El futuro limpio y decente que esperamos y que España se merece no puede llegar si antes no se han desmitificado las estafas y engaños del pasado, sobre todo la Trancisión, que fue una de las operaciones más sucias e indecentes perpetradas contra un pueblo que pecó de inocencia temeraria y candidez suicida.
El advenimiento del futuro exige acabar con las mentiras del pasado y con sus artífices, que son los dos grandes partidos políticos (PP y PSOE), a los que hay que agregar, por justicia a los comunistas y a los nacionalistas, que se prestaron a la estafa y extrajeron muchos beneficios de aquella operación engañosa.
A muchos españoles les costará mucho asumir que la Transición fue una estafa porque los políticos y los medios de comunicación les han dicho mil veces que aquello fue un ejemplo mundial de tránsito pacífico desde la dictadura a la democracia. Sin embargo, les bastaría analizar que si aquella Transición fue tan buena como dicen, ¿por qué el sistema surgido de ella es hoy el más corrupto de Europa, el que tiene más coches oficiales, el que tiene su democracia más deteriorada, el que más odia a sus políticos, el mas endeudado y el que tiene más políticos haciendo cola ante los tribunales por delitos como prevaricación, cohecho, robo y muchos tipos de abuso de poder? ¿Acaso los signos visibles del sistema español, como el auge del separatismo en muchas regiones, la corrupción descontrolada, el divorcio entre ciudadanos y políticos, el rechazo a los partidos y el desprestigio creciente de la democracia no denotan podredumbre y fracaso?
Aquí no se ha modificado nada desde 1978, salvo dos o tres puntos de la Constitución, exigidos desde el poder internacional dominante y cambiados con nocturnidad y alevosía. Todo lo demás ha quedado inmóvil, como una roca, fiel a los intereses de los que esculpieron la gran estafa.
Aquel monolito si que lo tenía todo atado y bien atado. El gran fallo de aquel sistema, que consagraba una democracia falsa, sin ciudadanos, era que los políticos y sus partidos carecían de controles, frenos y contrapesos, que son la esencia de toda democracia, sin los cuales el poder se hace monstruo y equivale a impunidad, tiranía, corrupción y abuso de poder garantizados.
Da igual que se vote al PP o al PSOE, a la izquierda, a la derecha o a los nuevos partidos alternativos, con buena voluntad o sin ella, con la nariz tapada o con la candidez de los idiotas. El resultado siempre es un partido o una coalición en el poder, sin controles ni frenos suficientes, sin participación ciudadana, sin leyes que generen respeto, gobernando como tiranos, sin rendir cuentas a nadie y sin que los ciudadanos estén bien representados y protegidos.
Nada va a cambiar en España hasta que ocurran dos cosas: la primera es que se descubra y condene la estafa de la Transición, que fue una gigantesca operación de engaño y sometimiento de todo un pueblo a unos partidos que nacieron corrompidos y sin un gramo de democracia en sus venas; la segunda es que el pueblo se rebele pacíficamente y, como es propio en las democracia, acose al gobierno y lo obligue a cambiar, por las buenas o por las malas, porque la soberanía, a pesar de que ellos se hayan apoderado del Estado, sigue siendo del pueblo.
Solo entonces, cuando hagamos aflorar la verdad, condenemos la mentira y desterremos del poder a los estafadores, España podrá tener futuro, decencia y dignidad como país.
Francisco Rubiales
El advenimiento del futuro exige acabar con las mentiras del pasado y con sus artífices, que son los dos grandes partidos políticos (PP y PSOE), a los que hay que agregar, por justicia a los comunistas y a los nacionalistas, que se prestaron a la estafa y extrajeron muchos beneficios de aquella operación engañosa.
A muchos españoles les costará mucho asumir que la Transición fue una estafa porque los políticos y los medios de comunicación les han dicho mil veces que aquello fue un ejemplo mundial de tránsito pacífico desde la dictadura a la democracia. Sin embargo, les bastaría analizar que si aquella Transición fue tan buena como dicen, ¿por qué el sistema surgido de ella es hoy el más corrupto de Europa, el que tiene más coches oficiales, el que tiene su democracia más deteriorada, el que más odia a sus políticos, el mas endeudado y el que tiene más políticos haciendo cola ante los tribunales por delitos como prevaricación, cohecho, robo y muchos tipos de abuso de poder? ¿Acaso los signos visibles del sistema español, como el auge del separatismo en muchas regiones, la corrupción descontrolada, el divorcio entre ciudadanos y políticos, el rechazo a los partidos y el desprestigio creciente de la democracia no denotan podredumbre y fracaso?
Aquí no se ha modificado nada desde 1978, salvo dos o tres puntos de la Constitución, exigidos desde el poder internacional dominante y cambiados con nocturnidad y alevosía. Todo lo demás ha quedado inmóvil, como una roca, fiel a los intereses de los que esculpieron la gran estafa.
Aquel monolito si que lo tenía todo atado y bien atado. El gran fallo de aquel sistema, que consagraba una democracia falsa, sin ciudadanos, era que los políticos y sus partidos carecían de controles, frenos y contrapesos, que son la esencia de toda democracia, sin los cuales el poder se hace monstruo y equivale a impunidad, tiranía, corrupción y abuso de poder garantizados.
Da igual que se vote al PP o al PSOE, a la izquierda, a la derecha o a los nuevos partidos alternativos, con buena voluntad o sin ella, con la nariz tapada o con la candidez de los idiotas. El resultado siempre es un partido o una coalición en el poder, sin controles ni frenos suficientes, sin participación ciudadana, sin leyes que generen respeto, gobernando como tiranos, sin rendir cuentas a nadie y sin que los ciudadanos estén bien representados y protegidos.
Nada va a cambiar en España hasta que ocurran dos cosas: la primera es que se descubra y condene la estafa de la Transición, que fue una gigantesca operación de engaño y sometimiento de todo un pueblo a unos partidos que nacieron corrompidos y sin un gramo de democracia en sus venas; la segunda es que el pueblo se rebele pacíficamente y, como es propio en las democracia, acose al gobierno y lo obligue a cambiar, por las buenas o por las malas, porque la soberanía, a pesar de que ellos se hayan apoderado del Estado, sigue siendo del pueblo.
Solo entonces, cuando hagamos aflorar la verdad, condenemos la mentira y desterremos del poder a los estafadores, España podrá tener futuro, decencia y dignidad como país.
Francisco Rubiales
Comentarios: