En periodismo se suele decir. “No hay nada más viejo que el periódico de ayer.” En efecto, el periódico ha conseguido tal capacidad de comunicación que se ha convertido en el notario de la actualidad. Por contra, la noticia pisada o salida ayer pasa al corral de los carrozas y de los fenecidos. La necesidad de información y el instinto de novedades excitan de tal manera la curiosidad del lector medio, que se desayuna cada mañana un café con churros y la lectura del periódico del día.
Lo malo es que, cuando alguien necesita contrastar una noticia o confirmar un comunicado, se vuelve loco para encontrar el periódico de ayer. Los kioscos lo devuelven para reciclarlo, los bares lo tiran a la basura y las mujeres lo utilizan para limpiar cristales o envolver zapatillas. Menos mal que las hemerotecas de las bibliotecas públicas los encuadernan cuidadosamente para que lo podamos seguir consultando.
El periodismo es tan viejo como el hombre. El hombre de las cavernas ya sintió la necesidad de comunicarse y nos dejó en las paredes dibujos y símbolos para noticiar la vida y transmitirla a la posteridad.. Pero, en el siglo XVIII, con la aparición del periodismo moderno, surge la polémica sobre el valor de la literatura periodística. Ideólogos, políticos y escritores desprecian el fenómeno periodístico como una literatura de segunda clase. Sin embargo, se tuvieron que dar por vencidos al comprobar que, pocos años después, la mayoría de los lectores se sustentaban de los periódicos y formaban su opinión a través de ellos.
Ciertamente, el periodismo es algo distinto al libro, porque el periodista ha de tener en cuenta lo que tiene que informar y el público al que se dirige. Incluso los tres objetivos del periodismo -informar, formar y distraer- exigen un lenguaje distinto al del libro; es decir, exactitud, variedad y celeridad. O lo que es igual, informar sin engaño, escribir en consonancia con la materia que trata y responder a primera hora del día. De ahí que el periodismo es una carrera contra reloj, a veces difícil de evitar gazapos, como confundir el año 2010 con el 2012.
El creador del periodismo moderno, tal como lo conocemos hoy, fue un aragonés con nombre largo y pesado, Francisco Sebastián, Manuel Mariano Nipho y Cagigal (1719-1793). Sufrió muchos reveses económicos, porque puso en marcha todos los tipos de periódicos que exigía la sociedad madrileña dieciochesca: oficiales, polémicos, literarios, eruditos, científicos, económicos, costumbristas, satíricos, irónicos... Menos mal que, al final de su vida, todo el mundo reconoció su prestigio profesional.
A lo que vamos, el periódico del día desbanca de tal manera al de ayer, que nadie lo quiere. Pero eso ocurre con todo lo viejo. El año 2010 ha desbancado de tal manera al 2009, que parece que hace un año que murió. En unos segundos, dimos un salto del 2009 al 2010. Y todo lo que pertenece al año pasado nos resulta viejo, antiguo, caduco, arcaico. Incluso el niño que iba a nacer nos hubiera gustado que esperara un poco para que lo hiciera en el nuevo año y ostentara el lustre de lo nuevo, de lo más moderno, del primer grito en el 2010. Yo pensé después de las campanadas: “No ha pasado nada, todo sigue igual, ni siquiera el reloj se ha detenido un segundo para darnos el nuevo año. Somos nosotros los que nos movemos. Ojalá sea para mejor” JUAN LEIVA
Lo malo es que, cuando alguien necesita contrastar una noticia o confirmar un comunicado, se vuelve loco para encontrar el periódico de ayer. Los kioscos lo devuelven para reciclarlo, los bares lo tiran a la basura y las mujeres lo utilizan para limpiar cristales o envolver zapatillas. Menos mal que las hemerotecas de las bibliotecas públicas los encuadernan cuidadosamente para que lo podamos seguir consultando.
El periodismo es tan viejo como el hombre. El hombre de las cavernas ya sintió la necesidad de comunicarse y nos dejó en las paredes dibujos y símbolos para noticiar la vida y transmitirla a la posteridad.. Pero, en el siglo XVIII, con la aparición del periodismo moderno, surge la polémica sobre el valor de la literatura periodística. Ideólogos, políticos y escritores desprecian el fenómeno periodístico como una literatura de segunda clase. Sin embargo, se tuvieron que dar por vencidos al comprobar que, pocos años después, la mayoría de los lectores se sustentaban de los periódicos y formaban su opinión a través de ellos.
Ciertamente, el periodismo es algo distinto al libro, porque el periodista ha de tener en cuenta lo que tiene que informar y el público al que se dirige. Incluso los tres objetivos del periodismo -informar, formar y distraer- exigen un lenguaje distinto al del libro; es decir, exactitud, variedad y celeridad. O lo que es igual, informar sin engaño, escribir en consonancia con la materia que trata y responder a primera hora del día. De ahí que el periodismo es una carrera contra reloj, a veces difícil de evitar gazapos, como confundir el año 2010 con el 2012.
El creador del periodismo moderno, tal como lo conocemos hoy, fue un aragonés con nombre largo y pesado, Francisco Sebastián, Manuel Mariano Nipho y Cagigal (1719-1793). Sufrió muchos reveses económicos, porque puso en marcha todos los tipos de periódicos que exigía la sociedad madrileña dieciochesca: oficiales, polémicos, literarios, eruditos, científicos, económicos, costumbristas, satíricos, irónicos... Menos mal que, al final de su vida, todo el mundo reconoció su prestigio profesional.
A lo que vamos, el periódico del día desbanca de tal manera al de ayer, que nadie lo quiere. Pero eso ocurre con todo lo viejo. El año 2010 ha desbancado de tal manera al 2009, que parece que hace un año que murió. En unos segundos, dimos un salto del 2009 al 2010. Y todo lo que pertenece al año pasado nos resulta viejo, antiguo, caduco, arcaico. Incluso el niño que iba a nacer nos hubiera gustado que esperara un poco para que lo hiciera en el nuevo año y ostentara el lustre de lo nuevo, de lo más moderno, del primer grito en el 2010. Yo pensé después de las campanadas: “No ha pasado nada, todo sigue igual, ni siquiera el reloj se ha detenido un segundo para darnos el nuevo año. Somos nosotros los que nos movemos. Ojalá sea para mejor” JUAN LEIVA