Aunque hayan abrazado algo parecido al peor fascismo, intolerante y totalitario, hayan violado la ley y sus líderes sean cualquier cosa menos ejemplares, no todo es condenable en el independentismo catalán. Aunque no nos guste su desafío, condenable porque el nuevo mundo que quieren construir está sostenido por columnas indeseables como la corrupción, la falsedad y el odio, los independentistas superan a los aborregados y acobardados españoles en algunas actitudes que son vitales para la libertad, la democracia y la salud de los pueblos: la voluntad de enfrentarse a un Estado corrupto, decadente y escasamente democrático, como el español, la fe en un ideal común independentista y el firme deseo de construir un mundo más justo y decente que el reinante en la actual España, aunque el camino que han elegido sea poco edificante y lleno de defectos y carencias.
Si los catalanes, en lugar de haber optado por seguir a políticos que hasta podrían superar a los españoles en sus vicios de corrupción, abuso de poder y mentiras, hubieran planteado ante los españoles su deseo irrenunciable de reformar la nación y expulsar del poder a los corruptos y mediocres que nos han construido esta España carente de justicia, democracia y decencia, millones de españoles, descontentos con el sucio mundo que nos han construido el PSOE y el PP, les habríamos apoyado y seguido.
Si somos objetivos, los españoles tenemos que reconocer que si millones de catalanes quieren independizarse y luchan para conseguirlo como están luchando, incluso arriesgando su seguridad y prosperidad, es porque el deseo de independencia es muy fuerte. Ellos llenan las calles y hasta son capaces de viajar en masa a Bruselas para defender sus ideas, pero en España los ciudadanos siguen votando a partidos corruptos y sólo se movilizan por el fútbol. Se mire como se mire, España no ha sabido ser lo bastante atractiva como nación para cautivar a los independentistas, ni siquiera a sus propios ciudadanos, que señalan a los políticos en las encuestas como uno de los peores dramas del país. En buena ley, hay que asumir que el actual drama catalán es uno de los mayores fracasos de España como nación y Estado.
Una parte importante de la sociedad catalana merece ser envidiada por ser la única en España dispuesta a luchar por unas metas e ideales. Ellos desean fervientemente la independencia y luchan para conseguirla, mientras que el resto de los españoles carecen de ilusiones, objetivos y metas comunes. La otra mitad de Cataluña también está asumiendo objetivos y metas comunes, como mantener la unidad de España y crear una sociedad más justa y decente que la que perciben en el horizonte, si los independentistas ganan la partido e imponen el nacionalismo excluyente y destructor.
Que nadie olvide que la existencia de objetivos y metas comunes es lo que hacen de un pueblo una nación.
Mientras tanto, frente a la Cataluña efervescente y viva, el resto de España sigue en letargo, acobardada y presa de una política pobre y desangelada, con un pueblo que es incapaz de enfrentarse a la injusticia, a la corrupción, a los privilegios inmerecidos de la clase política y a actuaciones tan deplorables y sucias como el despilfarro, la ruina del sistema de pensiones, el endeudamiento enloquecido, la ruptura de la igualdad que consagra la Constitución, el desempleo, el empleo precario, la falta de horizontes y esperanzas para los jóvenes y el cobro de unos impuestos injustos y desproporcionados, que la clase política reclama por la fuerza, no para mantener servicios de calidad, sino para financiar el lamentable y gigantesco Estado que ellos han construido, dividido en Taifas gobernadas por sátrapas y con más políticos cobrando del Estado (casi medio millón), casi todos innecesarios, más que Francia, Alemania e Inglaterra juntos.
De los independentistas hay que rechazar su desprecio de las leyes, su clase dirigente corrompida e indeseable y sus excesos en el odio y el desprecio supremacista, pero hay que envidiar su fe en sus ideas y su capacidad de luchar contra un Estado que nos avengüenza a todos los españoles decentes.
Francisco Rubiales
Si los catalanes, en lugar de haber optado por seguir a políticos que hasta podrían superar a los españoles en sus vicios de corrupción, abuso de poder y mentiras, hubieran planteado ante los españoles su deseo irrenunciable de reformar la nación y expulsar del poder a los corruptos y mediocres que nos han construido esta España carente de justicia, democracia y decencia, millones de españoles, descontentos con el sucio mundo que nos han construido el PSOE y el PP, les habríamos apoyado y seguido.
Si somos objetivos, los españoles tenemos que reconocer que si millones de catalanes quieren independizarse y luchan para conseguirlo como están luchando, incluso arriesgando su seguridad y prosperidad, es porque el deseo de independencia es muy fuerte. Ellos llenan las calles y hasta son capaces de viajar en masa a Bruselas para defender sus ideas, pero en España los ciudadanos siguen votando a partidos corruptos y sólo se movilizan por el fútbol. Se mire como se mire, España no ha sabido ser lo bastante atractiva como nación para cautivar a los independentistas, ni siquiera a sus propios ciudadanos, que señalan a los políticos en las encuestas como uno de los peores dramas del país. En buena ley, hay que asumir que el actual drama catalán es uno de los mayores fracasos de España como nación y Estado.
Una parte importante de la sociedad catalana merece ser envidiada por ser la única en España dispuesta a luchar por unas metas e ideales. Ellos desean fervientemente la independencia y luchan para conseguirla, mientras que el resto de los españoles carecen de ilusiones, objetivos y metas comunes. La otra mitad de Cataluña también está asumiendo objetivos y metas comunes, como mantener la unidad de España y crear una sociedad más justa y decente que la que perciben en el horizonte, si los independentistas ganan la partido e imponen el nacionalismo excluyente y destructor.
Que nadie olvide que la existencia de objetivos y metas comunes es lo que hacen de un pueblo una nación.
Mientras tanto, frente a la Cataluña efervescente y viva, el resto de España sigue en letargo, acobardada y presa de una política pobre y desangelada, con un pueblo que es incapaz de enfrentarse a la injusticia, a la corrupción, a los privilegios inmerecidos de la clase política y a actuaciones tan deplorables y sucias como el despilfarro, la ruina del sistema de pensiones, el endeudamiento enloquecido, la ruptura de la igualdad que consagra la Constitución, el desempleo, el empleo precario, la falta de horizontes y esperanzas para los jóvenes y el cobro de unos impuestos injustos y desproporcionados, que la clase política reclama por la fuerza, no para mantener servicios de calidad, sino para financiar el lamentable y gigantesco Estado que ellos han construido, dividido en Taifas gobernadas por sátrapas y con más políticos cobrando del Estado (casi medio millón), casi todos innecesarios, más que Francia, Alemania e Inglaterra juntos.
De los independentistas hay que rechazar su desprecio de las leyes, su clase dirigente corrompida e indeseable y sus excesos en el odio y el desprecio supremacista, pero hay que envidiar su fe en sus ideas y su capacidad de luchar contra un Estado que nos avengüenza a todos los españoles decentes.
Francisco Rubiales