Me ha contado un amigo que, cuando su hijo era pequeño, por estas fechas montaban el ”Belén”, lo ponían en un rincón del salón y era el acontecimiento de la Navidad en familia. Le añadían cada año nuevas figuras y cada vez ocupaba más espacio. Al niño le encantaba salir al campo a coger hierba para el Belén, cambiar los pastores de lugar cada día, como si se movieran y se fueran acercando al Portal. La noche de la Navidad lo iluminaban, comían en familia y, a las doce, acudían a la Misa del Gallo.
Pero su hijo, a medida que se iba haciendo mayor, fue perdiendo el interés por el “Nacimiento”, de manera que las figuras fueron desapareciendo y el espacio se fue reduciendo. Marchó a la Universidad y el Belén menguó y ellos se quedaron en colocar el “misterio”. La madre y él seguían poniendo a José, María, el Niño, la mula y el buey, para cuando él llegara en Nochebuena. Él los miraba, los reconocía y sonreía, como si aquel traje se le hubiera quedado pequeño y él hubiera crecido.
Antes recibían chrismas y los colocaban alrededor del Portal, haciendo presentes a la familia y a los amigos. Ahora la familia ha menguado y los amigos ya no acostumbran a enviar chrismas. En cambio, los grandes almacenes, los bancos, las tiendas, las instituciones políticas y las fábricas de mantecado le envían chrismas y le anuncian novedades, créditos, tantos por ciento y un almanaque de bolsillo con unos céntimos de lotería, por si hay suerte. En los grandes almacenes, El Portal ha desaparecido y aquella tradición navideña “del misterio” ha sido sustituida por el Árbol y el Papá Noel.
Él dice que nota como un interés por desbancar la tradición cristiana del Belén y vaciarla de contenido, es decir, de religiosidad. La misma Nochebuena, que era respetada como noche de familia y de oración, ha pasado a ser una fiesta más de sociedad y una movida de lujo. Una serie de añadidos, generalmente promovidos por la publicidad, va cambiando la cultura cristiana de nuestra Nochebuena por una fiesta laica y mercantilista sin contenido religioso alguno.
Y, sin embargo, las religiones siguen siendo una de las señales de identidad más potentes del mundo, de manera que, aunque sólo fuera por la fuerza cultural que representan, había que tenerlas en cuenta. Culturas y religiones no son realidades aisladas e independientes. En la historia de los pueblos, el inicio de todo arte es el religioso, como algo innato a la naturaleza humana. Borrar las religiones de la humanidad sería destruir las manifestaciones más importantes de la historia del hombre sobre la tierra.
Hoy, muchos piensan que la religión es un peligro para la convivencia democrática. Eso es verdad cuando la religión se convierte en un fundamentalismo fanático, porque deja de ser religión y se torna en secta o seudorreligión moralizante. La religión auténtica siempre ha sido el principio de la sabiduría de los pueblos y el motor del amor. No hace mucho leí que “Las tradiciones religiosas son caminos diversos para alcanzar la experiencia de Dios y, vividas a fondo como experiencia, tienen en común la transformación espiritual de las personas y su capacidad de generar santidad. Juegan, sin duda, un papel importante en la cultura y en la cohesión de la sociedad.”
J. LEIVA
Pero su hijo, a medida que se iba haciendo mayor, fue perdiendo el interés por el “Nacimiento”, de manera que las figuras fueron desapareciendo y el espacio se fue reduciendo. Marchó a la Universidad y el Belén menguó y ellos se quedaron en colocar el “misterio”. La madre y él seguían poniendo a José, María, el Niño, la mula y el buey, para cuando él llegara en Nochebuena. Él los miraba, los reconocía y sonreía, como si aquel traje se le hubiera quedado pequeño y él hubiera crecido.
Antes recibían chrismas y los colocaban alrededor del Portal, haciendo presentes a la familia y a los amigos. Ahora la familia ha menguado y los amigos ya no acostumbran a enviar chrismas. En cambio, los grandes almacenes, los bancos, las tiendas, las instituciones políticas y las fábricas de mantecado le envían chrismas y le anuncian novedades, créditos, tantos por ciento y un almanaque de bolsillo con unos céntimos de lotería, por si hay suerte. En los grandes almacenes, El Portal ha desaparecido y aquella tradición navideña “del misterio” ha sido sustituida por el Árbol y el Papá Noel.
Él dice que nota como un interés por desbancar la tradición cristiana del Belén y vaciarla de contenido, es decir, de religiosidad. La misma Nochebuena, que era respetada como noche de familia y de oración, ha pasado a ser una fiesta más de sociedad y una movida de lujo. Una serie de añadidos, generalmente promovidos por la publicidad, va cambiando la cultura cristiana de nuestra Nochebuena por una fiesta laica y mercantilista sin contenido religioso alguno.
Y, sin embargo, las religiones siguen siendo una de las señales de identidad más potentes del mundo, de manera que, aunque sólo fuera por la fuerza cultural que representan, había que tenerlas en cuenta. Culturas y religiones no son realidades aisladas e independientes. En la historia de los pueblos, el inicio de todo arte es el religioso, como algo innato a la naturaleza humana. Borrar las religiones de la humanidad sería destruir las manifestaciones más importantes de la historia del hombre sobre la tierra.
Hoy, muchos piensan que la religión es un peligro para la convivencia democrática. Eso es verdad cuando la religión se convierte en un fundamentalismo fanático, porque deja de ser religión y se torna en secta o seudorreligión moralizante. La religión auténtica siempre ha sido el principio de la sabiduría de los pueblos y el motor del amor. No hace mucho leí que “Las tradiciones religiosas son caminos diversos para alcanzar la experiencia de Dios y, vividas a fondo como experiencia, tienen en común la transformación espiritual de las personas y su capacidad de generar santidad. Juegan, sin duda, un papel importante en la cultura y en la cohesión de la sociedad.”
J. LEIVA