Tener un presidente de gobierno mentiroso empedernido es una lacra y una vergüenza para cualquier país decente, pero no para España, cuyos ciudadanos parecen sentirse a gusto con la escoria en el poder.
Los gobiernos de Azanar, Zapatero, Rajoy y Sánchez han sido monumentos a la falsedad y a la mentira. Esos gobiernos han engañado, ocultado, mentido y estafado a sus votantes, no sólo de palabra sino también de obra. Sus mentiras sólo son superadas por sus ocultamientos y la opacidad ha sido la esencia del poder.
Si es cierto que la democracia sitúa a la verdad en el máximo nivel, con el derecho a la verdad equiparado a los derechos a la intimidad, a la religión y a la libertad de expresión, España no es una democracia sino un Estado estafador que incumple lo esencial, que es el derecho ciudadano a no ser engañado y menos por el mismo poder democrático.
Aunque el filósofo Kant creía que "mentir es absolutamente malo", sin excusas, algunos gobiernos han defendido que a veces es necesario mentir por razones de alta seguridad. Para algunos gobiernos, la mentira puede ser un recurso estratégico que utilizan en su política exterior, siempre con excepcionalidad y cautela, pero para otros, como es el caso de España, la mentira es cotidiana, frívola y escandalosamente sucia, un vulgar recurso para controlar el poder.
Cuando Pedro Sánchez afirmo que "no pactaría con independentistas" y después lo hizo, mintió con descaro y esa mentira ni es democrática, ni leal, ni decente, ni humanamente perdonable. En cualquier sistema decente obligaría a dimitir, pero España, por lo visto, ni es decente, ni tiene un sistema de poder, sino una simple ocupación de las instituciones por el más fuerte, osado y hábil.
Igualmente rastrera fue su mentira "Ni antes ni después pactaremos con el populismo, el final del populismo es la Venezuela de Chavez". Y después ha pactado con los populistas de la Venezuela de Chávez y de Maduro. Sanchez, como cualquier enfermo de arrogancia y del síndrome de Hybris, la enfermedad del poder, más que un mentiroso, es un ser carente de ética, que no siquiera es capaz de sentir que miente y que la mentira es mala.
Conozco a media docena de psicólogos que afirman, sin ningún género de duda, que Sánchez padece la enfermedad del poder de manera extremadamente grave.
La definición de Pedro Sánchez que hace Jesús Cacho en su artículo, recientemente publicado en Vozpopuli, es estremecedora:
"Es un majadero integral, impostado hasta el ademán, necio hasta para posar, falso hasta para fingir. Mal pertrechado para el cara a cara, su carácter rebela la edad mental de un niño de primaria que se enfada a las primeras de cambio y protesta cuando le quitan el juguete, le cantan las cuarenta o simplemente le llevan la contraria. Un tipo irascible que tuerce el gesto y pierde los nervios a la menor contrariedad. Un fatuo fascinado por la arboladura de un físico que corona una cabeza vacía de contenido. Un cero a la izquierda intelectualmente hablando. Una ambición de poder sin límites y sin ideología conocida. Un peligro, desde cualquier punto de vista, como presidente del Gobierno."
Francisco Rubiales
Los gobiernos de Azanar, Zapatero, Rajoy y Sánchez han sido monumentos a la falsedad y a la mentira. Esos gobiernos han engañado, ocultado, mentido y estafado a sus votantes, no sólo de palabra sino también de obra. Sus mentiras sólo son superadas por sus ocultamientos y la opacidad ha sido la esencia del poder.
Si es cierto que la democracia sitúa a la verdad en el máximo nivel, con el derecho a la verdad equiparado a los derechos a la intimidad, a la religión y a la libertad de expresión, España no es una democracia sino un Estado estafador que incumple lo esencial, que es el derecho ciudadano a no ser engañado y menos por el mismo poder democrático.
Aunque el filósofo Kant creía que "mentir es absolutamente malo", sin excusas, algunos gobiernos han defendido que a veces es necesario mentir por razones de alta seguridad. Para algunos gobiernos, la mentira puede ser un recurso estratégico que utilizan en su política exterior, siempre con excepcionalidad y cautela, pero para otros, como es el caso de España, la mentira es cotidiana, frívola y escandalosamente sucia, un vulgar recurso para controlar el poder.
Cuando Pedro Sánchez afirmo que "no pactaría con independentistas" y después lo hizo, mintió con descaro y esa mentira ni es democrática, ni leal, ni decente, ni humanamente perdonable. En cualquier sistema decente obligaría a dimitir, pero España, por lo visto, ni es decente, ni tiene un sistema de poder, sino una simple ocupación de las instituciones por el más fuerte, osado y hábil.
Igualmente rastrera fue su mentira "Ni antes ni después pactaremos con el populismo, el final del populismo es la Venezuela de Chavez". Y después ha pactado con los populistas de la Venezuela de Chávez y de Maduro. Sanchez, como cualquier enfermo de arrogancia y del síndrome de Hybris, la enfermedad del poder, más que un mentiroso, es un ser carente de ética, que no siquiera es capaz de sentir que miente y que la mentira es mala.
Conozco a media docena de psicólogos que afirman, sin ningún género de duda, que Sánchez padece la enfermedad del poder de manera extremadamente grave.
La definición de Pedro Sánchez que hace Jesús Cacho en su artículo, recientemente publicado en Vozpopuli, es estremecedora:
"Es un majadero integral, impostado hasta el ademán, necio hasta para posar, falso hasta para fingir. Mal pertrechado para el cara a cara, su carácter rebela la edad mental de un niño de primaria que se enfada a las primeras de cambio y protesta cuando le quitan el juguete, le cantan las cuarenta o simplemente le llevan la contraria. Un tipo irascible que tuerce el gesto y pierde los nervios a la menor contrariedad. Un fatuo fascinado por la arboladura de un físico que corona una cabeza vacía de contenido. Un cero a la izquierda intelectualmente hablando. Una ambición de poder sin límites y sin ideología conocida. Un peligro, desde cualquier punto de vista, como presidente del Gobierno."
Francisco Rubiales