Lo peor del islamismo y, sobre todo, del extremismo islamista, tendencia hoy dominante en el mundo musulmán, no es su culto al odio, ni su veneración de la violencia, ni su falta de humanismo, ni su atraso histórico, sino la incapacidad que los musulmanes, en general, tienen para el sentido del humor.
Muchos pensadores han opinado a lo largo de la historia que el gesto más inteligente de la especie humana es reirse de si mismo. Los musulmanes están a años luz de conseguirlo.
Mientras que el Dios judeocristiano ama al hombre y le exige que ame y actúe para mejorar el mundo, el Islam exige sumisión absoluta a Alá, algo que impide el libre albedrío, y, en lugar de amar, ordena la muerte de los apóstatas.
Los seguidores del Islam son gente escatológica, trascendente, dramática y permanentemente malhumorada. La incapacidad para tomarse la vida con filosofía o las cosas con humor, es lo que convierte al islamismo en una filosofía peligrosa e incompatible con la democracia. Como prueba de ello, no existe una sola democracia en el mundo musulmán.
Y no puede haber democracia en el Islam porque la democracia es, por encima de todo, sentido del humor.
La total ausencia de sentido del humor es lo que ha propiciado la histérica y violenta reacción del mundo islámico a las viñetas humorísticas sobre Mahoma publicadas en Dinamarca.
En mi libro "Democracia Secuestrada" incluyo los siguientes dos párrafos sobre el humor:
"Quienes idearon la democracia entendían que la armonía de la comunidad sólo se consigue discutiendo permanentemente. De ahí la importancia del debate como antídoto del totalitarismo y de otros muchos desequilibrios y males políticos y sociales. El humor permite soportar contradicciones, paradojas y dramas sin perder los nervios. El humor, además de ser un aditivo imprescindible en la democracia y el debate, es el recurso más temido por los fanáticos, los intolerantes y los asesinos. No existe un muro más sólido que el humor para cerrar el paso a los doctrinarios e ideólogos del terror. La historia es pródiga en anécdotas que revelan el rechazo visceral que los dictadores sienten ante el humor. Los mayores monstruos de la historia, desde Calígula hasta Atila, sin olvidar a Drácula, Stalin o Hitler, han odiado la risa y no han dudado en cortar el cuello a quienes se atrevieron a reír en su presencia. Si es cierto que el humor es la antítesis del totalitarismo, no es menos cierto que el humor es el más genuinamente democrático de los valores.
El humor es la esencia de la democracia y sin humor la democracia no funciona, se convierte en un esperpento o en un juego peligroso. Un debate parlamentario exento de humor suele tornarse violento y suena mal, deja de ser música y se transforma en ruido, desprendiendo aromas de pomposidad y afectación. Con seguridad, la crispación y el aburrimiento, dos de los grandes defectos de los actuales parlamentos democráticos, son causados por la falta de humor. Con humor, los debates son más interesantes, inteligentes y divertidos. Sin sentido del ridículo, sin ironía o sin fair play, la mayoría de los debates parlamentarios en los que se enfrentan e insultan gobierno y oposición resultan incomprensibles para el ciudadano y generan en la sociedad sentimientos de inquietud y vergüenza ajena. Pocas cosas resultan tan ridículas como contemplar a dos políticos insultándose en serio. Cualquier ciudadano que los vea o los oiga comprenderá la majadería que encierra esa escena, en la que se insultan y casi llegan a las manos unos representantes del pueblo obligados a colaborar, porque han sido elegidos democráticamente para mejorar la sociedad y buscar la armonía y el bien común. "
Muchos pensadores han opinado a lo largo de la historia que el gesto más inteligente de la especie humana es reirse de si mismo. Los musulmanes están a años luz de conseguirlo.
Mientras que el Dios judeocristiano ama al hombre y le exige que ame y actúe para mejorar el mundo, el Islam exige sumisión absoluta a Alá, algo que impide el libre albedrío, y, en lugar de amar, ordena la muerte de los apóstatas.
Los seguidores del Islam son gente escatológica, trascendente, dramática y permanentemente malhumorada. La incapacidad para tomarse la vida con filosofía o las cosas con humor, es lo que convierte al islamismo en una filosofía peligrosa e incompatible con la democracia. Como prueba de ello, no existe una sola democracia en el mundo musulmán.
Y no puede haber democracia en el Islam porque la democracia es, por encima de todo, sentido del humor.
La total ausencia de sentido del humor es lo que ha propiciado la histérica y violenta reacción del mundo islámico a las viñetas humorísticas sobre Mahoma publicadas en Dinamarca.
En mi libro "Democracia Secuestrada" incluyo los siguientes dos párrafos sobre el humor:
"Quienes idearon la democracia entendían que la armonía de la comunidad sólo se consigue discutiendo permanentemente. De ahí la importancia del debate como antídoto del totalitarismo y de otros muchos desequilibrios y males políticos y sociales. El humor permite soportar contradicciones, paradojas y dramas sin perder los nervios. El humor, además de ser un aditivo imprescindible en la democracia y el debate, es el recurso más temido por los fanáticos, los intolerantes y los asesinos. No existe un muro más sólido que el humor para cerrar el paso a los doctrinarios e ideólogos del terror. La historia es pródiga en anécdotas que revelan el rechazo visceral que los dictadores sienten ante el humor. Los mayores monstruos de la historia, desde Calígula hasta Atila, sin olvidar a Drácula, Stalin o Hitler, han odiado la risa y no han dudado en cortar el cuello a quienes se atrevieron a reír en su presencia. Si es cierto que el humor es la antítesis del totalitarismo, no es menos cierto que el humor es el más genuinamente democrático de los valores.
El humor es la esencia de la democracia y sin humor la democracia no funciona, se convierte en un esperpento o en un juego peligroso. Un debate parlamentario exento de humor suele tornarse violento y suena mal, deja de ser música y se transforma en ruido, desprendiendo aromas de pomposidad y afectación. Con seguridad, la crispación y el aburrimiento, dos de los grandes defectos de los actuales parlamentos democráticos, son causados por la falta de humor. Con humor, los debates son más interesantes, inteligentes y divertidos. Sin sentido del ridículo, sin ironía o sin fair play, la mayoría de los debates parlamentarios en los que se enfrentan e insultan gobierno y oposición resultan incomprensibles para el ciudadano y generan en la sociedad sentimientos de inquietud y vergüenza ajena. Pocas cosas resultan tan ridículas como contemplar a dos políticos insultándose en serio. Cualquier ciudadano que los vea o los oiga comprenderá la majadería que encierra esa escena, en la que se insultan y casi llegan a las manos unos representantes del pueblo obligados a colaborar, porque han sido elegidos democráticamente para mejorar la sociedad y buscar la armonía y el bien común. "