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La más espantosa recesión económica que se recuerda lleva casi dos años destruyendo la prosperidad mundial y el problema sigue siendo una crisis de confianza. Todos dicen, con razón, que la confianza perdida es la clave del drama. Lo dicen Obama, Sarkozy, Ángela Merkel y hasta Zapatero. Los grandes expertos y economistas de prestigio llegan más lejos y reconocen que "nadie se fía de nadie" y que, mientras no se recupere la confianza en el sistema, seguiremos hundiéndonos.
La gran pregunta que hoy se formulan miles de expertos, estudiosos y thinks tanks en todo el mundo es ¿Cómo podemos recuperar la confianza?
Todos coinciden en la pregunta, pero lo sorprendente es que también todos coinciden en la respuesta, aunque son tan cobardes y tienen tanto miedo al poder que no se atreven a formular en público que la única manera de recuperar la confianza en este mundo desquiciado es metiendo en la cárcel a los miles de personajes que nos han llevado hasta el desastre, empezando por los más poderosos. Sin el castigo ejemplar de los poderosos que nos han llevado a la ruina, la desconfianza seguirá reinando y el mundo se ira a pique.
Tienen que ser encarcelados los jefes de Estado y de Gobierno que hayan entrado en el cargo con una mano delante y otra detrás y hoy aparezcan en las listas internacionales de millonarios; los gobernantes que tenían el deber de controlar la limpieza de las finanzas y nunca lo hicieron, no sólo los ministros de Economía y Hacienda, sino también a los responsables de los organismos reguladores del mercado, que cerraron los ojos mientras los brokers y banqueros endosaban basura tóxica a los inocentes y confiados ahorradores; los consultores y expertos que auditaron balances enfermos y otorgaron la máxima calificación a la basura tóxica que circulaba por los mercados, infectándolos; los brokers y banqueros que crearon la basura para hinchar artificialmente sus balances y poder cobrar premios y bonus tan millonarios como inmerecidos; los dirigentes políticos corruptos que no saben cómo justificar su veloz enriquecimiento y a los que han convertido la mentira y el engaño como un sistema de gobierno, anteponiendo el poder y el privilegio al servicio y el bien común.
Cuando el pueblo los vea presos y humillados, entonces volverá a confiar. Mientras tanto, con toda la razón del mundo, no volverá a creer en un sistema cuyo mayor problema es la indecencia. Mientras los ladrones y los canallas de guante blanco sigan en libertad, blindados, impunes y millonarios, nadie se fiará de nadie. Mientras los impuestos ciudadanos se empleen para financiar coches de lujo y para retroalimentar a grupos terroristas, la gente odiará en secreto al sistema y lo considerará opresor e indigno. MIentras la misma ley se aplique según convenga al poder, la confianza permanecerá ausente.
Los expertos y analistas que estudian cómo devolver la confianza al sistema lo saben, pero no se atreven a decirlo en voz alta. Son plenamente concientes de que mientras las cárceles no estén llenas de sinvergüenzas con poder, el pueblo no volverá a creer, de que la única manera de inyectar en el sistema mundial toda la ética que se necesita es encerrando a los que hoy en lugar de gobernar el mundo con acierto y decencia, lo infectan.
Que nadie lo dude, que nadie tenga miedo a reconocerlo: si queremos que la depresión desaparezca con la misva velocidad con que ha llegado, si queremos que la gente recupere su trabajo y vuelva a mirar el futuro con alegría, hay que erradicar a los mensajeros y gestores de la basura que se han instalado en el poder, dominando el sistema desde la cúspide de la pirámide, derramando sobre el cuerpo y la base del sistema su maloliente basura sin ética.
Hasta que no erradiquemos la podredumbre, el mundo seguirá siendo una cloaca. La limpieza, para que sea creible y surta efecto, tendrá que ser tan drástica como un quirófano y tan intensa como el aceite de ricino.
No merecen estar entre nosotros aquellos que, para justificar el asesinato de la democracia y la manipulación política de la Justicia, afirman que "Montesquieu ha muerto". Tampoco deben tener sitio en nuestra sociedad los que afirmaban con admiración que en España es el pais del mundo donde uno puede hacerse rico en menos tiempo, los que utilizan la televisión pública para difundir confusión y basura, convirtiendo a chivatos, proxenetas y zorras en modelos a imitar por la juventud, los que dicen sin avergonzarse que "en política vale todo", los que sostienen, como aquel viejo profesor que fue alcalde de Madrid, que las promesas electorales están "para no cumplirlas", los bellacos que defienden que "el fin justifica los medios" y los miserables que predican que todo es relativo porque el bien y el mal no existen.
