En aquellos tiempos de la Transición se fraguó la traición del periodismo español a la democracia
En septiembre de 1977, los reyes de España Don Juan Carlos y doña Sofía realizaron una visita a Centroamérica de la que formé parte como comitiva de prensa. Íbamos en el avión real y eran frecuentes los paseos del rey por la zona de los periodistas, a los que contaba chistes y compartía con nosotros como si todos fuésemos sus "colegas". El rey nos invitó, incluso, a visitar un conocido club nocturno guatemalteco, donde nos trataron a cuerpo de rey, con barra libre total incluida, por ir recomendados por el monarca.
Yo, que residía en Panamá como director de las oficinas centroamericanas de la agencia EFE y competía a diario con las agencias internacionales por las exclusivas y primicias, pronto me di cuenta de que aquella "ofensiva de encanto" y el ambiente de camaradería entre el monarca español y los periodistas era irregular y peligroso y recordé lo que me habían enseñado mis "colegas" extranjeros de Associated Press, Reuter, UPI y otras agencias mundiales, según los cuales la amistad y el compañerismo entre periodistas y políticos era el mayor peligro para la libertad de información y una de las tentaciones más peligrosas para todo buen informador.
Cuando residía en Cuba como corresponsal de la Agencia EFE, entre 1975 y 1977, me advirtieron del peligro de ser "captado" por Fidel Castro porque vieron como yo estaba demasiado "fascinado" por la fuerte personalidad del comandante, el cual me distinguía con filtraciones y comentarios de gran interés periodístico. Gracias a mis colegas internacionales, sobre todo al corresponsal de Reuter, aprendí que "el verdadero periodismo libre y democrático es el que publica lo que el poder no quiere que se publique".
Cuando subí al avion del rey de España ejercía como director de la red de delegaciones de la Agencia EFE en Centroamérica, con una veintena de periodistas a mi cargo y con residencia en Panamá, estaba medio confundido y escandalizado ante aquel extraño y desigual "compañerismo" entre el monarca y los periodistas más destacados del país en aquellos tiempos. Allí estaban Pepe Oneto, Amilibia, Jaime Peñafiel, Augusto Delkader y otros muchos líderes del periodismo en aquellos primeros años de la democracia española. Recuerdo haber comentado con Oneto y Delkader que me parecía extraña esa convivencia estrecha del rey con los medios y ellos me dijeron que ese era habitual en España y que funcionaba del mismo modo con Suarez, Felipe González, Carrillo y otros políticos destacados.
Mas adelante, cuando regresé a España en 1983, como director comercial y de informativos especiales de la agencia EFE, con base en Madrid, ya vi y comprobé que la operación de captación de la prensa ya estaba culminada y madura. Los periodistas y los políticos se necesitaban mutuamente y se complementaban. Los políticos filtraban información a los periodistas y éstos adulaban a los políticos y les defendían en los medios. Aquel matrimonio de conveniencia siempre me pareció perverso y dañino para la verdad y los ciudadanos, a los que les llegaba la información mediatizada por intereses políticos bastardos, ajenos a la democracia.
Hoy, el matrimonio de conveniencia de aquellos tiempos ha evolucionado y se ha convertido en algo más perverso: un contubernio contra el pueblo en el que participan los políticos y los medios, todo un atentado contra la democracia y la verdad, sazonado con muchos dinero que les llega a las cabeceras a través de subvenciones y campañas de publicidad, además de filtraciones, concesiones y favores, muchos de ellos inconfesables.
En estos momentos, gran parte del periodismo español está tan habituado al sometimiento al poder y a los distintos partidos que consideran como natural que los políticos paguen por los servicios de información que los medios les prestan, una aberración mayúscula que se inserta en el corazón de la España corrompida y que atenta contra la democracia de manera brutal y letal.
Cuando me nombraron directo de comunicación de la Expo 92 recuerdo haber tenido una tensa reunión con dos altos representantes de una cadena de televisión pública que me dijeron sin pudor alguno que si quería cobertura de los actos y mensajes de la Exposición Universal "tenía que pagarla".
A pesar de mis muchos kilómetros en la carrera del periodismo, vividos en todos los frentes, desde los palacios del poder a los desastres naturales, las guerras y las insidias de las cancillerías, me sorprendió tanto aquella actitud de una cadena pública que se lo comenté al Comisario General de la Exposición, mi jefe, Manuel Olivencia, el cual solo medio: "Son así". Y me recomendó que no les hiciera caso y siguiera trabajando normal.
El peor de los contubernios imaginables en democracia, el de políticos y periodistas, se ha consumado ya en España. Los medios españoles sometidos al poder en el presente son ya una sólida mayoría y constituyen el principal sostén de la corrupción, del abuso de poder y de las muchas iniquidades que comprende la deteriorada democracia española, irreconocible ya como Estado de Derecho y régimen de libertades y derechos y cada día más identificada con las dictaduras de partidos políticos y de políticos profesionales, sin controles, sin ciudadanos y sin respeto a las leyes.
Y los periodistas, que son los únicos que pueden, además de los jueces, acabar con esta gigantesca conspiración antidemocrática y anticiudadana, están "encantados" de su colaboración con el poder y sin remordimiento alguno por haber dejado al ciudadano desamparado, privados del inalienable derecho a ser informados con la verdad.
El resultado del contubernio sucio entre prensa y poder es un país que ha dejado de ser democrático, poco fiable, alejado de la verdad, manipulador, corrompido y con un poder político que practica la tiranía desde las sombras, protegido en sus abusos y corrupciones por el silencio y la mentira que emanan de los medios comprados y sometidos.
