Parece que ha llegado la hora de reconocer, abierta y objetivamente, que el balance de Zapatero como presidente del gobierno de España es terrible. Internacionalmente, los hechos recientes demuestran que España se acerca al aislamiento que padeció en la peor etapa franquista. En el plano interior, bajo el mandato de Zapatero, España avanza con decisión hacia su ruina económica, tras haber consolidado su degradación política y moral. Han retrocedido los valores, hemos perdido cohesión como pueblo, se ha deteriorado la convivencia, la sociedad es más desigual e injusta, hemos fracasado en la enseñanza, hemos construido un Estado monstruoso e insostenible, poblado de cientos de miles de enchufados del poder, gente ociosa, inútil y costosa, y hemos desprestigiado el sistema democrático hasta límites preocupantes.
También parece llegada la hora de recordar su responsabilidad en el drama de España a los que eligieron a Zapatero en las urnas para que llevara el timón de España entre 2008 y 2012, un periodo que se perfila como uno de los más largos, decepcionantes y dramáticos de la historia moderna de España.
Tengo un amigo sevillano, valioso humanista y profesor de instituto, que no cesa de repetir que "España está postrada, hundiendose política, moral y económicamente, porque once millones de alpargateros han votado a un inepto como Zapatero".
Cada vez que le escucho le hago dos réplicas: la primera que no todos los que han votado a ZP son alpargateros porque también hay gente bienintencionada y otros que han preferido votarle con la nariz tapada antes que apoyar una derecha voluble, arrogante e incapaz de defender sus principios; y la segunda que la democracia conlleva ese riesgo y que hay que asumir que la mayoría pueda equivocarse e, incluso, que ese error nos lleve a la ruína porque la otra opción es el totalitarismo, que es peor.
Él me responde que está de acuerdo con las dos réplicas, pero siempre que las mayorías y las minorías sean naturales y siempre que el juego político no este manipulado y pervertido por los políticos. Agrega que "los alpargateros no son algo natural en la sociedad española, sino el producto de la manipulación, del engaño y de la perversión de una política que teme a los ciudadanos libres y que prefiere crear víctimas descerebradas de la incultura y la desinformación". Y culmina el análisis rotundo: "Además, ZP nos está conduciendo hacia un totalitarismo blando, quizás más peligroso que el violento".
Mi amigo afirma que "regiones como Andalucía, Extremadura y Castilla la Mancha son auténticas fábricas de "alpargateros", mientras que el nacionalismo, en Cataluña, el País Vasco, Baleares y Galicia, crea descerebrados de otro tipo, también conscientemente, para nutrirse de votos y de esclavos".
Y concluye: "los partidos políticos y sus profesionales de la política son los mayores enemigos de la democracia y el mayor obstáculo para la convivencia y el verdadero progreso de España". "Si no se les frena pronto, terminarán llevándonos al desastre", concluye.
Reconozco que, a la vista de los acontecimientos y ante la evidencia del fracaso de España en los ámbitos interno e internacional, muchos empezamos a compartir las tesis de mi amigo, sobre todo la de las "fábricas de alpargateros" que, de hecho, funcionan consciente y sistemáticamente en algunas autonomías españolas.
También parece llegada la hora de recordar su responsabilidad en el drama de España a los que eligieron a Zapatero en las urnas para que llevara el timón de España entre 2008 y 2012, un periodo que se perfila como uno de los más largos, decepcionantes y dramáticos de la historia moderna de España.
Tengo un amigo sevillano, valioso humanista y profesor de instituto, que no cesa de repetir que "España está postrada, hundiendose política, moral y económicamente, porque once millones de alpargateros han votado a un inepto como Zapatero".
Cada vez que le escucho le hago dos réplicas: la primera que no todos los que han votado a ZP son alpargateros porque también hay gente bienintencionada y otros que han preferido votarle con la nariz tapada antes que apoyar una derecha voluble, arrogante e incapaz de defender sus principios; y la segunda que la democracia conlleva ese riesgo y que hay que asumir que la mayoría pueda equivocarse e, incluso, que ese error nos lleve a la ruína porque la otra opción es el totalitarismo, que es peor.
Él me responde que está de acuerdo con las dos réplicas, pero siempre que las mayorías y las minorías sean naturales y siempre que el juego político no este manipulado y pervertido por los políticos. Agrega que "los alpargateros no son algo natural en la sociedad española, sino el producto de la manipulación, del engaño y de la perversión de una política que teme a los ciudadanos libres y que prefiere crear víctimas descerebradas de la incultura y la desinformación". Y culmina el análisis rotundo: "Además, ZP nos está conduciendo hacia un totalitarismo blando, quizás más peligroso que el violento".
Mi amigo afirma que "regiones como Andalucía, Extremadura y Castilla la Mancha son auténticas fábricas de "alpargateros", mientras que el nacionalismo, en Cataluña, el País Vasco, Baleares y Galicia, crea descerebrados de otro tipo, también conscientemente, para nutrirse de votos y de esclavos".
Y concluye: "los partidos políticos y sus profesionales de la política son los mayores enemigos de la democracia y el mayor obstáculo para la convivencia y el verdadero progreso de España". "Si no se les frena pronto, terminarán llevándonos al desastre", concluye.
Reconozco que, a la vista de los acontecimientos y ante la evidencia del fracaso de España en los ámbitos interno e internacional, muchos empezamos a compartir las tesis de mi amigo, sobre todo la de las "fábricas de alpargateros" que, de hecho, funcionan consciente y sistemáticamente en algunas autonomías españolas.
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