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Nadie puede arrebatar a la izquierda el repugnante pecado de haber sembrado el odio en la vida de los españoles



La izquierda española, además de haber infectado la política de impunidad y corrupción, la ha llenado de odio.

Además de esparcir el odio directamente, también lo hacen indirectamente con sus injusticias, corrupciones y actos tiránicos. La corrupción política y el abuso de poder siempre generan odios y rencores en el pueblo.

Un claro ejemplo: la corrupta actitud del Fiscal General, negándose a dimitir tras ser imputado, genera odio y violencia en una sociedad que rechaza ser gobernada por mafiosos y tiranos.

Nadie puede arrebatarle a la izquierda española el pecado de haber infectado España de odio, un odio tan intenso que ha penetrado en las entrañas de nuestra nación, la cual, por desgracia, ha olvidado aquella gran decisión, tomada tras la muerte de Franco, de olvidar el pasado y caminar juntos hacia el futuro.

Por culpa de la izquierda, sobre todo del PSOE, el odio es hoy el rasgo dominante en la vida política española.

Me eduqué en el Franquismo y como todos los de mi generación nunca escuché, en la escuela, el instituto y la Universidad, mensaje de odio alguno hacia los que perdieron la guerra. Nadie me habló de las checas asesinas, ni de los fusilamientos de Paracuellos, ni de las monjas violadas y de las iglesias quemadas.

Ni siquiera en los libros de texto se mencionaban aquellas atrocidades de la República y la guerra civil, ni de un bando ni de otro.

El Franquismo, con elegancia, apostó por enterrar el pasado cruel y por caminar juntos y en paz hacia el futuro.

Ha sido la izquierda la que ha resucitado el odio y la revancha. Primero fue Zapatero y después Pedro Sánchez, ambos resaltando los crímenes del bando franquista y ocultando los del bando propio, infectando el país entero de odio y violando el hermoso gesto que realizó España, tras la muerte de Franco, legalizando el partido comunista y dando todo tipo de facilidades al socialismo, dentro de un encomiable espíritu de reconciliación y perdón mutuo.
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Empecé a oír hablar de las atrocidades de la Guerra Civil cuando ya estudiaba Magisterio, pero aquellos discursos eran de repulsa a la violencia, la.de ambos bandos. Durante toda la etapa Franquista no escuché hablar de las checas, de los paseíllos, de los asesinatos y de los fusilamientos. Vivíamos en una España que, claramente, apostaba por la concordia y el olvido del terrible pasado.

Pero después de la muerte de Franco ya se empezaban a recordar las atrocidades del Franquismo y se calificaba de asesino al bando vencedor. Los portavoces de aquel odio incipiente eran los socialistas y algún que otro comunista.

Nosotros escuchábamos con los ojos muy aciertos y sorprendidos el relato de las atrocidades franquistas, pero nunca se oia el relato de los crímenes de la izquierda. El sectarismo y la mentira ya había entrado en escena, de la mano de las izquierdas.

Cuando llegó el miserable Zapatero, el odio se desbordó y la izquierda decidió apostar con fuerza por la división y el rencor. El zapaterismo empezó a esparcir el odio por todo el país. Su ley de Memoria Histórica fue una sucia y repugnante apuesta por la revancha, una línea rastrera y vil que Pedro Sánchez ha potenciado, quizás porque todos los psicópatas disfrutan con la opresión, el rencor y la sangre.

Hoy, por culpa de esos mensajeros del odio y el enfrentamiento, España es un infierno donde las familias, las amistades y hasta algunos matrimonios se rompen por culpa de la política.

Es evidente que la izquierda debe obtener réditos políticos con esa apuesta por el odio, pero, a pesar de eso, se trata de una apuesta miserable y viciosa que emputece a la política, envilece a la nación y degenera y destroza a la izquierda, que algún día pagará una factura enorme por esa estocada a la paz y la concordia de toda una nación.
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Francisco Rubiales

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Jueves, 17 de Octubre 2024
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