Numerosos lectores de Voto en Blanco me piden que analice por qué Zapatero no se desgasta y se mantiene como favorito en las encuestas sobre intención de votos, a pesar de que sus errores y su mal gobierno están llevando a España hacia su ruína económica, política y moral. Se pueden formular varias explicaciones, pero hay dos que sobresalen por su claridad y contundencia: la primera es política y la segunda es filosófica.
La primera explicación se fundamenta en lo que significaron para España los ocho años de mandato de Aznar, un presidente que, a pesar de sus éxitos económicos, fue nefasto para España y como tal será juzgado por la historia. Aznar pudo haber demostrado con su mandato que su partido era mejor y distinto que el corrupto PSOE de Felipe González, al que sustituyó en el gobierno en 1996, pero hizo justamente lo contrario, demostrando que ambos partidos eran similares, obsesionados con el poder, inclinados hacia la corrupción, incapaces de regenerar la democracia degradada, ambos interviniendo la Justicia, coartando la libertad de los diputados, partidarios de las listas cerradas, mintiendo desde el poder e incumpliendo las promesas electorales.
En el año 2004, los españoles, decepcionados ante la exhibición de arrogancia de una derecha que, bajo el mandato de Aznar, no supo demostrar que era diferente y mejor que la izquierda, prefirió votar al risueño Zapatero, un político de nuevo cuño y modales amables, que a un Rajoy marcado por el pecado original antidemocrático de haber sido designado "a dedo" por aquel "bigote furibundo" que, sorprendente y afortunadamente, había decidido abandonar el poder.
En la actualidad, la imagen del PP sigue representando no una opción diferente en democracia sino la otra cara de la misma moneda partitocrática y degenerada. En esas condiciones, el pueblo, sabio y prudente, prefiere elegir al inepto sonriente, a pesar de sus errores y mal gobierno, que al inepto blando y menos atractivo, del que no espera nada diferente.
La segunda explicación parte del concepto mismo del poder, que es la manifestación suprema del miedo universal y el producto de la doble raza en que se divide la Humanidad: los amos y los esclavos. La mayoría de los hombres son tímidos, cobardes y pasivos, nacidos para obedecer y destinados a ser la plastilina sobre la que actúan los poderosos. La raza de los señores es una minoría osada y fuerte, dotada de mayor fuerza e inteligencia, capaz de arriesgar con tal de situarse en las alturas del liderazgo. La estructura del poder siempre es igual: el jefe que manda y que juzga; el policía y el soldado que imponen por la fuerza la voluntad y el juicio de los jefes, y una masa que obedece, voluntariamente o por la fuerza. Caín es el prototipo de los hombres destinados a mandar y Abel el de los destinados a obedecer.
Así se gobernó el mundo dede la prehistoria hasta que nacieron los modernos partidos políticos, unas entidades sorprendentes que cambiaron la estructura del poder en el mundo.
Los partidos polítcos cambiaron esa estructura e introdujeron el poder de los mediocres. Por vez primera en la historia, los partidos políticos hicieron posible que los mediocres y los cobardes, agrupados y apoyándose mutuamente, se sintieran fuertes y plantaran cara con éxito a los más osados, inteligentes y fuertes, cuya mayor debilidad siempre fue la desunión.
Los partidos políticos instauraron el poder de los mediocres, cobardes y torpes, los cuales, al unirse y cooperar entre sí, se sienten poderosos y capaces de arrebatar el dominio a los inteligentes y fuertes. Pero, como consecuencia de la irrupción de los partidos, se produjeron dos efectos nefastos. El primero es que los torpes y cobardes, conscientes de que sólo unidos son poderosos, se aficionaron al poder, se hicieron profesionales del mando y del privilegio y lucharon por eternizarse antes que por servir al bien común. El segundo efecto es que el liderazgo perdió calidad y los gobernantes son ahora más ineptos e incapaces que nunca antes en la historia.
Al resultado de la revolución de los mediocres lo llaman "democracia", aunque el nuevo sintema sea más una oligocracia de mediocres que no merece utilizar el nombre "democracia", entre otras razones porque no se parece en nada a aquella democracia original que nació en Grecia y continuó después en Roma y en algunos raros reductos a lo largo de la historia. Al resurgir la democracia en la lucha contra el absolutismo, en los siglos XVII y XVIII, los partidos políticos estaban prohibidos y estigmatizados porque los intelectuales de entonces ya los conocían como refugios de mediocres capaces de contaminar a toda la sociedad. Pero el pueblo, que es soberano, apoyó cada día más a los partidos políticos porque prefería ver a uno de los suyos al frente del poder, antes que a uno de los viejos líderes fuertes y cultos, demasiado diferentes y superiores para el gusto de la masa.
Zapatero y Rajoy son, por igual, paradigmas de la mediocridad en el poder y la manifestación evidente del triunfo en España de una mediocre democracia degenerada, tras la cual se esconde una torpe y vulgar oligocracia. Ambos son la imagen donde millones de mediocres españoles se sienten reflejados. Por reso soportan sus deficientes liderazgos y sus líneas políticas planas y llenas de mediocridad y de errores fatales.
