La alcaldesa en la cárcel, acompañada de medio equipo de gobierno, decenas de corruptos procesados y unas cifras robadas al erario público que consiguen estremecer a la ciudadanía configuran la insorportable "sobredosis" de "Corrupción en Marbella" que están recibiendo los ciudadanos españoles a diario, a través de los medios de comunicación.
Marbella, la única población de España donde sus gobernantes (una "gestora" nombrada por políticos) no han sido elegidos por el ciudadano, a donde la justicia está llegando ahora, escandalosamente tarde, después de más de dos décadas de rapiña y corrupción, es una demostración palpable de que la democracia española está degenerada y necesita una urgente terapia de choque para que la ciudadanía vuelva a confiar en sus dirigentes y en un sistema al que, sin serlo, seguimos llamando democracia.
El espectáculo de Marbella, con su desfile de horteras velozmente enriquecidos, comisiones pagadas a mansalva, sospechas que salpican hasta a políticos vinculados al gobierno, no sólo es la demostración palpable de que la democracia española hace aguas, sino también una insoportable bofetada a la sensibilidad de esas cientos de miles de familias que malviven con sueldos escasos, que mantienen en sus hogares a hijos de treinta años, desempleados o malcolocados con sueldos de menos de 600 euros al mes, estupefactos e indignados ante una realidad que supera la ficción y ante la constancia de que el sistema político vigente permite en España que la corrupción florezca, prospere y anide durante más de dos décadas, sin que funcionen unos mecanismos de seguridad que tal vez no existan.
Es cierto que la justicia está llegando ahora a Marbella, pero lo hace tarde, cuando las bolsas están repletas, cuando hay construidas más de 30.000 viviendas ilegales, cuando la imagen de lo público ha quedado profundamente dañada y cuando todos sospechamos que hay en España cientos, quizás miles de Marbellas ocultas por el mapa.
Marbella, la única población de España donde sus gobernantes (una "gestora" nombrada por políticos) no han sido elegidos por el ciudadano, a donde la justicia está llegando ahora, escandalosamente tarde, después de más de dos décadas de rapiña y corrupción, es una demostración palpable de que la democracia española está degenerada y necesita una urgente terapia de choque para que la ciudadanía vuelva a confiar en sus dirigentes y en un sistema al que, sin serlo, seguimos llamando democracia.
El espectáculo de Marbella, con su desfile de horteras velozmente enriquecidos, comisiones pagadas a mansalva, sospechas que salpican hasta a políticos vinculados al gobierno, no sólo es la demostración palpable de que la democracia española hace aguas, sino también una insoportable bofetada a la sensibilidad de esas cientos de miles de familias que malviven con sueldos escasos, que mantienen en sus hogares a hijos de treinta años, desempleados o malcolocados con sueldos de menos de 600 euros al mes, estupefactos e indignados ante una realidad que supera la ficción y ante la constancia de que el sistema político vigente permite en España que la corrupción florezca, prospere y anide durante más de dos décadas, sin que funcionen unos mecanismos de seguridad que tal vez no existan.
Es cierto que la justicia está llegando ahora a Marbella, pero lo hace tarde, cuando las bolsas están repletas, cuando hay construidas más de 30.000 viviendas ilegales, cuando la imagen de lo público ha quedado profundamente dañada y cuando todos sospechamos que hay en España cientos, quizás miles de Marbellas ocultas por el mapa.