Pedro Sánchez se ha echado la soga al cuello al prometer construir, si gana las elecciones y preside el gobierno, una España como la actual Andalucía. Las carcajadas ante la metedura de pata de Sánchez han debido escucharse hasta el Laponia.
Pues estamos aviados. La Andalucía de Susana Diaz, la que tanto le gusta a Pedro Sánchez, es un territorio nada ejemplar, escaso de democracia, secuestrado por los políticos, sin apenas sociedad civil, marcado por la corrupción, invadido por el desempleo y la pobreza, una tierra atrasada que sigue ocupando un lugar vergonzoso en la cola de Europa, víctima de la desigualdad, el atraso, el mal gobierno, el desempleo, el abandono de los débiles y la falta de esperanza.
Querer convertir Andalucía en un "modelo" para el resto de los españoles es cosa de locos y un sarcasmo de mal gusto.
El diseño de esa Andalucía, que es el "modelo" de Sánchez, solo beneficia a los miembros del partido socialista, que gobierna esta tierra, cargado de privilegios y de poder casi ilimitado, desde la muerte de Franco, sin alternancia y con mano de hierro.
La verdadera Andalucía que se oculta tras la poderosa propaganda socialista es muy diferente de la que se percibe. Los siguientes son algunos de sus rasgos claves:
Andalucía es uno de los más claros ejemplos en el mundo occidental que demuestran que la democracia puede pervertirse fácilmente desde el poder. Cuando un partido político construye un sólido entramado de clientelismo y lo combina con un pueblo inculto, acobardado y habituado a la dependencia de las subvenciones y las limosnas, consigue eliminar la alternancia, los valores democráticos y la renovación, perpetuándose en el poder.
La única posibilidad de que esa situación degradada cambie y que los andaluces puedan escapar del bucle diabólico es educando en los hogares, escuelas y universidades, llenando la sociedad de hombres y mujeres libres, que sean ciudadanos en lugar de borregos, que piensen por sí mismos antes de dejarse manipular. Pero el poder, que conoce ese riesgo, se empeña y consigue llenar las calles y plazas de manadas confundidas, acobardadas y fáciles de gobernar.
Cuando un mismo partido gana siempre las elecciones y lo hace gracias a las redes clientelares creadas, el sistema queda tarado y lo que llaman “democracia” se transforma en una dictadura legalizada y encubierta.
El clientelismo funciona en Andalucía como un reloj suizo en una sociedad donde mas de la mitad de la economía depende, directa o indirectamente, de la Junta, cuyo poder es tan penetrante y denso que casi iguala al que ejercen gobiernos como el actual de Cuba o como los del desaparecido Partido Comunista de la URSS en las también extintas repúblicas soviéticas.
Andalucía, que sigue siendo la comunidad española más atrasada y castigada por el desempleo, el avance de la pobreza y la incultura, lo que necesita con urgencia es una renovación, no sólo del poder político, sino de su economía, de su cultura y de su espíritu como pueblo, toda una redención democrática que devuelva al sistema su capacidad de hacer libres y felices a los ciudadanos sometidos.
Francisco Rubiales
Pues estamos aviados. La Andalucía de Susana Diaz, la que tanto le gusta a Pedro Sánchez, es un territorio nada ejemplar, escaso de democracia, secuestrado por los políticos, sin apenas sociedad civil, marcado por la corrupción, invadido por el desempleo y la pobreza, una tierra atrasada que sigue ocupando un lugar vergonzoso en la cola de Europa, víctima de la desigualdad, el atraso, el mal gobierno, el desempleo, el abandono de los débiles y la falta de esperanza.
Querer convertir Andalucía en un "modelo" para el resto de los españoles es cosa de locos y un sarcasmo de mal gusto.
El diseño de esa Andalucía, que es el "modelo" de Sánchez, solo beneficia a los miembros del partido socialista, que gobierna esta tierra, cargado de privilegios y de poder casi ilimitado, desde la muerte de Franco, sin alternancia y con mano de hierro.
La verdadera Andalucía que se oculta tras la poderosa propaganda socialista es muy diferente de la que se percibe. Los siguientes son algunos de sus rasgos claves:
Andalucía es uno de los más claros ejemplos en el mundo occidental que demuestran que la democracia puede pervertirse fácilmente desde el poder. Cuando un partido político construye un sólido entramado de clientelismo y lo combina con un pueblo inculto, acobardado y habituado a la dependencia de las subvenciones y las limosnas, consigue eliminar la alternancia, los valores democráticos y la renovación, perpetuándose en el poder.
La única posibilidad de que esa situación degradada cambie y que los andaluces puedan escapar del bucle diabólico es educando en los hogares, escuelas y universidades, llenando la sociedad de hombres y mujeres libres, que sean ciudadanos en lugar de borregos, que piensen por sí mismos antes de dejarse manipular. Pero el poder, que conoce ese riesgo, se empeña y consigue llenar las calles y plazas de manadas confundidas, acobardadas y fáciles de gobernar.
Cuando un mismo partido gana siempre las elecciones y lo hace gracias a las redes clientelares creadas, el sistema queda tarado y lo que llaman “democracia” se transforma en una dictadura legalizada y encubierta.
El clientelismo funciona en Andalucía como un reloj suizo en una sociedad donde mas de la mitad de la economía depende, directa o indirectamente, de la Junta, cuyo poder es tan penetrante y denso que casi iguala al que ejercen gobiernos como el actual de Cuba o como los del desaparecido Partido Comunista de la URSS en las también extintas repúblicas soviéticas.
Andalucía, que sigue siendo la comunidad española más atrasada y castigada por el desempleo, el avance de la pobreza y la incultura, lo que necesita con urgencia es una renovación, no sólo del poder político, sino de su economía, de su cultura y de su espíritu como pueblo, toda una redención democrática que devuelva al sistema su capacidad de hacer libres y felices a los ciudadanos sometidos.
Francisco Rubiales