Usted, desocupado lector, poseedor de una memoria prodigiosa, rayana con la de Funes, el personaje apócrifo que fuera pergeñado por el caletre imaginativo o pesquis soñador de Jorge Luis Borges; experto en mitología grecolatina, no habrá olvidado ni siquiera los pormenores de una de las versiones más conocidas del mito clásico de Acteón, que podemos comprimir y reducir al lugar común, paradigma, tema o típico tópico literario del cazador cazado. Lo rememoraré una vez más, sucintamente, para los no iniciados: Acteón, habiendo salido de caza con su jauría, sorprendió a Artemisa/Diana, desnuda, en el baño. La diosa, enojada, castigó tamaña torpeza convirtiendo al imprudente cazador en ciervo, que, tras la rauda metamorfosis, murió devorado por sus propios canes, que no reconocieron a su amo.
Bueno, a lo que voy, que no es otra cosa que airear o contar, por si hay alguien por ahí que todavía no se ha enterado, esto, que Pere Navarro, director general de Tráfico, ha viajado en su coche oficial saltándose el conductor del mismo a la torera y varias veces (y en más de un tercio) los límites permitidos de velocidad. Las cámaras de Antena 3 han sido fieles testigos presenciales de ello. Lo lógico y normal en un país civilizado, democrático, es que el bochorno o la vergüenza ante tan irrebatible argumento y/o abatible remoquete hubiera provocado la inmediata dimisión del (ir)responsable de turno o, en su defecto, ya que esto aún no se ha producido o sucedido, la oportuna decisión, adoptada por su superior jerárquico, de que el susodicho, por sus clamorosas y manifiestas faltas de coherencia y pericia, cesara fulminantemente en el cargo.
–Ya, ya (o ja, ja; me comenta, zumbón, mi amigo del alma, Emilio González, “Metomentodo”); pues aquí no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro, querido Otramotro.
–Así es; no te falta razón. En esta piel de toro puesta a secar al sol, que hoy vuelve a calentar lo suyo (le contesto), algunos ciudadanos, amén de jugar con dos barajas, una para ganar y otra para no perder, quiero decir, usar una doble moral, rasero o vara de medir, ser unos hipócritas de tomo y lomo, en resumen o suma, tienen tanta cara como la que, proverbialmente, mi señor padre solía adjudicarle al Papa Alejandro VI, don Rodrigo de Borgia/Borja.
–Considero que en este caso deben depurarse responsabilidades cuanto antes, sin más absurdos dilatorios.
–Sin duda. Pues, de lo contrario, el esperpento arraigará, estará a la orden del día, se instalará en la vida pública española. Y a nadie le extrañará un pelo, verbigracia, que al próximo mandamás que sea pillado in fraganti, con las manos en la masa, se le ocurra aducir el irrefutable razonamiento (que no miento) de que “yo también me sumo o agarro a la prebenda o el privilegio que goza Navarro”. Porque me parece una verdad incuestionable, como un templo, colosal, ciclópea, no me cansa recordar lo que dijo y dejó escrito en letras de molde Anne Dudley Bradstreet, que “la autoridad sin sabiduría es como un pesado cincel sin filo; sólo sirve para abollar, no para esculpir”.
(Coda: Aunque tengo para mí que huelga apuntarlo, contra la persona del ciudadano de a pie Pere Navarro, a quien no tengo el gusto de conocer, no tengo nada de nada; que conste.)
Ángel Sáez García
Bueno, a lo que voy, que no es otra cosa que airear o contar, por si hay alguien por ahí que todavía no se ha enterado, esto, que Pere Navarro, director general de Tráfico, ha viajado en su coche oficial saltándose el conductor del mismo a la torera y varias veces (y en más de un tercio) los límites permitidos de velocidad. Las cámaras de Antena 3 han sido fieles testigos presenciales de ello. Lo lógico y normal en un país civilizado, democrático, es que el bochorno o la vergüenza ante tan irrebatible argumento y/o abatible remoquete hubiera provocado la inmediata dimisión del (ir)responsable de turno o, en su defecto, ya que esto aún no se ha producido o sucedido, la oportuna decisión, adoptada por su superior jerárquico, de que el susodicho, por sus clamorosas y manifiestas faltas de coherencia y pericia, cesara fulminantemente en el cargo.
–Ya, ya (o ja, ja; me comenta, zumbón, mi amigo del alma, Emilio González, “Metomentodo”); pues aquí no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro, querido Otramotro.
–Así es; no te falta razón. En esta piel de toro puesta a secar al sol, que hoy vuelve a calentar lo suyo (le contesto), algunos ciudadanos, amén de jugar con dos barajas, una para ganar y otra para no perder, quiero decir, usar una doble moral, rasero o vara de medir, ser unos hipócritas de tomo y lomo, en resumen o suma, tienen tanta cara como la que, proverbialmente, mi señor padre solía adjudicarle al Papa Alejandro VI, don Rodrigo de Borgia/Borja.
–Considero que en este caso deben depurarse responsabilidades cuanto antes, sin más absurdos dilatorios.
–Sin duda. Pues, de lo contrario, el esperpento arraigará, estará a la orden del día, se instalará en la vida pública española. Y a nadie le extrañará un pelo, verbigracia, que al próximo mandamás que sea pillado in fraganti, con las manos en la masa, se le ocurra aducir el irrefutable razonamiento (que no miento) de que “yo también me sumo o agarro a la prebenda o el privilegio que goza Navarro”. Porque me parece una verdad incuestionable, como un templo, colosal, ciclópea, no me cansa recordar lo que dijo y dejó escrito en letras de molde Anne Dudley Bradstreet, que “la autoridad sin sabiduría es como un pesado cincel sin filo; sólo sirve para abollar, no para esculpir”.
(Coda: Aunque tengo para mí que huelga apuntarlo, contra la persona del ciudadano de a pie Pere Navarro, a quien no tengo el gusto de conocer, no tengo nada de nada; que conste.)
Ángel Sáez García