No hay que optar entre el fracaso comprobado del PP y del PSOE, ambos con una historia denigrante acumulada al frente del gobierno de España, y el más que seguro fracaso que sufriríamos si llega Podemos al poder. La solución es otra: sustituir la actual política española, despreciable y en manos de mediocres y golfos, por una verdadera democracia, bajo control de los ciudadanos y de leyes iguales para todos, sin corrupción y recuperando para la política el olvidado espíritu de servicio. Ni sirve el injusto y corrupto PP, ni sirve el fracasado PSOE, ni el liberticida Podemos.
El criterio de que no debe apoyarse con votos ciudadanos decentes a ningún partido político que haya prostituido la nación y haya tenido alguna responsabilidad de gobierno desde la muerte de Franco hasta el presente, se está abriendo camino con fuerza en la sociedad.
Ante la pobreza de las opciones, millones de votantes van a optar por el voto de protesta, que tendrá tres escenarios básicos: la abstención, que consiste en quedarse en casa y renunciar a votar porque el sistema que invita al voto está podrido; el voto en blanco, una opción de protesta clásica que refleja el rechazo a los partidos y sus candidatos, y el voto anulado, que consiste en introducir en las urnas papeletas con leyendas como "Sinverguenzas", "Chorizos", "Ladrones" y otras que reflejen con verdad la suciedad de la política española.
Sin embargo, hay otra opción que se abre camino en otros países del mundo tan decepcionados como España, como Austria, que consiste en votar a partidos nuevos, pequeños y hasta ahora insignificantes, pero limpios y sin responsabilidad en el desastre y en la podredumbre del país.
En Austria, los viejos partidos han sido despreciados y abandonados por los ciudadanos en la elección de presidente de la república, que han elegido entre un partido de ultraderecha y a otro ecologista, hasta ahora diminutos, con victoria final para el representante verde.
A muchos españoles, por muy decepcionados e indignados que estén, les cuesta renunciar al derecho al voto porque consideran, con razón, que ese acto es el único momento en el que el ciudadano, marginado y despreciado por el sistema falsamente democrático, tiene verdadero poder. Conseguir el voto universal ha sido una conquista histórica decisiva y renunciar a ejercer ese derecho es una renuncia muy dura para los demócratas.
Por eso, la opción de votar a partidos emergentes que no hayan participado en el gran desastre español y que no tengan responsabilidad alguna en la prostitución de la democracia y la vida política se está convirtiendo en una opción de gran fuerza, según las encuestas.
Es la hora de los partidos pequeños, de los casi desconocidos, que pueden convertirse en grandes y hegemónicos aupados por los ciudadanos descontentos y deseosos de venganza contra los políticos que han ensuciado y corrompido la nación, situándola al borde de la ruina, el fracaso y la ruptura.
Francisco Rubiales
El criterio de que no debe apoyarse con votos ciudadanos decentes a ningún partido político que haya prostituido la nación y haya tenido alguna responsabilidad de gobierno desde la muerte de Franco hasta el presente, se está abriendo camino con fuerza en la sociedad.
Ante la pobreza de las opciones, millones de votantes van a optar por el voto de protesta, que tendrá tres escenarios básicos: la abstención, que consiste en quedarse en casa y renunciar a votar porque el sistema que invita al voto está podrido; el voto en blanco, una opción de protesta clásica que refleja el rechazo a los partidos y sus candidatos, y el voto anulado, que consiste en introducir en las urnas papeletas con leyendas como "Sinverguenzas", "Chorizos", "Ladrones" y otras que reflejen con verdad la suciedad de la política española.
Sin embargo, hay otra opción que se abre camino en otros países del mundo tan decepcionados como España, como Austria, que consiste en votar a partidos nuevos, pequeños y hasta ahora insignificantes, pero limpios y sin responsabilidad en el desastre y en la podredumbre del país.
En Austria, los viejos partidos han sido despreciados y abandonados por los ciudadanos en la elección de presidente de la república, que han elegido entre un partido de ultraderecha y a otro ecologista, hasta ahora diminutos, con victoria final para el representante verde.
A muchos españoles, por muy decepcionados e indignados que estén, les cuesta renunciar al derecho al voto porque consideran, con razón, que ese acto es el único momento en el que el ciudadano, marginado y despreciado por el sistema falsamente democrático, tiene verdadero poder. Conseguir el voto universal ha sido una conquista histórica decisiva y renunciar a ejercer ese derecho es una renuncia muy dura para los demócratas.
Por eso, la opción de votar a partidos emergentes que no hayan participado en el gran desastre español y que no tengan responsabilidad alguna en la prostitución de la democracia y la vida política se está convirtiendo en una opción de gran fuerza, según las encuestas.
Es la hora de los partidos pequeños, de los casi desconocidos, que pueden convertirse en grandes y hegemónicos aupados por los ciudadanos descontentos y deseosos de venganza contra los políticos que han ensuciado y corrompido la nación, situándola al borde de la ruina, el fracaso y la ruptura.
Francisco Rubiales