Colaboraciones

MIGUEL ÁNGEL BLANCO SOMOS TODOS





Si uno se resistía a pensar que nuestra clase política era putrefacta en su conjunto, el actual espectáculo en torno al homenaje a Miguel Ángel Blanco proporciona una conclusión tan contundente que quita la respiración. Y como uno no es Fidel Castro, voy a ser breve e ir al grano. Este homenaje no sólo es un deber cívico para cualquier demócrata y persona de bien, sino que es un símbolo de madurez democrática y de ciudadanía soberana. No se trata sólo del homenaje a una persona, sino que se recuerda el punto de inflexión que el crimen provocó, cuando los españoles, de cualquier extracción social e ideología, se unieron en una sola voz para decir “¡NO!” al terrorismo. En un País Vasco en clima de guerra civil, donde la población sabía a quién tenía que saludar por la calle y a quién no, donde los críticos tenían que callar, y de donde los empresarios se tenían que exiliar, la gente salió a la calle superando el miedo paralizador que los criminales etarras habían conseguido instalar en la región y en todo el país. Esto es lo que se homenajea. Porque la cara de Miguel Ángel Blanco representa el rostro de todos los asesinados por ETA, de todas sus víctimas y de todos aquellos cuya vida quedó irremediablente truncada. Cuando contemplo a Miguel Ángel, veo sólo a un chaval con toda la vida por delante vilmente asesinado por unos carniceros. Me da igual el partido y la ideología.

Y no se trata aquí de dar relevancia a unas víctimas y de silenciar el recuerdo de otras, sino al revés, poner de manifiesto que el sufrimiento todavía está ahí. Lógicamente, como las instituciones no pueden estar haciendo homenajes continuos a nivel nacional a cada uno de los 829 asesinados desde la muerte del dictador, estos deben concentrarse en el que hoy miserablemente algunas formaciones políticas se niegan a secundar. No me sorprende en absoluto que la extrema izquierda proetarra encabeza por Podemos, Izquierda Unida, Bildu y un largo etcétera lo haga. Está en su naturaleza totalitaria asociada a una ideología terrorista como el comunismo y a la comprensión hacia sus hermanos ideológicos (no se olvide el marxismo-leninismo de la banda terrorista ETA). Lo más increíble es cómo han ido a apuntarse el tanto de la superioridad moral sobre el despotismo terrorista (Comunista y Nacionalista para más señas) actores políticos de lo que poco tienen que enorgullecerse. Olvidemos por un momento los “procesos de diálogo” del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, de la guerra sucia de los GAL. La carencia de legitimidad del Partido Socialista Obrero Español para hablar de todo lo que sea reivindicación de víctimas del terrorismo, por no hablar de labores de reconstrucción nacional, contrasta con la sobreabundancia de cinismo. El “nuevo PSOE”, en su empeño por captar votos de los extremistas, traiciona a sus muertos y se suma a la moda esta de relativizar la violencia de ETA. Con todo, hoy parece que la amnesia selectiva se ha apoderado del PP (que ha manipulado la memoria de Miguel Ángel Blanco como le ha dado la gana) y simpatizantes cuando tratan torpemente de superponerse como campeones de la “indignidad moral” que provoca que asesinos múltiples campen a sus anchas por las calles y tengan el valor encima de plantear exigencias al Estado y a la sociedad española afirmando tajantemente que ellos nunca, jamás, han negociado con terroristas. Debiera de recordárseles cómo, tras la firma del Pacto de Estella, el 12 de septiembre de 1998, entre el PNV, Eusko Alkartasuna (nacionalistas moderados) y otras fuerzas políticas y sindicales vascas, al producirse una declaración de tregua por parte de la banda terrorista, el Gobierno de José María Aznar ordenó el acercamiento de 135 presos de ETA a Euskadi como muestra de “buena voluntad”, y cómo en mayo de 1999 se celebró una reunión entre representantes del mismo Gobierno y de la banda en Zúrich.

Con una Justicia adulterada, una Fiscalía verticalizada y al servicio de los intereses de los Partidos Políticos, no es de extrañar que no sólo las víctimas del Terrorismo se sientan abandonadas y a la intemperie, sino la totalidad de ciudadanos de este país. Cierto, los asesinos han de pedir perdón (como mínimo, a ver si lo hacen de una vez), pero también han de hacerlo las fuerzas políticas y sociales que han contemporizado, tolerado, negociado o simpatizado con ellos, da igual en la medida en que lo hayan hecho. No se puede tratar con Justicia y Humanidad a quienes son virtualmente injustos e inhumanos, eso nos lo reservamos para las personas. No puede haber cuartel con los actos terroristas, las bandas terroristas y los propios terroristas. No cabe solución negociada, sólo derrota total y absoluta.

No es ya sólo por la memoria, el recuerdo de las víctimas o la repulsa que producen tales actos criminales, sino por la dignidad de todos los ciudadanos españoles que se esfuerzan día tras día por vivir honradamente, aunque cada vez encuentren menos motivos para ello y más para el desquite. Y desde aquí vamos a desquitarnos no solamente con exigir la purga (o al menos la disculpa) de los asesinos, también con la exigencia del cese definitivo del tráfico electoralista de la desagradable realidad del sufrimiento y la brecha social que el Terrorismo ha desencadenado por parte de la Clase Política, y aun sabiendo que es exigencia inútil, porque las entidades políticas no lo van a dejar de hacer, sí al menos que no recurran al ridículo hiriente de vanagloriarse de ser campeones de la Lucha contra el Terrorismo, que los hechos están ahí y la indignación de la ciudadanía también.


Pablo Gea
Viernes, 14 de Julio 2017
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