Es difícil interpretar el concepto de fascista, dada la tergiversación que existe y que a nadie le interesa definirlo bien porque así, sin definir, sirve para lanzarlo contra el adversario como ofensa y descalificación eficaz. Pero, si analizamos con precisión, Europa está plagada de falsos demócratas que en realidad son fascistas de pleno derecho, pues ignoran al pueblo y hacen lo contrario de lo que dicen y prometen.
Sirva como ejemplo los incumplimientos de las promesas electorales que han vivido recientemente los españoles, a los que se les dijo que no subirían los impuestos, que el Estado se reduciría y que la corrupción sería fustigada con decisión, mentiras que se incumplieron cuando Rajoy llegó al poder. Eso es puro fascismo, aunque travestido de democracia.
Donald Trump tiene unas ciertas ideas claras y las aplica. Podrán gustar más o menos, pero es coherente con lo que dice. Se podrá equivocar pero no engaña a nadie. Puede que sus formas bruscas y nada diplomáticas ni hipócritas confundan y inclinen a sospechar que es un autoritario, pero, por el momento, no hay constancia de fascismo, mientras que si existen en muchos de los que le condenan.
Naturalmente habrá que esperar y que pase el tiempo para ver si lo que Trump dice lo cumple y si lo que cumple es beneficioso para su país, no para nosotros. Él entiende que se debe a su país, no a los otros países. Pero los políticos europeos son distintos porque afirman que se deben a la Humanidad, más que a sus votantes, cuando en realidad solo gobiernan para ellos mismos y sus aliados millonarios. Y así nos va.
El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. En la doctrina fascista, el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo. Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado. Descendiendo a lo comprensible, el fascismo es el dominio absoluto del Estado y de sus gestores (los políticos) sobre la voluntad popular.
La campaña mediática contra Trump es feroz, como nunca contra ningún presidente norteamericano. Lo presentan como un híbrido de monstruo, tiburón y buitre. Pero la verdad es que nadie sabe quien es más buitre si el que prohíbe la entrada a personas de ciertos países, pero no a los cristianos perseguidos, o los políticos europeos que, recurriendo al miedo, han patrocinado una invasión de "refugiados" que tienen amedrentada y sometida a la población, como le gusta a las clases políticas realmente fascistas.
Pronto llegará el momento decisivo, cuando las urnas se abran en Alemania, Francia y Holanda, donde los partidos que los medios sometidos llaman de "extrema derecha" crecen como la espuma. Esos partidos, en realidad son partidos de derecha con prioridades nacionales y desprecio a la vieja política, pero en modo alguno extremistas y nazis, como son presentados ante la sociedad.
El objetivo de la clase política europea que ahora gobierna, compañeros de camada de Obama y Hillary Clinton, es denigrar y desprestigiar a Trump para que no se convierta en un faro que ilumine e impulse la disidencia en Europa y que empuje a los nuevos partidos. Si en Francia gana Le Pen y si en Alemania expulsan a la Merkel, la sombra de Trump habrá cubierto el viejo continente y la reacción popular habrá derrotado, como acaba de ocurrir en Estados Unidos, a esa vieja política hipócrita y "progre" que habla y no hace nada para solucionar los problemas, que se olvida de sus ciudadanos y que sólo consigue que prosperen los políticos y sus amigos.
El mundo, gracias a la irrupción de Trump, vive momentos de intenso cambio gracias a que los ciudadanos, adormecidos y conformados hasta ahora por el dominio de la socialdemocracia y de la derecha contagiada de intervencionismo y mentira, se están rebelando y no quieren más charlatanes, ni tramposos que prometen soluciones y, cuando llegan al poder, gobiernan como fascistas, como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, sin rendir cuentas jamás a sus ciudadanos, engañándolos y aplastando sueños e ilusiones populares de justicia y verdadero progreso.
Francisco Rubiales
Sirva como ejemplo los incumplimientos de las promesas electorales que han vivido recientemente los españoles, a los que se les dijo que no subirían los impuestos, que el Estado se reduciría y que la corrupción sería fustigada con decisión, mentiras que se incumplieron cuando Rajoy llegó al poder. Eso es puro fascismo, aunque travestido de democracia.
Donald Trump tiene unas ciertas ideas claras y las aplica. Podrán gustar más o menos, pero es coherente con lo que dice. Se podrá equivocar pero no engaña a nadie. Puede que sus formas bruscas y nada diplomáticas ni hipócritas confundan y inclinen a sospechar que es un autoritario, pero, por el momento, no hay constancia de fascismo, mientras que si existen en muchos de los que le condenan.
Naturalmente habrá que esperar y que pase el tiempo para ver si lo que Trump dice lo cumple y si lo que cumple es beneficioso para su país, no para nosotros. Él entiende que se debe a su país, no a los otros países. Pero los políticos europeos son distintos porque afirman que se deben a la Humanidad, más que a sus votantes, cuando en realidad solo gobiernan para ellos mismos y sus aliados millonarios. Y así nos va.
El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. En la doctrina fascista, el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo. Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado. Descendiendo a lo comprensible, el fascismo es el dominio absoluto del Estado y de sus gestores (los políticos) sobre la voluntad popular.
La campaña mediática contra Trump es feroz, como nunca contra ningún presidente norteamericano. Lo presentan como un híbrido de monstruo, tiburón y buitre. Pero la verdad es que nadie sabe quien es más buitre si el que prohíbe la entrada a personas de ciertos países, pero no a los cristianos perseguidos, o los políticos europeos que, recurriendo al miedo, han patrocinado una invasión de "refugiados" que tienen amedrentada y sometida a la población, como le gusta a las clases políticas realmente fascistas.
Pronto llegará el momento decisivo, cuando las urnas se abran en Alemania, Francia y Holanda, donde los partidos que los medios sometidos llaman de "extrema derecha" crecen como la espuma. Esos partidos, en realidad son partidos de derecha con prioridades nacionales y desprecio a la vieja política, pero en modo alguno extremistas y nazis, como son presentados ante la sociedad.
El objetivo de la clase política europea que ahora gobierna, compañeros de camada de Obama y Hillary Clinton, es denigrar y desprestigiar a Trump para que no se convierta en un faro que ilumine e impulse la disidencia en Europa y que empuje a los nuevos partidos. Si en Francia gana Le Pen y si en Alemania expulsan a la Merkel, la sombra de Trump habrá cubierto el viejo continente y la reacción popular habrá derrotado, como acaba de ocurrir en Estados Unidos, a esa vieja política hipócrita y "progre" que habla y no hace nada para solucionar los problemas, que se olvida de sus ciudadanos y que sólo consigue que prosperen los políticos y sus amigos.
El mundo, gracias a la irrupción de Trump, vive momentos de intenso cambio gracias a que los ciudadanos, adormecidos y conformados hasta ahora por el dominio de la socialdemocracia y de la derecha contagiada de intervencionismo y mentira, se están rebelando y no quieren más charlatanes, ni tramposos que prometen soluciones y, cuando llegan al poder, gobiernan como fascistas, como si tuvieran un cheque en blanco en el bolsillo, sin rendir cuentas jamás a sus ciudadanos, engañándolos y aplastando sueños e ilusiones populares de justicia y verdadero progreso.
Francisco Rubiales