La eleccción de José Montilla como candidato socialista a presidir la Generalitat de Cataluña es una demostración patente de la arrogancia y la perepotencia de los partidos políticos, que, seguros de su poder y de la obediencia ciega de sus partidarios, se atreven a designar candidatos técnicamente "quemados" y con su imagen hecha trizas.
Montilla necesita ser blindado para preservar su ya deteriorada imagen. Por eso no comparecerá en el Congreso, como solicita la oposición, para explicar los desgraciados sucesos del aeropuerto de El Prat, el enésimo fracaso de su carrera, para que no pierda votos en las elecciones catalanas de noviembre. El PSOE es consciente de que Montilla es un candidato débil y frágil, lo que obliga a evitarle polémicas, a preservarlo y a blindarlo para mejorar su desastrosa imagen y para impedir que siga desgastándose.
El mayor problema de Montilla es la imagen, de perdedor contumaz que ha acumulado, la más desgastada del gobierno Zapatero. Proyecta un intervencionismo decimonónico y un terrible olor a derrota, tras haber perdido todas y cada una de las batallas que ha librado, desde la del Estatuto Catalán, aprobado vergonzosamente por sólo uno de cada tres electores catalanes, hasta la de ENDESA, una próspera y saludable empresa española que, gracias a Montilla, empeñado en entregarla casi gratis a sus amigos de La Caixa, caerá probablemente en manos de la alemana Eon.
La candidatura de Montilla no es solo el triunfo de la mediocridad y de la arrogancia, sino la demostración palpable de que su partido, el PSOE, se cree tan poderoso que es capaz de ir contra los intereses de la sociedad y contra lsa misma lógica, que desaconseja designar como candidato a la presidencia de la Generalitat a un candidato devaluado, desprestigiado y técnicamente quemado.
La Unión Europea ya a dado a España dos patadas en el culo de Montilla por sus manipulaciones de las reglas del juego, por su soberbia incurable y por su nula fe en postulados que son sagrados en Occidente, como el libre mercado y el libre juego empresarial.
Montilla va a necesitar un blindaje muy especial por parte de los estrategas del PSOE, sobre todo después de que la Unión Europea consiga desmontar su última manipulación, la del desmembramiento de ENDESA, dictado sólo para salvar su ego, como venganza y como intento postrero de beneficiar a sus empresas amigas, sobre todo a Iberdrola y La Caixa.
La estrategia electoral del PSOE quiere hacernos olvidar que Montilla es un ministro achicharrado y que todas las encuestas lo señalan como el primer candidato a abandonar el Consejo de Ministros. Consciente de que su figura causa animadversión entre muchos sectores y que incluso dentro del socialismo no tiene todo el apoyo que quisiera, Montilla se verá obligado, para salvar su imagen como candidato a la Generalitat, a ser más catalán que nadie y más nacionalista que ninguno, un nuevo ridículo para ese charnego cordobes extrañamente ducho en acumular fracasos.
Su única ventaja es que, a pesar de ser un candidato desastroso, su figura, desgastada y devaluada, concita más apoyos que la del todavía más desgastado Maragall.
Jordi Castell
Montilla necesita ser blindado para preservar su ya deteriorada imagen. Por eso no comparecerá en el Congreso, como solicita la oposición, para explicar los desgraciados sucesos del aeropuerto de El Prat, el enésimo fracaso de su carrera, para que no pierda votos en las elecciones catalanas de noviembre. El PSOE es consciente de que Montilla es un candidato débil y frágil, lo que obliga a evitarle polémicas, a preservarlo y a blindarlo para mejorar su desastrosa imagen y para impedir que siga desgastándose.
El mayor problema de Montilla es la imagen, de perdedor contumaz que ha acumulado, la más desgastada del gobierno Zapatero. Proyecta un intervencionismo decimonónico y un terrible olor a derrota, tras haber perdido todas y cada una de las batallas que ha librado, desde la del Estatuto Catalán, aprobado vergonzosamente por sólo uno de cada tres electores catalanes, hasta la de ENDESA, una próspera y saludable empresa española que, gracias a Montilla, empeñado en entregarla casi gratis a sus amigos de La Caixa, caerá probablemente en manos de la alemana Eon.
La candidatura de Montilla no es solo el triunfo de la mediocridad y de la arrogancia, sino la demostración palpable de que su partido, el PSOE, se cree tan poderoso que es capaz de ir contra los intereses de la sociedad y contra lsa misma lógica, que desaconseja designar como candidato a la presidencia de la Generalitat a un candidato devaluado, desprestigiado y técnicamente quemado.
La Unión Europea ya a dado a España dos patadas en el culo de Montilla por sus manipulaciones de las reglas del juego, por su soberbia incurable y por su nula fe en postulados que son sagrados en Occidente, como el libre mercado y el libre juego empresarial.
Montilla va a necesitar un blindaje muy especial por parte de los estrategas del PSOE, sobre todo después de que la Unión Europea consiga desmontar su última manipulación, la del desmembramiento de ENDESA, dictado sólo para salvar su ego, como venganza y como intento postrero de beneficiar a sus empresas amigas, sobre todo a Iberdrola y La Caixa.
La estrategia electoral del PSOE quiere hacernos olvidar que Montilla es un ministro achicharrado y que todas las encuestas lo señalan como el primer candidato a abandonar el Consejo de Ministros. Consciente de que su figura causa animadversión entre muchos sectores y que incluso dentro del socialismo no tiene todo el apoyo que quisiera, Montilla se verá obligado, para salvar su imagen como candidato a la Generalitat, a ser más catalán que nadie y más nacionalista que ninguno, un nuevo ridículo para ese charnego cordobes extrañamente ducho en acumular fracasos.
Su única ventaja es que, a pesar de ser un candidato desastroso, su figura, desgastada y devaluada, concita más apoyos que la del todavía más desgastado Maragall.
Jordi Castell