Un Sánchez sometido al globalismo y dependiente de prebostes como Soros, está destrozando España
Con insensibilidad de golfo, Sánchez dice que la pandemia, bajo su liderazgo, ha sido un "acelerador de la modernidad" y de la democracia en España, cuando la verdad es que ha sido una inmensa tragedia para millones de españoles, que han visto morir a miles de familiares y amigos, hundirse la economía, desaparecer la prosperidad, naufragar la educación y retroceder dramáticamente la democracia.
Sánchez le tiene pánico a la verdad porque le condenaría al fracaso y le haría perder el poder. Por eso quiere ocultarla bajo un río de mentiras y engaños, ayudado por medios de comunicación sometidos, a los que riega con abundantes fondos públicos.
La verdad que teme y oculta es que la España que surge de la pandemia está más desunida que antes, es más pobre, está más endeudada, es más injusta, su unidad territorial está más en peligro y han descendido su influencia, peso y prestigio en el mundo, donde sus aliados desconfían del gobierno y lo marginan cada vez que debaten o manejan información sensible.
Lo que Sánchez quiere imponer es la mentira de una España inexistente, que emerge pujante de la pandemia, cuando la verdad es todo lo contrario, que sale herida y seriamente dañada por la gran enfermedad, mal gestionada desde el poder político, con miles de muertes ocultadas, con la sanidad pública asfixiada y con grietas, con la economía en crisis y maltratada por un gobierno lleno de insensatez y codicia, que adopta medidas populistas para ganar votos, a costa de subir impuestos, espantar a las empresas, ahorcar a los autónomos, dañar el futuro, eliminar las ilusiones y convertir a España en el país más problemático de la Unión Europea, sobrepasado ya en renta per cápita por muchos otros que están mejor gobernados.
En su miserable balance, Pedro Sánchez ha ignorado mencionar los dramas que él y su gobierno han provocado, entre ellos el recorte de libertades individuales y una división de España tan brutal que ya hay dos bandos y dos trincheras, no tanto la de los sanchistas y sus enemigos, como las de la España que trabaja y la que vive del saqueo y el reparto del botín, donde se concentran los aliados y votantes del sanchismo y militan los okupas, los subvencionados, los fanáticos de la izquierda, los violentos callejeros, los nacionalistas que odian a España, los antiguos terroristas de BILDU, los que quieren independizar Cataluña, los que reprimen el uso del español y los que prefieren impulsar la pobreza y la ignorancia en la sociedad para gobernarla mejor desde postulados marxistas.
El insensato Sánchez nombra generales sanchistas, coloca a los suyos al frente de la policía, pone las instituciones en manos de su ejército de mediocres sometidos y corrompe todo lo que puede al poder judicial y al pueblo, mientras aprovecha la pandemia para gobernar a golpe de decreto, instaurar estados de alarma condenados por los tribunales como abusivos e ilegales y, con la ayuda de sus medios de comunicación comprados, se apodera del alma de la nación y destruye sin piedad la verdad y los viejos valores que hicieron de España un país pujante, sobre todo del esfuerzo y la ilusión colectiva.
Francisco Rubiales
Sánchez le tiene pánico a la verdad porque le condenaría al fracaso y le haría perder el poder. Por eso quiere ocultarla bajo un río de mentiras y engaños, ayudado por medios de comunicación sometidos, a los que riega con abundantes fondos públicos.
La verdad que teme y oculta es que la España que surge de la pandemia está más desunida que antes, es más pobre, está más endeudada, es más injusta, su unidad territorial está más en peligro y han descendido su influencia, peso y prestigio en el mundo, donde sus aliados desconfían del gobierno y lo marginan cada vez que debaten o manejan información sensible.
Lo que Sánchez quiere imponer es la mentira de una España inexistente, que emerge pujante de la pandemia, cuando la verdad es todo lo contrario, que sale herida y seriamente dañada por la gran enfermedad, mal gestionada desde el poder político, con miles de muertes ocultadas, con la sanidad pública asfixiada y con grietas, con la economía en crisis y maltratada por un gobierno lleno de insensatez y codicia, que adopta medidas populistas para ganar votos, a costa de subir impuestos, espantar a las empresas, ahorcar a los autónomos, dañar el futuro, eliminar las ilusiones y convertir a España en el país más problemático de la Unión Europea, sobrepasado ya en renta per cápita por muchos otros que están mejor gobernados.
En su miserable balance, Pedro Sánchez ha ignorado mencionar los dramas que él y su gobierno han provocado, entre ellos el recorte de libertades individuales y una división de España tan brutal que ya hay dos bandos y dos trincheras, no tanto la de los sanchistas y sus enemigos, como las de la España que trabaja y la que vive del saqueo y el reparto del botín, donde se concentran los aliados y votantes del sanchismo y militan los okupas, los subvencionados, los fanáticos de la izquierda, los violentos callejeros, los nacionalistas que odian a España, los antiguos terroristas de BILDU, los que quieren independizar Cataluña, los que reprimen el uso del español y los que prefieren impulsar la pobreza y la ignorancia en la sociedad para gobernarla mejor desde postulados marxistas.
El insensato Sánchez nombra generales sanchistas, coloca a los suyos al frente de la policía, pone las instituciones en manos de su ejército de mediocres sometidos y corrompe todo lo que puede al poder judicial y al pueblo, mientras aprovecha la pandemia para gobernar a golpe de decreto, instaurar estados de alarma condenados por los tribunales como abusivos e ilegales y, con la ayuda de sus medios de comunicación comprados, se apodera del alma de la nación y destruye sin piedad la verdad y los viejos valores que hicieron de España un país pujante, sobre todo del esfuerzo y la ilusión colectiva.
Francisco Rubiales