No satisface cómo accedió Rajoy ni el modo y las vías por las que ha llegado Zapatero. No gusta la actuación de uno ni de otro. Tanto el PP como el PSOE, deben corregir rumbos y maneras.
Este hombrecete del talante y la risa cree saludable y conveniente mantener intactos sus apoyos radicales en lugar de zafarse y soltar el fangoso lastre que lo envuelve. Piensa que no debe perder votos por ese ala del submundo exaltado, por lo que deja hacerse añicos el diálogo y el consenso constitucional y la concordia entre los españoles removiendo la herida fratricida de la Guerra Civil; y sigue con sus desprecios y sepultando bajo hielo las relaciones amistosas con los Estados Unidos; eso sí, acogiendo y plegándose al calor de dictatorzuelos barbudos y bananeros, impresentables por sus obras y pensamiento.
Mientras tanto, sigue tejiendo y destejiendo carantoñas, jugueteando con el enfermizo nacionalismo que desprecia e ignora el Estado y la Nación Española, que rompe y se salta la Constitución y, con exigencias e imposiciones imposibles e intolerables, intenta destruir el Derecho y la Democracia, constituirse en nación y llevarse la bolsa bien repleta. Y si los batasunos quieren hacer congresos se rodea el argumento y se acude al derecho de reunión.
Sin embargo, el voto socialista no se nutre fundamentalmente de las parcelas extremas; el PSOE ha recibido sus apoyos mayoritarios de un amplio espectro de centro. Este espacio social se le resquebraja y lleno de inquietud se repliega en sus temores. Incluso, desde dentro de la militancia socialista, el descontento y la crítica atenaza las conciencias de la sensatez. Ya se han oído, en privado, las voces de A. Guerra y de F. González. Es posible que la persistencia, en la juntera y alianza con los extremistas, descalabre la fidelidad del sufragio moderado. Es patente el rechazo a la enfeudación catalana, la mentalidad moderna repele esas «alianzas de progreso» que saben a rancio. Estos ámbitos de la moderación, que, ahora aguardan, tal vez salten, cuando, aprobado el Estatuto Catalán, vengan las concesiones a las exigencias vascas y los terroristas etarras se pavoneen por las aceras y se establezcan a las puertas de sus víctimas.
Por su parte, el PP también muestra sus faltas y carencias. Necesita renovar su política de oposición con un aderezo inteligente y eficaz, más moderno y atractivo para el estamento juvenil. La primera cuestión de calado pasa por la confirmación real de Rajoy. No lo legitima seriamente la designación del dedo aznarista. Debe poner su cargo y la directiva a disposición de sus militantes y simpatizantes; que sean ellos quienes lo refrenden o elijan a otro con cualidades. Se palpa cierto desconocimiento de los secretos del oficio que habría que rellenar con la argamasa de sabia eficiencia y rigor conceptual, pilares incuestionables contra la demagogia y la zafiedad. El partido ha de desprenderse de ciertas voces del pasado ya quemadas y displicentes para el electorado. Ha de proveerse de figuras de Estado, con alta visión política y altura profesional. Hay que mirar a los ojos con gracia y sabiduría, encarar las cámaras de TV y desechar los folios y la lectura de los discursos; deponer el grito callejero y el insulto fácil y aferrarse a la argumentación racional y constructiva. Todavía, el PP no cala demasiado. La ciudadanía detesta las actitudes chulescas y las descalificaciones broncas, que pueden divertir, pero, nunca, aumentar el morral del voto.
El Partido Popular debe sacudirse su patológico temor a ser calificado de derechas. No interesan las etiquetas, importa verdaderamente andar hacia el progreso anejo al mérito, la responsabilidad personal, el compromiso con los débiles y desvalidos y la honradez práctica en el ejercicio de la “res pública”. Cualidades imprescindibles que habrían de constituir el curriculum de los partidos políticos y de quienquiera que militase en ellos.
Camilo Valverde Mudarra
Este hombrecete del talante y la risa cree saludable y conveniente mantener intactos sus apoyos radicales en lugar de zafarse y soltar el fangoso lastre que lo envuelve. Piensa que no debe perder votos por ese ala del submundo exaltado, por lo que deja hacerse añicos el diálogo y el consenso constitucional y la concordia entre los españoles removiendo la herida fratricida de la Guerra Civil; y sigue con sus desprecios y sepultando bajo hielo las relaciones amistosas con los Estados Unidos; eso sí, acogiendo y plegándose al calor de dictatorzuelos barbudos y bananeros, impresentables por sus obras y pensamiento.
Mientras tanto, sigue tejiendo y destejiendo carantoñas, jugueteando con el enfermizo nacionalismo que desprecia e ignora el Estado y la Nación Española, que rompe y se salta la Constitución y, con exigencias e imposiciones imposibles e intolerables, intenta destruir el Derecho y la Democracia, constituirse en nación y llevarse la bolsa bien repleta. Y si los batasunos quieren hacer congresos se rodea el argumento y se acude al derecho de reunión.
Sin embargo, el voto socialista no se nutre fundamentalmente de las parcelas extremas; el PSOE ha recibido sus apoyos mayoritarios de un amplio espectro de centro. Este espacio social se le resquebraja y lleno de inquietud se repliega en sus temores. Incluso, desde dentro de la militancia socialista, el descontento y la crítica atenaza las conciencias de la sensatez. Ya se han oído, en privado, las voces de A. Guerra y de F. González. Es posible que la persistencia, en la juntera y alianza con los extremistas, descalabre la fidelidad del sufragio moderado. Es patente el rechazo a la enfeudación catalana, la mentalidad moderna repele esas «alianzas de progreso» que saben a rancio. Estos ámbitos de la moderación, que, ahora aguardan, tal vez salten, cuando, aprobado el Estatuto Catalán, vengan las concesiones a las exigencias vascas y los terroristas etarras se pavoneen por las aceras y se establezcan a las puertas de sus víctimas.
Por su parte, el PP también muestra sus faltas y carencias. Necesita renovar su política de oposición con un aderezo inteligente y eficaz, más moderno y atractivo para el estamento juvenil. La primera cuestión de calado pasa por la confirmación real de Rajoy. No lo legitima seriamente la designación del dedo aznarista. Debe poner su cargo y la directiva a disposición de sus militantes y simpatizantes; que sean ellos quienes lo refrenden o elijan a otro con cualidades. Se palpa cierto desconocimiento de los secretos del oficio que habría que rellenar con la argamasa de sabia eficiencia y rigor conceptual, pilares incuestionables contra la demagogia y la zafiedad. El partido ha de desprenderse de ciertas voces del pasado ya quemadas y displicentes para el electorado. Ha de proveerse de figuras de Estado, con alta visión política y altura profesional. Hay que mirar a los ojos con gracia y sabiduría, encarar las cámaras de TV y desechar los folios y la lectura de los discursos; deponer el grito callejero y el insulto fácil y aferrarse a la argumentación racional y constructiva. Todavía, el PP no cala demasiado. La ciudadanía detesta las actitudes chulescas y las descalificaciones broncas, que pueden divertir, pero, nunca, aumentar el morral del voto.
El Partido Popular debe sacudirse su patológico temor a ser calificado de derechas. No interesan las etiquetas, importa verdaderamente andar hacia el progreso anejo al mérito, la responsabilidad personal, el compromiso con los débiles y desvalidos y la honradez práctica en el ejercicio de la “res pública”. Cualidades imprescindibles que habrían de constituir el curriculum de los partidos políticos y de quienquiera que militase en ellos.
Camilo Valverde Mudarra