La redada de corruptos del PP en Valencia sorprende a Rajoy en el peor momento, cuando pugna por seguir gobernando, a pesar de que no puede integrar una mayoría parlamentaria. Para Pedro Sánchez, negar ahora el apoyo del socialismo a Rajoy es fácil porque ¿Quien quiere pactar con un partido corrupto?
La verdad es que el PP ha aprobado medidas contra la corrupción, pero lo ha hecho al final de su mandato, cinco minutos antes de que tocara el silbato, como para salvar la cara, tras haber ofrecido durante los últimos cuatro años todo un recital de corrupciones (Gürtel, Púnica, Bárcenas...) con entidad suficiente para asquear a los ciudadanos y llenar de porquería las portadas y las tertulias.
El PP, aislado y sin amigos, sabe que su gran pecado ha sido haber dispuesto de una amplia mayoría absoluta y no haber hecho nada para regenerar España, a pesar de haberlo prometido en campaña. Haber frustrado ese deseo masivo de los ciudadanos es motivo más que suficiente para perder el poder.
Esa profunda carencia, junto con sus exhibiciones de corrupción, han tenido efectos letales sobre el partido y sobre la misma España, entre los que destacan el haber propiciado el nacimiento y ascenso de nuevas formaciones, como Podemos y Ciudadanos, haber indignado y exasperado a millones de españoles y haber perdido millones de votos, recibiendo de los ciudadanos un doloroso y ejemplar castigo en las urnas.
El lastre de la corrupción del PP es tan grande que neutraliza sus evidentes logros en economía. El balance final que hacen los ciudadanos del mandato de Rajoy es terrible porque, aunque los restaurantes estén llenos y el país comience a crecer, el platillo de la balanza donde están la corrupción, las mentiras, el endeudamiento, el abuso de poder, los bajos salarios, la desprotección de los débiles, la politización de la Justicia, el despilfarro y la falta de regeneración pesa demasiado.
El fracaso de Rajoy deja a los españoles en manos de una posible alianza de gobierno que muy pocos desean: la del PSOE con Podemos, un remedio cargado de amenazas y déficits democráticos que podría ser peor que la enfermedad.
La verdad es que el PP ha aprobado medidas contra la corrupción, pero lo ha hecho al final de su mandato, cinco minutos antes de que tocara el silbato, como para salvar la cara, tras haber ofrecido durante los últimos cuatro años todo un recital de corrupciones (Gürtel, Púnica, Bárcenas...) con entidad suficiente para asquear a los ciudadanos y llenar de porquería las portadas y las tertulias.
El PP, aislado y sin amigos, sabe que su gran pecado ha sido haber dispuesto de una amplia mayoría absoluta y no haber hecho nada para regenerar España, a pesar de haberlo prometido en campaña. Haber frustrado ese deseo masivo de los ciudadanos es motivo más que suficiente para perder el poder.
Esa profunda carencia, junto con sus exhibiciones de corrupción, han tenido efectos letales sobre el partido y sobre la misma España, entre los que destacan el haber propiciado el nacimiento y ascenso de nuevas formaciones, como Podemos y Ciudadanos, haber indignado y exasperado a millones de españoles y haber perdido millones de votos, recibiendo de los ciudadanos un doloroso y ejemplar castigo en las urnas.
El lastre de la corrupción del PP es tan grande que neutraliza sus evidentes logros en economía. El balance final que hacen los ciudadanos del mandato de Rajoy es terrible porque, aunque los restaurantes estén llenos y el país comience a crecer, el platillo de la balanza donde están la corrupción, las mentiras, el endeudamiento, el abuso de poder, los bajos salarios, la desprotección de los débiles, la politización de la Justicia, el despilfarro y la falta de regeneración pesa demasiado.
El fracaso de Rajoy deja a los españoles en manos de una posible alianza de gobierno que muy pocos desean: la del PSOE con Podemos, un remedio cargado de amenazas y déficits democráticos que podría ser peor que la enfermedad.