La vía violenta sabemos como funciona: le echas un pulso al Estado y a la sociedad, utilizando la fuerza de las armas, hasta convertir Cataluña en una presa demasiado cara, a la que conviene más renunciar que mantener. La vía democrática consiste en utilizar las armas y recursos que el sistema y la misma Constitución ponen a disposición de los pueblos para alcanzar sus fines, que básicamente son convencer a los ciudadanos y a la opinión pública de que la independencia de Cataluña es necesaria, negociando y utilizando las urnas para tal fin.
La clave del conflicto está en la opinión pública, que es el escenario donde se libran las guerras modernas. Si los españoles y los ciudadanos del mundo se convencen de que Cataluña debe ser independiente, entonces al Estado español no le quedaría otra salida que conceder la independencia o colocarse en una posición difícil y totalitaria frente a sus ciudadanos y la comunidad mundial.
La clave del asunto está en si Cataluña tiene o no tiene derecho a luchar por su independencia. La respuesta, en democracia, es "SI" porque el derecho a pensar, sentir y creer en metas y objetivos es un derecho inalienable de los ciudadanos y de los pueblos en democracia.
El problema es el método y los recursos que se utilicen para alcanzar ese fin. Si se utilizan los caminos que la Constitución y la democracia reconocen como legítimos, la batalla es lícita y podría ser ganada, pero si los caminos se salen de la legalidad, entonces el fracaso está garantizado.
La actual rebelión de los separatistas catalanes ha fracasado porque el método y los recursos utilizados eran erróneos y anticonstitucionales.
La ruta que eligieron era, en teoría, pacífica, pero sólo en apariencia. El odio a España y a los españoles era más visible que el deseo de independencia y los métodos utilizados denotaban claramente que eran pacíficos solo en apariencia porque detrás de ellos se veía el odio intenso, que actuaba como motor. Lo han hecho a las bravas, desplegando un proceso separatista sin tiros, pero no por falta de ganas, sino porque su hoja de ruta no lo permitía y porque sabían que la violencia, en democracia, está penada en todos los países y sociedades.
Los fallos y las grietas de la insurrección catalana eran más que evidentes y sus métodos de lucha eran demasiado parecidos a los que utilizaron los nazis alemanes para tomar el poder: nacionalismo extremo, exaltación de la identidad, la cultura y la nación, odio a todo lo que es diferente, tergiversación de la Historia, adoctrinamiento de las nuevas generaciones, intimidación, utilización de la lengua como ariete, presión casi violenta en las calles, uso de la propaganda y de la mentira como armas de combate, etc.
La mentira ha presidido el "proceso" desde su nacimiento. Los catalanes decían que luchaban contra el corrupto Estado español, pero esa pretendida lucha no era creíble porque sus dirigentes eran todavía más corruptos y sus partidos, dirigentes e ideologías estaban claramente manchados por el abuso de poder, la mentira y el saqueo de los fondos públicos. Ni siquiera se atrevían a denunciar la pocilga española, entre otras razones porque la pocilga catalana era todavía más repugnante. Desde el principio renunciaron a luchar contra la corrupción desde dentro, que es la forma más eficaz de derrotarla. Ofrecieron a sus seguidores un éxito fácil de la independencia y una república catalana poderosa, aceptada universalmente y sin problemas, pero todo se vino abajo: las empresas huyeron en masa, la recesión económica asomó por la esquina y la comunidad internacional les negó el reconocimiento y les condenó.
Parecían listos, pero fueron inmensamente torpes. Ni siquiera supieron evaluar correctamente la fuerza del boicot popular de los españoles, a los que en lugar de seducir enfurecieron, ni la fuerza de la Justicia en un Estado de Derecho, que en España está adormilado, pero no muerto. No supieron ganarse la amistad de nadie, salvo de los que, como ellos, son independentistas. El reto del mundo, tras las iniciales dudas causadas por una propaganda falsa pero bien montada, les dio la espalda.
La verdad, al hacerse presente poco a poco, los ha tumbado. Los que han estudiado el tema con atención saben que los gobiernos españoles, en lugar de "robar" a Cataluña la han ayudado sistemáticamente, convirtiéndola en la región más industrializada y próspera de España, y saben también que Cataluña es hoy la región con más auto gobierno, no sólo de España, sino de toda Europa.
La conspiración catalana ha sido derrotada por la verdad, la evidencia y la torpeza de sus dirigentes, que idearon un proceso lleno de errores que ni siquiera tenía en cuenta la existencia de la democracia, dentro y fuera de España. El mudo ratero, caciquil y abusivo que creó y apadrinó Jordi Pujol tenía que morir, lógicamente, por ladrón, arrogante y antidemocrático.
¿Quién ha derrotado al monstruo catalán?
Seguramente el gobierno y los partidos constitucionalistas se adjudicarán la victoria, pero el principal vencedor ha sido el pueblo español, el que causó al proceso la primera y más letal herida, logrando con su boicot indignado que más de tres mil empresas huyeran de Cataluña, lo que sembró la duda en el alma del independentismo y les generó un profundo desasosiego, anticipo de una derrota que ya por entonces apareció por el horizonte. Es cierto que la cobardía del gobierno al final puede venderse como "prudencia" y que ahora construirán un relato cuyo final diga que Rajoy, el indolente, es un héroe, pero eso pertenece al capítulo de las mentiras del poder, que, como periodista veterano, puedo asegurar que siempre son contrarias a la decencia, abundantes, profundas y despreciables.
