Zapatero ha empleado decenas de veces la palabra "democracia" durante el actual debate sobre el Estado de la Nación y nada menos que 27 veces en su última entrevista televisiva con Gabilondo. El abuso de ese término se hace de cara a la galería, a pesar de que en España la democracia es poco más que una gran mentira colectiva de los políticos, y Zapatero lo sabe mejor que nadie porque es uno de los que la ha sustituido el digno "poder del pueblo" por una sucia oligocracia en la que sólo cuentan las elites de los partidos políticos.
Zapatero tiene una concepción elitista, opaca y truculenta del poder, incompatible con una democracia auténtica, que elude por definición la mentira y que condena comportamientos genuinos de la actualidad política española como el engaño, el gobierno en contra de la opión pública o la destrucción de valores imprescindibles para el sistema como la igualdad y la justicia equitativa.
Por su parte, Rajoy, a pesar de que su partido es un firme baluarte de la partitocracia española e ignorando que debe su cargo a la designación directa de José María Aznar y que su partido funciona con un autoritarismo similar al que regía los comportamiento del antiguo PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), ha incluido con cinismo la democracia y la libertad como dos de sus reivindaciones frente al deficiente poder socialista de Zapatero.
Ni siquiera merece la pena analizar el caso de Izquierda Unida y de los nacionalistas españoles, todos ellos furiosos defensores de la partitocracia y militantes activos de partidos que se maceran en el verticalismo más autoritario y elitista.
Para los partidos políticos españoles, la democracia no es una fe sino un corsé, no las reglas del juego a respetar sino imposiciones que deben burlarse para alcanzar sus verdaderos objetivos: el poder, el dominio y el privilegio.
Existen siete condiciones básicas para que la democracia exista:
1.- El ciudadano es el rey y soberano del sistema.
2.- La vigencia real de los derechos fundamentales.
3.- La separación de los poderes básicos del Estado, Legislativo, Judicial y Ejecutivo.
4.- La exaltación de la libertad, la igualdad y la fraternidad como valores democráticos fundamentales e irrenunciables,
5.- La instauración y respeto a las normas y leyes que configuraban el Estado de Derecho, incluyendo un sistema que garantice las elección libre de los representantes ciudadanos.
6.- El equilibrio de las esferas pública y privada, con la consiguiente valoración del papel de la sociedad civil en la democracia.
7.- La existencia de una prensa independiente y libre, capaz de informar objetivamente, de crear opinión y de fiscalizar la actuación del gobierno y de los políticos.
Las siete condiciones fallan en una España donde el ciudadano no sólo no es el ya el rey del sistema, sino que ha sido expulsado de la política; los derechos fundamentales se violan con pasmosa frecuencia; los partidos han ocupado y dominado los poderes básicos del Estado; la igualdad, la fraternidad y la libertad han sido adulteradas y violadas; las leyes que configuran el Estado de Derecho se redactan de forma ambigua y se aplican según convenga al poder dominante; la ley electoral hace posible que sean los partidos los que elijan a los representantes, no los ciudadanos; no existe equilibrio alguno entre las esferas públicas y privadas porque el poder politico lo domina todo; la prensa libre, por último, apenas existe ya en un país donde la mayoría de los medios han tomado partido y defienden a sus amigos políticos por encima de la verdad y de los intereses de los ciudadanos.
Que hablen de democracia los que la están asesinando, más que un contrasentido es una provocación. Ni Zapatero, ni Rajoy, ni ningún otro político español que forme parte de las élites partidistas tiene derecho a utilizar en sus discursos la palabra democracia. Sólo el ciudadano tiene derecho a hacerlo, sobre todo si forma parte de los muchos que desean y luchan por la regeneración del sistema.
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