. La otra premisa imprescindible para la resurrección de la izquierda es dotarse de ética y convertirse en un ejemplo de pulcritud y limpieza en la gestión pública, justo lo contrario de lo que hoy es en demasiados países "tocados" o "minados" por la corrupción, el abuso de poder y la política profesional.