El gran problema, además del miedo que paraliza, es la existencia de una parte sometida y envilecida de la sociedad que sigue admirando y votando a los mismos que debería encarcelar. Pero no es menos cierto que la obligación que los demócratas tienen de perseguir el vicio y la corrupción es irrenunciable y que el deber de un auténtico ciudadano es denunciar los abusos y la indecencia, incluso a costa de su vida.
La gran pregunta que hoy se formulan miles de expertos, estudiosos y thinks tanks en todo el mundo es ¿Cómo podemos recuperar la confianza?
Todos coinciden en la pregunta, pero lo sorprendente es que también todos coinciden en la respuesta, aunque son tan cobardes y tienen tanto miedo al poder que no se atreven a formular en público que la única manera de recuperar la confianza en este mundo desquiciado es metiendo en la cárcel a los miles de personajes que nos han llevado hasta el desastre, empezando por los más poderosos. Sin el castigo ejemplar de los poderosos que nos han llevado a la ruina, la desconfianza seguirá reinando y el mundo se ira a pique.
Tienen que ser encarcelados los jefes de Estado y de Gobierno que hayan entrado en el cargo con una mano delante y otra detrás y hoy aparezcan en las listas internacionales de millonarios; los gobernantes que tenían el deber de controlar la limpieza de las finanzas y nunca lo hicieron, no sólo los ministros de Economía y Hacienda, sino también a los responsables de los organismos reguladores del mercado, que cerraron los ojos mientras los brokers y banqueros endosaban basura tóxica a los inocentes y confiados ahorradores; los consultores y expertos que auditaron balances enfermos y otorgaron la máxima calificación a la basura tóxica que circulaba por los mercados, infectándolos; los brokers y banqueros que crearon la basura para hinchar artificialmente sus balances y poder cobrar premios y bonus tan millonarios como inmerecidos; los dirigentes políticos corruptos que no saben cómo justificar su veloz enriquecimiento y a los que han convertido la mentira y el engaño como un sistema de gobierno, anteponiendo el poder y el privilegio al servicio y el bien común.
Cuando el pueblo los vea presos y humillados, entonces volverá a confiar. Mientras tanto, con toda la razón del mundo, no volverá a creer en un sistema cuyo mayor problema es la indecencia. Mientras los ladrones y los canallas de guante blanco sigan en libertad, blindados, impunes y millonarios, nadie se fiará de nadie. Mientras los impuestos ciudadanos se empleen para financiar coches de lujo y para retroalimentar a grupos terroristas, la gente odiará en secreto al sistema y lo considerará opresor e indigno. MIentras la misma ley se aplique según convenga al poder, la confianza permanecerá ausente.
Los expertos y analistas que estudian cómo devolver la confianza al sistema lo saben, pero no se atreven a decirlo en voz alta. Son plenamente concientes de que mientras las cárceles no estén llenas de sinvergüenzas con poder, el pueblo no volverá a creer, de que la única manera de inyectar en el sistema mundial toda la ética que se necesita es encerrando a los que hoy en lugar de gobernar el mundo con acierto y decencia, lo infectan.
Que nadie lo dude, que nadie tenga miedo a reconocerlo: si queremos que la depresión desaparezca con la misva velocidad con que ha llegado, si queremos que la gente recupere su trabajo y vuelva a mirar el futuro con alegría, hay que erradicar a los mensajeros y gestores de la basura que se han instalado en el poder, dominando el sistema desde la cúspide de la pirámide, derramando sobre el cuerpo y la base del sistema su maloliente basura sin ética.
Hasta que no erradiquemos la podredumbre, el mundo seguirá siendo una cloaca. La limpieza, para que sea creible y surta efecto, tendrá que ser tan drástica como un quirófano y tan intensa como el aceite de ricino.
No merecen estar entre nosotros aquellos que, para justificar el asesinato de la democracia y la manipulación política de la Justicia, afirman que "Montesquieu ha muerto". Tampoco deben tener sitio en nuestra sociedad los que afirmaban con admiración que en España es el pais del mundo donde uno puede hacerse rico en menos tiempo, los que utilizan la televisión pública para difundir confusión y basura, convirtiendo a chivatos, proxenetas y zorras en modelos a imitar por la juventud, los que dicen sin avergonzarse que "en política vale todo", los que sostienen, como aquel viejo profesor que fue alcalde de Madrid, que las promesas electorales están "para no cumplirlas", los bellacos que defienden que "el fin justifica los medios" y los miserables que predican que todo es relativo porque el bien y el mal no existen.
El gran problema, además del miedo que paraliza, es la existencia de una parte sometida y envilecida de la sociedad que sigue admirando y votando a los mismos que debería encarcelar. Pero no es menos cierto que la obligación que los demócratas tienen de perseguir el vicio y la corrupción es irrenunciable y que el deber de un auténtico ciudadano es denunciar los abusos y la indecencia, incluso a costa de su vida.