En el otro lado, el de la verdad y del periodismo que sirve al ciudadano, quedan pocos medios y sobre todo pocas cadenas de televisión, que son el medio más influyente, lo que deja a los ciudadanos españoles en el peor de los desamparos y convertidos en víctimas de la traición de políticos y periodistas.
Francisco Rubiales
Yo, que residía en Panamá como director de las oficinas centroamericanas de la agencia EFE y competía a diario con las agencias internacionales por las exclusivas y primicias, pronto me di cuenta de que aquella "ofensiva de encanto" y el ambiente de camaradería entre el monarca español y los periodistas era irregular y peligroso y recordé lo que me habían enseñado mis "colegas" extranjeros de Associated Press, Reuter, UPI y otras agencias mundiales, según los cuales la amistad y el compañerismo entre periodistas y políticos era el mayor peligro para la libertad de información y una de las tentaciones más peligrosas para todo buen informador.
Cuando residía en Cuba como corresponsal de la Agencia EFE, entre 1975 y 1977, me advirtieron del peligro de ser "captado" por Fidel Castro porque vieron como yo estaba demasiado "fascinado" por la fuerte personalidad del comandante, el cual me distinguía con filtraciones y comentarios de gran interés periodístico. Gracias a mis colegas internacionales, sobre todo al corresponsal de Reuter, aprendí que "el verdadero periodismo libre y democrático es el que publica lo que el poder no quiere que se publique".
Cuando subí al avion del rey de España ejercía como director de la red de delegaciones de la Agencia EFE en Centroamérica, con una veintena de periodistas a mi cargo y con residencia en Panamá, estaba medio confundido y escandalizado ante aquel extraño y desigual "compañerismo" entre el monarca y los periodistas más destacados del país en aquellos tiempos. Allí estaban Pepe Oneto, Amilibia, Jaime Peñafiel, Augusto Delkader y otros muchos líderes del periodismo en aquellos primeros años de la democracia española. Recuerdo haber comentado con Oneto y Delkader que me parecía extraña esa convivencia estrecha del rey con los medios y ellos me dijeron que ese era habitual en España y que funcionaba del mismo modo con Suarez, Felipe González, Carrillo y otros políticos destacados.
Mas adelante, cuando regresé a España en 1983, como director comercial y de informativos especiales de la agencia EFE, con base en Madrid, ya vi y comprobé que la operación de captación de la prensa ya estaba culminada y madura. Los periodistas y los políticos se necesitaban mutuamente y se complementaban. Los políticos filtraban información a los periodistas y éstos adulaban a los políticos y les defendían en los medios. Aquel matrimonio de conveniencia siempre me pareció perverso y dañino para la verdad y los ciudadanos, a los que les llegaba la información mediatizada por intereses políticos bastardos, ajenos a la democracia.
Hoy, el matrimonio de conveniencia de aquellos tiempos ha evolucionado y se ha convertido en algo más perverso: un contubernio contra el pueblo en el que participan los políticos y los medios, todo un atentado contra la democracia y la verdad, sazonado con muchos dinero que les llega a las cabeceras a través de subvenciones y campañas de publicidad, además de filtraciones, concesiones y favores, muchos de ellos inconfesables.
En estos momentos, gran parte del periodismo español está tan habituado al sometimiento al poder y a los distintos partidos que consideran como natural que los políticos paguen por los servicios de información que los medios les prestan, una aberración mayúscula que se inserta en el corazón de la España corrompida y que atenta contra la democracia de manera brutal y letal.
Cuando me nombraron directo de comunicación de la Expo 92 recuerdo haber tenido una tensa reunión con dos altos representantes de una cadena de televisión pública que me dijeron sin pudor alguno que si quería cobertura de los actos y mensajes de la Exposición Universal "tenía que pagarla".
A pesar de mis muchos kilómetros en la carrera del periodismo, vividos en todos los frentes, desde los palacios del poder a los desastres naturales, las guerras y las insidias de las cancillerías, me sorprendió tanto aquella actitud de una cadena pública que se lo comenté al Comisario General de la Exposición, mi jefe, Manuel Olivencia, el cual solo medio: "Son así". Y me recomendó que no les hiciera caso y siguiera trabajando normal.
El peor de los contubernios imaginables en democracia, el de políticos y periodistas, se ha consumado ya en España. Los medios españoles sometidos al poder en el presente son ya una sólida mayoría y constituyen el principal sostén de la corrupción, del abuso de poder y de las muchas iniquidades que comprende la deteriorada democracia española, irreconocible ya como Estado de Derecho y régimen de libertades y derechos y cada día más identificada con las dictaduras de partidos políticos y de políticos profesionales, sin controles, sin ciudadanos y sin respeto a las leyes.
Y los periodistas, que son los únicos que pueden, además de los jueces, acabar con esta gigantesca conspiración antidemocrática y anticiudadana, están "encantados" de su colaboración con el poder y sin remordimiento alguno por haber dejado al ciudadano desamparado, privados del inalienable derecho a ser informados con la verdad.
El resultado del contubernio sucio entre prensa y poder es un país que ha dejado de ser democrático, poco fiable, alejado de la verdad, manipulador, corrompido y con un poder político que practica la tiranía desde las sombras, protegido en sus abusos y corrupciones por el silencio y la mentira que emanan de los medios comprados y sometidos.
En el otro lado, el de la verdad y del periodismo que sirve al ciudadano, quedan pocos medios y sobre todo pocas cadenas de televisión, que son el medio más influyente, lo que deja a los ciudadanos españoles en el peor de los desamparos y convertidos en víctimas de la traición de políticos y periodistas.
Francisco Rubiales