Dudo que lo hagan, pero nuestros políticos deberían ver la película “Alatriste” con la mente abierta, sin prejuicios, y aprender de ella, tanto ZP y sus muchachos, esos que hoy se aferran al gobierno con zarpa de hierro, como aquellos políticos de la oposición empeñados en dispersar ácido por doquier, como ocurría en aquella España del Conde Duque de Olivares, en el decadente siglo XVII, durante el reinado del triste Felipe IV,
Si se dejan impregnar por la película, sin los filtros habituales que suelen interponer entre ellos y la verdad, lo que es difícil tratándose de gente de partido y predadores del poder, descubrirían que aquella España del Conde-Duque se parece mucho a la de hoy, con una sociedad injusta y desigual, con un poder plagado de corrupción y con una casta de poderosos, entonces nobles y hoy políticos profesionales, generadora de decadencia, afincada en la cúspide, cargada de privilegios y enfrascada en rencillas, venganzas, reyertas y una vergonzosa lucha por el poder, a espada y cuchillo corto.
Era tan igual aquella España a la nuestra que hasta también entonces se rebelaron los catalanes contra el poder central, como se queja Olivares al final de la película, algo que ocurre siempre que los del nordeste español vislumbran debilidades en Madrid y perciben una posible cosecha de privilegios y de ventajas insolidarias.
Pero en la película se descubre que había una diferencia clave y sustancial a favor de aquella España del Siglo de Oro, donde también se practicaba la censura y se compraba o castraba la mente de los intelectuales (Quevedo): subsistía entonces un alto y noble sentido de lo español y un gran orgullo patrio, un sentimiento que se refleja en el final epopéyico del film, quizás lo mejor de la cinta, cuando un tercio español, cargado de experiencia y de victorias, es aniquilado sin rendirse, sólo “porque este es un tercio español”, sentimiento admirable que refleja un orgullo patrio y un concepto de nación histórica que ahora, en nuestros días, está siendo liquidado por un grupo canceroso que ha anidado en el poder político, integrado por una mezcla de cobardes, falsos progresistas, amigos de sarracenos, gente sin ideología y por predadores corruptos que prefieren ver morir a la nación con tal de mantenerse ellos en el poder.
Si se dejan impregnar por la película, sin los filtros habituales que suelen interponer entre ellos y la verdad, lo que es difícil tratándose de gente de partido y predadores del poder, descubrirían que aquella España del Conde-Duque se parece mucho a la de hoy, con una sociedad injusta y desigual, con un poder plagado de corrupción y con una casta de poderosos, entonces nobles y hoy políticos profesionales, generadora de decadencia, afincada en la cúspide, cargada de privilegios y enfrascada en rencillas, venganzas, reyertas y una vergonzosa lucha por el poder, a espada y cuchillo corto.
Era tan igual aquella España a la nuestra que hasta también entonces se rebelaron los catalanes contra el poder central, como se queja Olivares al final de la película, algo que ocurre siempre que los del nordeste español vislumbran debilidades en Madrid y perciben una posible cosecha de privilegios y de ventajas insolidarias.
Pero en la película se descubre que había una diferencia clave y sustancial a favor de aquella España del Siglo de Oro, donde también se practicaba la censura y se compraba o castraba la mente de los intelectuales (Quevedo): subsistía entonces un alto y noble sentido de lo español y un gran orgullo patrio, un sentimiento que se refleja en el final epopéyico del film, quizás lo mejor de la cinta, cuando un tercio español, cargado de experiencia y de victorias, es aniquilado sin rendirse, sólo “porque este es un tercio español”, sentimiento admirable que refleja un orgullo patrio y un concepto de nación histórica que ahora, en nuestros días, está siendo liquidado por un grupo canceroso que ha anidado en el poder político, integrado por una mezcla de cobardes, falsos progresistas, amigos de sarracenos, gente sin ideología y por predadores corruptos que prefieren ver morir a la nación con tal de mantenerse ellos en el poder.