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Partidos políticos: divorciados del ciudadano e incompatibles con la democracia



Los partidos políticos se están divorciando de los ciudadanos en todo el mundo y atrincherándose en el Estado, del que se han apropiado. Tras muchas décadas de duda, parecen decididos a dar el paso definitivo hacia el divorcio con la ciudadanía, a la que ya no sirven con prioridad. Los partidos se convierten, poco a poco, en asociaciones de ambiciosos que no se unen para servir, sino para disfrutar del poder y de sus privilegios. El deterioro que padecen los aleja de la democracia y de la ética y está teniendo consecuencias terribles en la convivencia, el liderazgo y el destino del mundo.

Es difícil encontrar algo más antidemocrático que un partido político, un tipo de organización que, por sus leyes internas y comportamiento, se sitúa en las antípodas de la democracia, que no practica la democracia interna y que está acostumbrada al autoritarismo, a reprimir el debate libre, a suprimir el voto de conciencia y a anteponer sus propios intereses al bien común.
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Las consecuencias de ese divorcio entre partidos y ciudadanía son múltiples, pero destacan dos:

La primera es que los partidos y sus políticos gobiernan y deciden de espaldas al pueblo y muchas veces contra la voluntad popular, adoptando decisiones contrarias al bien común y anteponiendo sus propios intereses al interés general, lo que se traduce en impuestos elevados e injustos, despilfarro, endeudamiento público, afición desmedida a los privilegios, leyes que benefician a los políticos y, lo que es peor, una perversa tendencia a considerar al pueblo como el enemigo.

La segunda es que la política y los mismos partidos pierden prestigio y sufren el rechazo y hasta el odio de los ciudadanos, lo que les invalida y deslegitima como instrumentos democráticos.

En teoría, podría existir un partido respetable y capaz de cumplir con sus misiones en democracia, que son, sobre todo, facilitar la participación ciudadana en la política y elevar los deseos e ideas de los ciudadanos hasta el Estado, donde debe defenderlos, pero en la práctica creo que es imposible que un partido, tal como están concebidos y organizados, los cumpla y se mantenga en la democracia y la decencia. La experiencia apoya mi tesis. Para eludir la podredumbre, los partidos deberían someterse a controles externos, renovarse constantemente, limitar la duración de sus cargos, dejar de ser verticales, practicar la democracia interna y el debate, establecer normas éticas internas de gran rigor, evitar la mentira, asumir la libertad, practicar la libertad de conciencia y de voto, etc.. Pero si aceptarán esas normas de salud y limpieza, dejarían de ser partidos políticos y se transformarían en otra cosa muy distinta.

Me he pasado media vida estudiando la democracias y ese estudio me ha obligado a dejar de creer en un viejo principio que cada día se derrumba más: "los partidos son necesarios en democracia".

Los griegos los rechazaban, los romanos los odiaban y nunca los legalizaron, los revolucionarios franceses los prohibieron, los creadores de la democracia americana no los admitían porque decían que defenderían y trabajarían para la "parte", no para el "todo" y porque antepondrían siempre sus intereses los de los ciudadanos. Los partidos, como los conocemos hoy, tienen menos de dos siglos de vigencia y desde su creación han acabado con la democracia, han llenado el planeta de corrupción y de mediocres y han hecho retroceder la política, poniendo en peligro la convivencia, además de promover divisiones y guerras y de embrutecer a los ciudadanos para dominarlos mejor. La lista de fechorías de los partidos, como están concebidos, es brutal. O se suprimen, o se reforman drásticamente, evitando que cometan, una y otra vez, el peor vicio en política, que consiste en anteponer los propios intereses al bien común. La verdadera democracia se orienta hacia el autogobierno de los ciudadanos, no hacia la entronización de un instrumento, como los partidos, que mientras existan impedirán todo lo que les reste poder, desde el autogobierno a la libertad, la participación ciudadana y la demcoracia misma.

La parte siguiente se la copio al polítólogo Carlos R. Hurtado:

"Nuestro sistema político fue configurado por y para partidos, organizaciones artificiales que se crearon y nutrieron de una militancia sin tradición democrática ni de partidos democráticos, lo cual ayudó a que el problema aumentara pues la UCD se nutria de cargos procedentes del franquismo, AP no ocultaba que era la continuidad del franquismo , el PCE era un partido de poco poder y controlado por un Comité Central de viejas glorias dispuestas a conformarse con muy pocas reformas y un PSOE donde los afiliados en su mayoría lo fueron a partir de la muerte de Franco, muchos de ellos hijos de franquistas con ganas de tocar poder como pudo comprobar el propio Alfonso Guerra la noche de la victoria electoral de octubre del 82 cuando la avalancha de afiliados subió como la espuma, entre ellos, los que luego serian procesados como verdaderos delincuentes. Y es que los partidos eran y son un territorio de impunidad donde el mérito lo tienes que dejar al cruzar la puerta, una vez dentro de nada sirve, como en la Legión, tu vida anterior, solo la obediencia y el servilismo son valores en los que apoyar tu ascenso.

Esto, unido al excesivo poder de los partidos hacen de sus cuadros elementos contaminantes del resto de las instituciones donde vayan a ejercer su trabajo, a las que van a trasladar la misma enfermedad contraída en el partido hasta corromperlas o dejarlas en estado de putrefacción. Hoy, gracias a estos agentes patógenos salidos de los partidos no hay institución que se tenga en pie, ni la judicatura, ni el legislativo, ni el Ejecutivo, ni el Consejo de Estado, ni el Tribunal de cuentas, ni la Fiscalía, ni las Cajas de ahorro etc.. todo el edificio sufre aluminosis grave y eso ya no está para seguir parcheando, eso requiere una demolición de los.cimientos para sanear la estructura."

Francisco Rubiales

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Jueves, 23 de Marzo 2017
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