Francisco Rubiales
La clave del conflicto está en la opinión pública, que es el escenario donde se libran las guerras modernas. Si los españoles y los ciudadanos del mundo se convencen de que Cataluña debe ser independiente, entonces al Estado español no le quedaría otra salida que conceder la independencia o colocarse en una posición difícil y totalitaria frente a sus ciudadanos y la comunidad mundial.
La clave del asunto está en si Cataluña tiene o no tiene derecho a luchar por su independencia. La respuesta, en democracia, es "SI" porque el derecho a pensar, sentir y creer en metas y objetivos es un derecho inalienable de los ciudadanos y de los pueblos en democracia.
El problema es el método y los recursos que se utilicen para alcanzar ese fin. Si se utilizan los caminos que la Constitución y la democracia reconocen como legítimos, la batalla es lícita y podría ser ganada, pero si los caminos se salen de la legalidad, entonces el fracaso está garantizado.
La actual rebelión de los separatistas catalanes ha fracasado porque el método y los recursos utilizados eran erróneos y anticonstitucionales.
La ruta que eligieron era, en teoría, pacífica, pero sólo en apariencia. El odio a España y a los españoles era más visible que el deseo de independencia y los métodos utilizados denotaban claramente que eran pacíficos solo en apariencia porque detrás de ellos se veía el odio intenso, que actuaba como motor. Lo han hecho a las bravas, desplegando un proceso separatista sin tiros, pero no por falta de ganas, sino porque su hoja de ruta no lo permitía y porque sabían que la violencia, en democracia, está penada en todos los países y sociedades.
Los fallos y las grietas de la insurrección catalana eran más que evidentes y sus métodos de lucha eran demasiado parecidos a los que utilizaron los nazis alemanes para tomar el poder: nacionalismo extremo, exaltación de la identidad, la cultura y la nación, odio a todo lo que es diferente, tergiversación de la Historia, adoctrinamiento de las nuevas generaciones, intimidación, utilización de la lengua como ariete, presión casi violenta en las calles, uso de la propaganda y de la mentira como armas de combate, etc.
La mentira ha presidido el "proceso" desde su nacimiento. Los catalanes decían que luchaban contra el corrupto Estado español, pero esa pretendida lucha no era creíble porque sus dirigentes eran todavía más corruptos y sus partidos, dirigentes e ideologías estaban claramente manchados por el abuso de poder, la mentira y el saqueo de los fondos públicos. Ni siquiera se atrevían a denunciar la pocilga española, entre otras razones porque la pocilga catalana era todavía más repugnante. Desde el principio renunciaron a luchar contra la corrupción desde dentro, que es la forma más eficaz de derrotarla. Ofrecieron a sus seguidores un éxito fácil de la independencia y una república catalana poderosa, aceptada universalmente y sin problemas, pero todo se vino abajo: las empresas huyeron en masa, la recesión económica asomó por la esquina y la comunidad internacional les negó el reconocimiento y les condenó.
Parecían listos, pero fueron inmensamente torpes. Ni siquiera supieron evaluar correctamente la fuerza del boicot popular de los españoles, a los que en lugar de seducir enfurecieron, ni la fuerza de la Justicia en un Estado de Derecho, que en España está adormilado, pero no muerto. No supieron ganarse la amistad de nadie, salvo de los que, como ellos, son independentistas. El reto del mundo, tras las iniciales dudas causadas por una propaganda falsa pero bien montada, les dio la espalda.
La verdad, al hacerse presente poco a poco, los ha tumbado. Los que han estudiado el tema con atención saben que los gobiernos españoles, en lugar de "robar" a Cataluña la han ayudado sistemáticamente, convirtiéndola en la región más industrializada y próspera de España, y saben también que Cataluña es hoy la región con más auto gobierno, no sólo de España, sino de toda Europa.
La conspiración catalana ha sido derrotada por la verdad, la evidencia y la torpeza de sus dirigentes, que idearon un proceso lleno de errores que ni siquiera tenía en cuenta la existencia de la democracia, dentro y fuera de España. El mudo ratero, caciquil y abusivo que creó y apadrinó Jordi Pujol tenía que morir, lógicamente, por ladrón, arrogante y antidemocrático.
¿Quién ha derrotado al monstruo catalán?
Seguramente el gobierno y los partidos constitucionalistas se adjudicarán la victoria, pero el principal vencedor ha sido el pueblo español, el que causó al proceso la primera y más letal herida, logrando con su boicot indignado que más de tres mil empresas huyeran de Cataluña, lo que sembró la duda en el alma del independentismo y les generó un profundo desasosiego, anticipo de una derrota que ya por entonces apareció por el horizonte. Es cierto que la cobardía del gobierno al final puede venderse como "prudencia" y que ahora construirán un relato cuyo final diga que Rajoy, el indolente, es un héroe, pero eso pertenece al capítulo de las mentiras del poder, que, como periodista veterano, puedo asegurar que siempre son contrarias a la decencia, abundantes, profundas y despreciables.
Francisco Rubiales
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