Pablo Iglesias y Podemos están hoy en el Congreso porque fueron paridos por la ineptitud, la corrupción y la inmensa capacidad de frustrar y decepcionar de partidos tan viejos y agotados como el PSOE y el PP. Rajoy y Zapatero han sido sus principales progenitores, pero en la concepción de ese feto extraño han participado otros políticos de baja calidad democrática y ética, como Rubalcaba, Aznar y no pocos reyezuelos de las taifas autonómicas, sin los cuales, Podemos hoy no sería nada.
Como en muchas empresas familiares (España es una gran empresa familiar en la que los partidos y los políticos han arrebatado el poder a los ciudadanos, que son los verdaderos propietarios), el traspaso de poderes de una generación a otra siempre es problemático y fuente de conflictos.
La crisis económica, la baja calidad de los gobiernos y el festival de la corrupción generaron en España el estallido del 15M y el deseo de cambio y de regeneración política. Entonces apareció Podemos y más de cinco millones de españoles, ansiosos de cambios, le dieron su voto, a pesar de representar la peor ideología de la Historia: el comunismo, fabricante de pobres, esclavos y cadáveres.
De alguna manera, todos los españoles somos padres de Podemos, una paternidad complicada y cargada de responsabilidad que nos hemos ganado por no exigir democracia, limpieza y decencia a los podridos viejos partidos, a los que hemos tolerado fechorías de todo tipo, desde la corrupción a la ruina económica, la prostitución del sistema y hasta que hayan engordado el independentismo y provocado la vergüenza de ser hijos de esta España maloliente que ellos han construido, habilitados por nuestros votos.
La moción de censura ha sido un espectáculo triste, acorde con la bajeza endémica de la clase política española, un drama sin altura moral y sin grandeza alguna que solo puede entenderse como una pelea familiar entre un mal padre (Rajoy), que quiere permanecer en el poder, y un pésimo hijo (Pablito Iglesias), obsesionado por ocupar la presidencia de la empresa. La pelea de familia fue tan clásica y típica que hasta fue criticada la novia del hijo ambicioso.
Para los verdaderos propietarios, los ciudadanos, ya vejados y humillados porque los políticos les han arrebatado el control de la empresa España, que les pertenece en democracia, y porque la dirigen mal, sin tacto ni tino, fue un bochorno humillante tener que asistir a la pelea entre los nuevos amos y los que aspiran a serlo, sin poder decidir nada, comiéndose la rabia que sienten al ver como la empresa familiar es conducida hacia la quiebra.
Los padres ganaron la trifulca. Los viejos seguirán mal gobernando la empresa España, los hijos tendrán que esperar y los ciudadanos, los verdaderos dueños, seguirán siendo vejados y maltratados por los usurpadores de España SA.
Francisco Rubiales
Como en muchas empresas familiares (España es una gran empresa familiar en la que los partidos y los políticos han arrebatado el poder a los ciudadanos, que son los verdaderos propietarios), el traspaso de poderes de una generación a otra siempre es problemático y fuente de conflictos.
La crisis económica, la baja calidad de los gobiernos y el festival de la corrupción generaron en España el estallido del 15M y el deseo de cambio y de regeneración política. Entonces apareció Podemos y más de cinco millones de españoles, ansiosos de cambios, le dieron su voto, a pesar de representar la peor ideología de la Historia: el comunismo, fabricante de pobres, esclavos y cadáveres.
De alguna manera, todos los españoles somos padres de Podemos, una paternidad complicada y cargada de responsabilidad que nos hemos ganado por no exigir democracia, limpieza y decencia a los podridos viejos partidos, a los que hemos tolerado fechorías de todo tipo, desde la corrupción a la ruina económica, la prostitución del sistema y hasta que hayan engordado el independentismo y provocado la vergüenza de ser hijos de esta España maloliente que ellos han construido, habilitados por nuestros votos.
La moción de censura ha sido un espectáculo triste, acorde con la bajeza endémica de la clase política española, un drama sin altura moral y sin grandeza alguna que solo puede entenderse como una pelea familiar entre un mal padre (Rajoy), que quiere permanecer en el poder, y un pésimo hijo (Pablito Iglesias), obsesionado por ocupar la presidencia de la empresa. La pelea de familia fue tan clásica y típica que hasta fue criticada la novia del hijo ambicioso.
Para los verdaderos propietarios, los ciudadanos, ya vejados y humillados porque los políticos les han arrebatado el control de la empresa España, que les pertenece en democracia, y porque la dirigen mal, sin tacto ni tino, fue un bochorno humillante tener que asistir a la pelea entre los nuevos amos y los que aspiran a serlo, sin poder decidir nada, comiéndose la rabia que sienten al ver como la empresa familiar es conducida hacia la quiebra.
Los padres ganaron la trifulca. Los viejos seguirán mal gobernando la empresa España, los hijos tendrán que esperar y los ciudadanos, los verdaderos dueños, seguirán siendo vejados y maltratados por los usurpadores de España SA.
Francisco Rubiales