Las grandes novedades en las elecciones gallegas y vascas han sido la victoria de los que gobernaban (PP y PNV), que refuerzan su poder en Galicia y el País Vasco, respectivamente; el potente incremento de votos nacionalistas e independentistas, con subidas notables del BNG, en Galicia, y de BILDU en el País Vasco; la inmensa derrota de Podemos, que pierde la mitad de sus apoyos en Euskadi y desaparece del parlamento en Galicia, el estancamiento, que sabe a derrota, del socialismo en ambos territorios, sin que haya podido recoger los muchos votos perdidos por Podemos; y la debilidad de VOX, que sólo ha conseguido un escaño en Euskadi, por Vitoria, perdiendo ya el empuje ilusionante que tenía en el pasado reciente.
Pero quizás el fenómeno más destacable en estas elecciones ha sido el auge del nacionalismo, sobre todo en el País Vasco, donde supera los dos tercios del Parlamento, obra también y responsabilidad del pésimo gobierno de Pedro Sánchez, que está dando alas a los nacionalistas en toda España, un hecho que también dará la cara en Cataluña, Valencia, Navarra y Baleares, cuando se abran allí las urnas.
El resultado ha sido agridulce para el PP porque su gran victoria gallega ha quedado mermada con la derrota en el País Vasco, donde, a pesar de ir unido a Ciudadanos, ha perdido escaños y se queda con sólo 5, una presencia insignificante.
Pablo Casado cosecha un resultado amargo porque el triunfo gallego es personal de Feijóo y el fracaso en Euskadi le debilita. A partir de ahora, la sombra de Feijóo se hará más larga y molesta para la dirección nacional del PP, que tendrá que distanciarse, con todas sus consecuencias, si quiere sobrevivir y dar batalla, del pragmatismo desideologizado de Feijóo, heredero de la pasividad colaboracionista con la izquierda del nefasto Rajoy.
Sanchez, Casado, Arrimadas y sobre todo Pablo Iglesias se debilitan tras las elecciones de ayer y la tendencia a retornar al bipartidismo se acentúa, mientras que el impulso de VOX, que era salvaje y fresco en el pasado, se ralentiza, una vez que los españoles han descubierto que VOX no era un vendaval sino sólo un nuevo partido político. Abascal y su equipo tendrán que analizar su política y deberán recuperar la fuerza y capacidad de generar ilusión que el partido está perdiendo.
La derrota es especialmente procupante para Podemos y para el liderazgo de Pablo Iglesias, cuya imagen es cada día más la de un vicepresidente abandonado por sus votantes, sin otro poder que el que le ha regalado se "socio" Pedro Sánchez, que esperaba heredar los votos perdido por Podemos, pero que no ha logrado atraer a ninguno.
España es también la gran derrotada porque el nacionalismo, el independentismo y el odio antiespañol crecen en las dos autonomías y los partidos que representan esa tendencia, BNG y BILDU, crecen espectacularmente, lo que significa que el peligro de ruptura de España ha aumentado, otro daño que añadir a los muchos que ya acumula el actual gobierno socialista-comunista.
Francisco Rubiales
Pero quizás el fenómeno más destacable en estas elecciones ha sido el auge del nacionalismo, sobre todo en el País Vasco, donde supera los dos tercios del Parlamento, obra también y responsabilidad del pésimo gobierno de Pedro Sánchez, que está dando alas a los nacionalistas en toda España, un hecho que también dará la cara en Cataluña, Valencia, Navarra y Baleares, cuando se abran allí las urnas.
El resultado ha sido agridulce para el PP porque su gran victoria gallega ha quedado mermada con la derrota en el País Vasco, donde, a pesar de ir unido a Ciudadanos, ha perdido escaños y se queda con sólo 5, una presencia insignificante.
Pablo Casado cosecha un resultado amargo porque el triunfo gallego es personal de Feijóo y el fracaso en Euskadi le debilita. A partir de ahora, la sombra de Feijóo se hará más larga y molesta para la dirección nacional del PP, que tendrá que distanciarse, con todas sus consecuencias, si quiere sobrevivir y dar batalla, del pragmatismo desideologizado de Feijóo, heredero de la pasividad colaboracionista con la izquierda del nefasto Rajoy.
Sanchez, Casado, Arrimadas y sobre todo Pablo Iglesias se debilitan tras las elecciones de ayer y la tendencia a retornar al bipartidismo se acentúa, mientras que el impulso de VOX, que era salvaje y fresco en el pasado, se ralentiza, una vez que los españoles han descubierto que VOX no era un vendaval sino sólo un nuevo partido político. Abascal y su equipo tendrán que analizar su política y deberán recuperar la fuerza y capacidad de generar ilusión que el partido está perdiendo.
La derrota es especialmente procupante para Podemos y para el liderazgo de Pablo Iglesias, cuya imagen es cada día más la de un vicepresidente abandonado por sus votantes, sin otro poder que el que le ha regalado se "socio" Pedro Sánchez, que esperaba heredar los votos perdido por Podemos, pero que no ha logrado atraer a ninguno.
España es también la gran derrotada porque el nacionalismo, el independentismo y el odio antiespañol crecen en las dos autonomías y los partidos que representan esa tendencia, BNG y BILDU, crecen espectacularmente, lo que significa que el peligro de ruptura de España ha aumentado, otro daño que añadir a los muchos que ya acumula el actual gobierno socialista-comunista.
Francisco Rubiales