Con gran sorpresa e incredulidad escuché ayer en la tertulia de TVE, al mediodia, a Fernando Ónega, uno de los pocos colegas periodistas que respeto por su inteligencia y deseos de verdad, extrañarse y escandalizarse ante la acusación de que policías secretos se infiltraron en las manifestaciones del 25 de septiembre para provocar violencia y justificar así la intervención de la policía y el desprestigio de la manifestación y de sus mensajes.
Dijo el periodista, refiriéndose a la tesis de los policías infiltrados, que no podía creer eso, que si creíamos eso entonces "apaga y vámonos". No puedo comprender cómo un periodista veterano y curtido, como Fernando Ónega, se extrañe de esa práctica, que aparece en los primeros párrafos de todos los manuales de contrainsurgencia editados en decenas de países del mundo y que es práctica habitual en países poco democráticos, con sus clases dirigentes corrompidas o con democracias degradadas, vicios en los que España destaca y obtiene matrícula de honor.
Estoy seguro de que Fernando Ónega coincide conmigo en que España es una democracia profundamente degradada, que incumple casi todos los principios, leyes y normas básicas de un sistema democrático, donde los ciudadanos están marginados de los procesos de toma de decisiones y despojados de su "soberanía", donde la sociedad civil esta subyugada y no puede ejercer de contrapeso del poder, donde la ley no es igual para todos, donde los poderes básicos del Estado carecen de independencia y autonomía y donde no existen controles suficientes para frenar el poder de los partidos políticos y de los políticos profesionales, verdaderos "dueños" del sistema, en el que muchas veces operan con plena impunidad.
Expósito, ex director de ABC, pregunta a la audiencia con un desconocimiento desconcertante y ofensivo para la profesión: "¿De verdad creéis que la policía española es más salvaje y retrograda que en cualquier otro país?". Y agrega: "¿Qué harían en EEUU si rodean el Capitolio?". La respuesta es sencilla, aunque él no lo sepa: en Estados Unidos no hacen nada. El Senado y la Cámara de representantes son muchas veces rodeados por manifestantes, sin que a ningún gobernante se les ocurra masacrarlos.
Cuando fui corresponsal de prensa en numerosos países, estudié esos manuales y conversé sobre tácticas de contrainsurgencia con muchos expertos, entre ellos algunos norteamericanos establecidos en la Zona del Canal de Panamá y hasta con el coronel Noriega, que posteriormente se haría con el poder en Panamá y alcanzaría fama por su detención por los norteamericanos, que le acusaban de ser un importante narcotraficante. Cuando yo lo conocí y conversé con él era jefe de la inteligencia del régimen panameño de Omar Torrijos y él se consideraba un experto en contrainsurgencia.
Es evidente que los servicios policiales y de inteligencia se infiltran en los movimientos para alterarlos, contaminarlos y destruirlos, sobre todo si son movimientos populares con posibilidades de obtener el apoyo de la opinión pública. Somos cientos de miles los españoles que sospechamos que decenas o centenares de policías secretos y agentes del CNI estuvieron infiltrados entre los manifestantes del 25 de septiembre y que tenían por misión provocar incidentes violentos para desprestigiar la manifestación y justificar su represión.
Es así de duro, de crudo y de canalla, pero también es asi de cierto. Mucha gente se resiste a creer que el Estado sea tan criminal, sobre todo si se autodenomina "democrático", pero el alcance de su maldad casi no tiene límites. Mucha gente quedaría horrorizada de lo que puede llegar a hacer un político para mantenerse en el poder y conservar sus privilegios. Puede hacer las cosas más horrendas, aunque procurará siempre envolverlas en doctrinas como la defensa del Estado de Derecho, la dignidad de los representantes populares, la importancia del orden y otras fachadas que se utilizan, incluso, para asesinar con impunidad.
La Historia del siglo XX demuestra que nadie ha sido más asesino que el Estado y que el peor enemigo del ciudadano es su propio gobierno, el cual también tiene claro que su peor enemigo es el ciudadano, sobre todo si piensa y es libre. Durante ese violento y desgraciado siglo, los gobiernos asesinaron a mas de cien millones de ciudadanos a sangre fría, para generar miedo y facilitar el dominio. No me refiero a los que cayeron víctimas de las bombas o de los disparos en guerras y contiendas, sino a etnias y culturas diezmadas y puros asesinatos perpetrados por los servicios secretos y fuerzas represivas, ciudadanos masacrados en aras de la doctrina de la Seguridad Nacional, casi siempre reaccionando frente a peligros inexistentes o inventados, sin otro fin que aterrorizar y demostrar que el poder es invencible e intocable. Esos asesinatos no siempre se produjeron en regímenes sanguinarios o tiránicos, sino también en muchas teóricas democracias occidentales. Los franceses asesinaron a mansalva a civiles en Argelia y Vietnam; los ingleses mataron a muchos más en Kenia y en muchos países de Oriente próximo y medio. Estados Unidos utilizó a la CIA y a otras agencias secretas para exterminar a sus enemigos e. incluso, a sospechosos de poder serlo en el futuro. Crímenes de ese tipo los han cometido también la propia España, la URSS, China, Italia, Alemania, Yogoslavia, México, Argentina, Uruguay y un largo etcétera en el que la lista de países superar con creces el centenar.
Así que la sorpresa de Fernando Ónega es incomprensible en un periodista curtido y con su experiencia. Si te interesa, Fernando, puedo enviarte fotocopia de tres manuales de contrainsurgencia que conservo en mi casa. En los tres aparecen instrucciones claras sobre la infiltración de los movimientos ciudadanos y populares por parte de la policía y la conveniencia de corromperlos y pervertirlos para privarlos del apoyo de la sociedad y de la opinión pública. Uno de ellos está en español y los otros dos en inglés.
Dijo el periodista, refiriéndose a la tesis de los policías infiltrados, que no podía creer eso, que si creíamos eso entonces "apaga y vámonos". No puedo comprender cómo un periodista veterano y curtido, como Fernando Ónega, se extrañe de esa práctica, que aparece en los primeros párrafos de todos los manuales de contrainsurgencia editados en decenas de países del mundo y que es práctica habitual en países poco democráticos, con sus clases dirigentes corrompidas o con democracias degradadas, vicios en los que España destaca y obtiene matrícula de honor.
Estoy seguro de que Fernando Ónega coincide conmigo en que España es una democracia profundamente degradada, que incumple casi todos los principios, leyes y normas básicas de un sistema democrático, donde los ciudadanos están marginados de los procesos de toma de decisiones y despojados de su "soberanía", donde la sociedad civil esta subyugada y no puede ejercer de contrapeso del poder, donde la ley no es igual para todos, donde los poderes básicos del Estado carecen de independencia y autonomía y donde no existen controles suficientes para frenar el poder de los partidos políticos y de los políticos profesionales, verdaderos "dueños" del sistema, en el que muchas veces operan con plena impunidad.
Expósito, ex director de ABC, pregunta a la audiencia con un desconocimiento desconcertante y ofensivo para la profesión: "¿De verdad creéis que la policía española es más salvaje y retrograda que en cualquier otro país?". Y agrega: "¿Qué harían en EEUU si rodean el Capitolio?". La respuesta es sencilla, aunque él no lo sepa: en Estados Unidos no hacen nada. El Senado y la Cámara de representantes son muchas veces rodeados por manifestantes, sin que a ningún gobernante se les ocurra masacrarlos.
Cuando fui corresponsal de prensa en numerosos países, estudié esos manuales y conversé sobre tácticas de contrainsurgencia con muchos expertos, entre ellos algunos norteamericanos establecidos en la Zona del Canal de Panamá y hasta con el coronel Noriega, que posteriormente se haría con el poder en Panamá y alcanzaría fama por su detención por los norteamericanos, que le acusaban de ser un importante narcotraficante. Cuando yo lo conocí y conversé con él era jefe de la inteligencia del régimen panameño de Omar Torrijos y él se consideraba un experto en contrainsurgencia.
Es evidente que los servicios policiales y de inteligencia se infiltran en los movimientos para alterarlos, contaminarlos y destruirlos, sobre todo si son movimientos populares con posibilidades de obtener el apoyo de la opinión pública. Somos cientos de miles los españoles que sospechamos que decenas o centenares de policías secretos y agentes del CNI estuvieron infiltrados entre los manifestantes del 25 de septiembre y que tenían por misión provocar incidentes violentos para desprestigiar la manifestación y justificar su represión.
Es así de duro, de crudo y de canalla, pero también es asi de cierto. Mucha gente se resiste a creer que el Estado sea tan criminal, sobre todo si se autodenomina "democrático", pero el alcance de su maldad casi no tiene límites. Mucha gente quedaría horrorizada de lo que puede llegar a hacer un político para mantenerse en el poder y conservar sus privilegios. Puede hacer las cosas más horrendas, aunque procurará siempre envolverlas en doctrinas como la defensa del Estado de Derecho, la dignidad de los representantes populares, la importancia del orden y otras fachadas que se utilizan, incluso, para asesinar con impunidad.
La Historia del siglo XX demuestra que nadie ha sido más asesino que el Estado y que el peor enemigo del ciudadano es su propio gobierno, el cual también tiene claro que su peor enemigo es el ciudadano, sobre todo si piensa y es libre. Durante ese violento y desgraciado siglo, los gobiernos asesinaron a mas de cien millones de ciudadanos a sangre fría, para generar miedo y facilitar el dominio. No me refiero a los que cayeron víctimas de las bombas o de los disparos en guerras y contiendas, sino a etnias y culturas diezmadas y puros asesinatos perpetrados por los servicios secretos y fuerzas represivas, ciudadanos masacrados en aras de la doctrina de la Seguridad Nacional, casi siempre reaccionando frente a peligros inexistentes o inventados, sin otro fin que aterrorizar y demostrar que el poder es invencible e intocable. Esos asesinatos no siempre se produjeron en regímenes sanguinarios o tiránicos, sino también en muchas teóricas democracias occidentales. Los franceses asesinaron a mansalva a civiles en Argelia y Vietnam; los ingleses mataron a muchos más en Kenia y en muchos países de Oriente próximo y medio. Estados Unidos utilizó a la CIA y a otras agencias secretas para exterminar a sus enemigos e. incluso, a sospechosos de poder serlo en el futuro. Crímenes de ese tipo los han cometido también la propia España, la URSS, China, Italia, Alemania, Yogoslavia, México, Argentina, Uruguay y un largo etcétera en el que la lista de países superar con creces el centenar.
Así que la sorpresa de Fernando Ónega es incomprensible en un periodista curtido y con su experiencia. Si te interesa, Fernando, puedo enviarte fotocopia de tres manuales de contrainsurgencia que conservo en mi casa. En los tres aparecen instrucciones claras sobre la infiltración de los movimientos ciudadanos y populares por parte de la policía y la conveniencia de corromperlos y pervertirlos para privarlos del apoyo de la sociedad y de la opinión pública. Uno de ellos está en español y los otros dos en inglés.