La primera explicación se fundamenta en lo que significaron para España los ocho años de mandato de Aznar, un presidente que, a pesar de sus éxitos económicos, fue nefasto para España y como tal será juzgado por la historia. Aznar pudo haber demostrado con su mandato que su partido era mejor y distinto que el corrupto PSOE de Felipe González, al que sustituyó en el gobierno en 1996, pero hizo justamente lo contrario, demostrando que ambos partidos eran similares, obsesionados con el poder, inclinados hacia la corrupción, incapaces de regenerar la democracia degradada, ambos interviniendo la Justicia, coartando la libertad de los diputados, partidarios de las listas cerradas, mintiendo desde el poder e incumpliendo las promesas electorales.
En el año 2004, los españoles, decepcionados ante la exhibición de arrogancia de una derecha que, bajo el mandato de Aznar, no supo demostrar que era diferente y mejor que la izquierda, prefirió votar al risueño Zapatero, un político de nuevo cuño y modales amables, que a un Rajoy marcado por el pecado original antidemocrático de haber sido designado "a dedo" por aquel "bigote furibundo" que, sorprendente y afortunadamente, había decidido abandonar el poder.
En la actualidad, la imagen del PP sigue representando no una opción diferente en democracia sino la otra cara de la misma moneda partitocrática y degenerada. En esas condiciones, el pueblo, sabio y prudente, prefiere elegir al inepto sonriente, a pesar de sus errores y mal gobierno, que al inepto blando y menos atractivo, del que no espera nada diferente.
La segunda explicación parte del concepto mismo del poder, que es la manifestación suprema del miedo universal y el producto de la doble raza en que se divide la Humanidad: los amos y los esclavos. La mayoría de los hombres son tímidos, cobardes y pasivos, nacidos para obedecer y destinados a ser la plastilina sobre la que actúan los poderosos. La raza de los señores es una minoría osada y fuerte, dotada de mayor fuerza e inteligencia, capaz de arriesgar con tal de situarse en las alturas del liderazgo. La estructura del poder siempre es igual: el jefe que manda y que juzga; el policía y el soldado que imponen por la fuerza la voluntad y el juicio de los jefes, y una masa que obedece, voluntariamente o por la fuerza. Caín es el prototipo de los hombres destinados a mandar y Abel el de los destinados a obedecer.
Así se gobernó el mundo dede la prehistoria hasta que nacieron los modernos partidos políticos, unas entidades sorprendentes que cambiaron la estructura del poder en el mundo.
Los partidos polítcos cambiaron esa estructura e introdujeron el poder de los mediocres. Por vez primera en la historia, los partidos políticos hicieron posible que los mediocres y los cobardes, agrupados y apoyándose mutuamente, se sintieran fuertes y plantaran cara con éxito a los más osados, inteligentes y fuertes, cuya mayor debilidad siempre fue la desunión.
Los partidos políticos instauraron el poder de los mediocres, cobardes y torpes, los cuales, al unirse y cooperar entre sí, se sienten poderosos y capaces de arrebatar el dominio a los inteligentes y fuertes. Pero, como consecuencia de la irrupción de los partidos, se produjeron dos efectos nefastos. El primero es que los torpes y cobardes, conscientes de que sólo unidos son poderosos, se aficionaron al poder, se hicieron profesionales del mando y del privilegio y lucharon por eternizarse antes que por servir al bien común. El segundo efecto es que el liderazgo perdió calidad y los gobernantes son ahora más ineptos e incapaces que nunca antes en la historia.
Al resultado de la revolución de los mediocres lo llaman "democracia", aunque el nuevo sintema sea más una oligocracia de mediocres que no merece utilizar el nombre "democracia", entre otras razones porque no se parece en nada a aquella democracia original que nació en Grecia y continuó después en Roma y en algunos raros reductos a lo largo de la historia. Al resurgir la democracia en la lucha contra el absolutismo, en los siglos XVII y XVIII, los partidos políticos estaban prohibidos y estigmatizados porque los intelectuales de entonces ya los conocían como refugios de mediocres capaces de contaminar a toda la sociedad. Pero el pueblo, que es soberano, apoyó cada día más a los partidos políticos porque prefería ver a uno de los suyos al frente del poder, antes que a uno de los viejos líderes fuertes y cultos, demasiado diferentes y superiores para el gusto de la masa.
Zapatero y Rajoy son, por igual, paradigmas de la mediocridad en el poder y la manifestación evidente del triunfo en España de una mediocre democracia degenerada, tras la cual se esconde una torpe y vulgar oligocracia. Ambos son la imagen donde millones de mediocres españoles se sienten reflejados. Por reso soportan sus deficientes liderazgos y sus líneas políticas planas y llenas de mediocridad y de errores fatales.