Tres miserables dañinos para España, pura mugre antidemocrática
Lo peor de los políticos españoles no son sus mentiras, ni sus muchos errores como gobernantes, sino su concepción del Estado, diametralmente opuesta a lo que exige la democracia.
En democracia, el mandato que reciben los políticos electos no es incondicional, como ellos dicen, sino fiduciario, basado en la confianza, que puede mantenerse o perderse, según se gobierne bien o mal. El derecho de los ciudadanos a retirar su confianza a los políticos que les traicionan y que les llevan hasta la ruina como gobernantes no es reconocido en España, un país con una democracia degradada en el que el ciudadano es el gran marginado.
Muchos políticos, desde su arrogancia, interpretan y aplican a su conveniencia las normas más elementales del sistema y hasta las leyes más sagradas. Según la más extendida de esas perversiones, el ciudadano debe renunciar a su voluntad política y a su soberanía nada más emitir su voto, pues los políticos votados pasan a apropiarse de la soberanía popular y hacer con ella su coto señorial.
Zapatero, Rajoy y sobre todo Sánchez, durante sus lamentables mandatos, ignoraron que el poder siempre está condicionado en democracia a la confianza y al buen gobierno. Lo que los ciudadanos les encomendaron, al elegirles en las urnas, no era "que gobiernen", sino que "gobierne bien", lo que es muy diferente.
Para desgracia de los españoles, PSOE y PP son dos partidos políticos ajenos a la democracia verdadera y encuadrados en una partitocracia radical, que puede también calificarse como una dictadura de partidos.
Es tan sencillo como cuando el consejo de administración de una empresa designa a un director general. Obviamente, no lo hace para que dirija la empresa como él quiera, sino para que dirija bien y obtenga resultados. Si no lo hace bien, pierde el puesto, ya sea dimitiendo o mediante expulsión. En política, debería ocurrir exactamente lo mismo, si se cumplieran las reglas, y de hecho ocurre así en algunas democracias avanzadas del mundo, pero no en España, donde los políticos han tergiversado las reglas y, cuando son designados, no sólo se creen elegidos sin limitación alguna hasta las próximas elecciones, sino que arrebatan la empresa (El Estado democrático) a sus dueños, que son los ciudadanos, se adueñan de la empresa y hasta someten y maltratan a sus verdaderos dueños.
En las democracias reales y limpias, cuando un gobernante comete errores graves, dimite, interpretando correctamente que ha fallado y ha traicionado la confianza que los ciudadanos depositaron en él. Pero no ocurre eso en España, considerada un ejemplo mundial de descaro y degeneración política, entre otras muchas razones porque sus políticos nunca dimiten.
Pedro Sánchez, uno de los autócratas más corruptos del planeta, cree que dimitir significa reconocer errores y eso es impensable en su gobierno. Nada más antidemocrático y corrupto que esa filosofía sucia del poder.
La concepción del poder sanchista impone que cuando han sido elegidos hay que aguantarlos hasta las próximas elecciones, hagan lo que hagan, incluso si con su comportamiento lleva al país hacia la ruina y el desastre.
Ese criterio empobrece, degrada y pudre la democracia española, convierte a los ciudadanos en rehenes secuestrados por sus políticos y crea el caldo de cultivo propicio para que germinen la corrupción y el abuso de poder.
El primer deber de todo demócrata español es acabar con esa concepción totalitaria y corrupta del poder, no votando nunca a los tiranos y reformando las leyes y normas hasta conseguir que los políticos respondan de sus actos y se sientan vinculados no tanto al poder como al servicio al ciudadano y a su eficacia como gobernantes.
Si España quiere sobrevivir como nación, tiene que impedir que en el futuro lleguen al poder miserables y corruptos como los que hoy dominan la escena política española.
Francisco Rubiales
En democracia, el mandato que reciben los políticos electos no es incondicional, como ellos dicen, sino fiduciario, basado en la confianza, que puede mantenerse o perderse, según se gobierne bien o mal. El derecho de los ciudadanos a retirar su confianza a los políticos que les traicionan y que les llevan hasta la ruina como gobernantes no es reconocido en España, un país con una democracia degradada en el que el ciudadano es el gran marginado.
Muchos políticos, desde su arrogancia, interpretan y aplican a su conveniencia las normas más elementales del sistema y hasta las leyes más sagradas. Según la más extendida de esas perversiones, el ciudadano debe renunciar a su voluntad política y a su soberanía nada más emitir su voto, pues los políticos votados pasan a apropiarse de la soberanía popular y hacer con ella su coto señorial.
Zapatero, Rajoy y sobre todo Sánchez, durante sus lamentables mandatos, ignoraron que el poder siempre está condicionado en democracia a la confianza y al buen gobierno. Lo que los ciudadanos les encomendaron, al elegirles en las urnas, no era "que gobiernen", sino que "gobierne bien", lo que es muy diferente.
Para desgracia de los españoles, PSOE y PP son dos partidos políticos ajenos a la democracia verdadera y encuadrados en una partitocracia radical, que puede también calificarse como una dictadura de partidos.
Es tan sencillo como cuando el consejo de administración de una empresa designa a un director general. Obviamente, no lo hace para que dirija la empresa como él quiera, sino para que dirija bien y obtenga resultados. Si no lo hace bien, pierde el puesto, ya sea dimitiendo o mediante expulsión. En política, debería ocurrir exactamente lo mismo, si se cumplieran las reglas, y de hecho ocurre así en algunas democracias avanzadas del mundo, pero no en España, donde los políticos han tergiversado las reglas y, cuando son designados, no sólo se creen elegidos sin limitación alguna hasta las próximas elecciones, sino que arrebatan la empresa (El Estado democrático) a sus dueños, que son los ciudadanos, se adueñan de la empresa y hasta someten y maltratan a sus verdaderos dueños.
En las democracias reales y limpias, cuando un gobernante comete errores graves, dimite, interpretando correctamente que ha fallado y ha traicionado la confianza que los ciudadanos depositaron en él. Pero no ocurre eso en España, considerada un ejemplo mundial de descaro y degeneración política, entre otras muchas razones porque sus políticos nunca dimiten.
Pedro Sánchez, uno de los autócratas más corruptos del planeta, cree que dimitir significa reconocer errores y eso es impensable en su gobierno. Nada más antidemocrático y corrupto que esa filosofía sucia del poder.
La concepción del poder sanchista impone que cuando han sido elegidos hay que aguantarlos hasta las próximas elecciones, hagan lo que hagan, incluso si con su comportamiento lleva al país hacia la ruina y el desastre.
Ese criterio empobrece, degrada y pudre la democracia española, convierte a los ciudadanos en rehenes secuestrados por sus políticos y crea el caldo de cultivo propicio para que germinen la corrupción y el abuso de poder.
El primer deber de todo demócrata español es acabar con esa concepción totalitaria y corrupta del poder, no votando nunca a los tiranos y reformando las leyes y normas hasta conseguir que los políticos respondan de sus actos y se sientan vinculados no tanto al poder como al servicio al ciudadano y a su eficacia como gobernantes.
Si España quiere sobrevivir como nación, tiene que impedir que en el futuro lleguen al poder miserables y corruptos como los que hoy dominan la escena política española.
Francisco Rubiales