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Malditos políticos corruptos que corrompen



Los españoles han descubierto con horror, desde su encierro forzado por la pandemia, que los políticos son lo peor de la sociedad, el mal ejemplo permanente que envilece la nación y envenena la convivencia. Son los corruptos que corrompen, la gente que nos empuja a ser peores y que nos enseña a ser indeseables.

En España son los padres del atraso, del separatismo, del odio, de la envidia y de decenas de bajezas y abusos de poder que están conduciendo a nuestra sociedad hasta el borde del conflicto civil. No cabe la menor duda que sin esos indeseables el mundo seria mucho mejor y que nosotros seríamos más felices.
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El espectáculo de las peleas en el Congreso, entre marquesas e hijos de terroristas, de los que acusan a otros de querer dar golpes de Estado y no atreverse, de los que mienten y engañan permanentemente, de los mediocres que no saben como comportarse, de los que viven a gusto en la trifulca, ofreciendo a los ciudadanos el más deplorable de los ejemplos, se ha convertido en parte del paísaje español.

Hasta ahora podíamos acusar a los políticos de ser ladrones, de anteponer sus intereses al bien común, de atiborrarse de privilegios, de despilfarrar, beneficiar a los amigos y de gobernar mal, sin acierto y sin solvencia, pero ahora los podemos acusar también de corromper a la sociedad española, de avergonzarnos con su comportamiento grosero y hortera, de ser irresponsables, de destruir nuestro prestigio e imagen en el mundo y de ser causa de numerosos escándalos y frustraciones.

No es un asunto de derechas o de izquierdas. La maldad y la bajeza los envuelve a todos, a unos más y a otros menos, pero es casi imposible encontrar un político y menos un partido al que mirar con orgullo o admiración.

Ningún ciudadano decente debería tener un amigo político, ni debería presentar jamás a un político a su familia o abrirle las puertas de su hogar. Son, sin duda, mala gente, irresponsable, sucia y causante de muchos males.

Todos estos criterios están basados no sólo en los comportamientos que se observan en la política española, dominada por fantoches sin grandeza que corrompen y pervierten a todo ser viviente, sino también en un análisis del pasado, del que emergen conclusiones terribles que señalan a los políticos como causantes de guerras, masacres, exterminios, ruinas, hambrunas y de grandes dosis de dolor y desesperación a lo largo y ancho de la Historia.

La gestión de la pandemia ha mostrado, al menos en España, con toda crudeza, lo que significan los políticos en nuestras vidas. Sus decisiones, casi siempre erróneas y tardías, han provocado miles de muertes innecesarias y torrentes de dolor gratuito. Analizar tan sólo lo que ha ocurrido, por culpa de los políticos, en las residencias de ancianos españolas, provoca una mezcla insoportable de indignación, asco y ganas de escupir en el rostro a los indecentes que han privado a los mayores del trato médico al que tenían derecho, cerrándoles las puertas de hospitales, medicamentos y respiradores.

Y resulta que hemos convertido a esa chusma indecente, corrupta y corruptora en semidioses, a los que regalamos todo el poder, sueldos de lujo, pensiones vitalicias y un protagonismo en las pantallas de la televisión que contribuyen a que el mundo crea que ellos son el camino del éxito y el triunfo, cuando no son otra cosa que el claro reflejo del fracaso y la bajeza de la humanidad.

De todas las reformas que el mundo necesita, la más importante y prioritaria es cambiar el liderazgo. No podemos elegir, por mucha democracia que queramos, a tipos como los que tenemos en España para que nos gobiernen, personas que merecen más la cárcel que dirigir ministerios e instituciones. Hay que conseguir que los mejores sean los que nos gobiernen y que en lugar de proyectar hacia el pueblo el mal ejemplo y la vergüenza nos señalen el camino de la virtud y del servicio.

Es imprescindible que los políticos sientan nuestro desprecio y nuestro aliento de reproche en el cogote. El mundo seria diferente si en lugar de sinvergüenzas y pendencieros tuviéramos en el poder a personas ejemplares.

Pero ¿no hay políticos buenos? Seguramente los hay, pero no se notan ante los océanos de indeseables que dominan el panorama y esos que se dicen buenos terminan siendo malos, contaminados, o actúan cobardemente, como cómplices, porque silencian para sobrevivir los desmanes y abusos que infectan a sus compañeros y a sus partidos.

Muchos entran en la política para medrar, no para servir. Van sin ideales, sin soñar en mejorar el mundo, pero con los bolsillos preparados para llenarlos de dinero y privilegios. Es evidente que los partidos políticos se han convertido en escuelas de mediocres y de canallas. Nacieron, en teoría, para que los deseos y aspiraciones del pueblo llegaran hasta el poder, pero desde el principio hubo pensadores y hombres rectos que advirtieron que los partidos eran un peligro.

Grecia, inventora de la democracia, no los toleraba y la Roma republicana tampoco. La revolución francesa los prohibió y los fundadores de la democracia moderna, padres de la Constitución de los Estados Unidos, dijeron claramente que los partidos eran "parte" y que despedazarían la sociedad.

Hoy, los peores vaticinios se han visto superados por la realidad, esos fantoches millonarios, con tendencias a robar y a ser arrogantes e inmisericordes, mentirosos empedernidos y blindados frente a sus pueblos, capaces de destituir a hombres decentes sólo porque piensan diferente, como está ocurriendo en España con los dirigentes de la Guardia Civil, son la peor plaga de la Humanidad, el mayor de los obstáculos que existe en el mundo para que las sociedades sean decentes y avancen hacia el bien común, el progreso auténtico y la felicidad de los ciudadanos.

¡Malditos sean los políticos, una y mil veces!


Francisco Rubiales


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Viernes, 29 de Mayo 2020
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