El seguir corrientes conlleva el amparo en la masa y una falsa idea de veracidad respaldada en la multitud. El analizar le saca a uno del tumulto, le exige un esfuerzo personal y se encuentra enfrentado a la masa, que mantiene un pensamiento no analítico, dominando entonces el sentimiento de miedo.
No quiero decir, con lo anterior, que exista mala fe en todos aquellos que defienden unas siglas, sean simpatizantes, afiliados o comprometidos con las mismas en cualquier medida, no. Pero si que en una gran mayoría, éstos, se dejan llevar de consignas, ideas y promesas que no se encuentran respaldadas por los hechos que históricamente se han sucedido, cuando las más de las veces se actúa por reacción a los contrarios.
Es admirable la pasión que se encuentra en cada uno de los seguidores de las distintas tendencias políticas, aunque es mejor decir siglas, dado que como tendencias claras, hoy por hoy, no existen. No existe un socialismo claro, tampoco un partido conservador, ni comunista, ni liberal. Hoy prima tener una mayoría que a los dirigentes de esas siglas, les lleve al poder. Para ello, todo vale.
Así pues, el análisis de los dirigentes políticos está condicionado por la eficacia en obtener votos, más que por la defensa de las ideas de justicia y eficacia en la gestión al servicio de los ciudadanos. En definitiva, una bajeza moral contraria a los principios que dicen defender. Insisto, no dudo en las buenas e inocentes intenciones de muchos.
A día de hoy, en plena campaña preelectoral, la clase política anima a sus seguidores y simpatizantes a mirar al futuro con esperanza, con confianza. Unos tratando de mantener sus privilegios; otros tratando de alcanzar éstos. Ninguno mediante un programa estudiado que sirva al país dignamente. ¿Quién se pregunta por los hechos ocurridos desde 1978?, ¿Quién analiza todo lo vivido desde el 11 de marzo de 2004?, ¿Quién se pregunta por qué el PP cambia de rumbo desde la visita de Mariano Rajoy a México?.
Es más fácil y útil apelar a las emociones y sembrar el miedo, bien al pasado, por los que están, o al futuro, por los que puedan venir.
Recuerdo vivamente la ilusión que existía en 1978 ante las perspectivas que se nos avecinaban. El resultado fue que UCD desapareció, Alianza Popular se refundó en el Partido Popular y 14 años de Gobiernos socialistas de Felipe González, con resultado de altas tasas de corrupción, terrorismo de estado y un paro del 21%.
En aquel entonces el Partido Socialista sembró las bases para volver al poder y quedarse en él de manera permanente. Esto sería motivo de otro largo artículo y lo vamos a dejar, por ahora aquí, como indicador de lo que ocurrió en 2004 y la “entronización” de Zapatero.
Hoy, tras siete años de sufrimiento y de aniquilamiento de España, en todos sus órdenes y matices, nos encontramos como en 1996 con las perspectivas de cambio. Vemos con tristeza que, tras la experiencia de casi 40 años de democracia, no se tiene intención de cambiar la Carta Magna en aquello que pueda hacernos más libres e iguales.
Tampoco vemos intención en los partidos de entrar en materias de fundamental importancia como:
Cambio de la Ley Electoral. Separación de los poderes, Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Racionalizar e igualar las competencias autonómicas.
Cambio del las estructuras del Mercado Laboral.
Eliminación del intervencionismo en la vida privada.
Eliminación de subvenciones públicas, tanto a partidos, como a sindicatos y demás organizaciones.
Eliminación de la penetración política en instituciones del Estado, léase: Fuerzas y Seguridad del
Estado. Organismos Oficiales y grandes empresas.
Etc, …
Por otro lado, vemos con asombro, que muchos son los que optan a puestos de responsabilidad estando imputados en causas judiciales. Igualmente se ven comportamientos del todo indignos, como la no asistencia a las manifestaciones contra la violencia, no apoyo a las víctimas del terror, las negociaciones con el mundo etarra o el reconocimiento como hijo predilecto de una ciudad a un asesino de guerra con miles de víctimas a sus espaldas.
Podríamos seguir con un sin fin de incongruencias y de ejemplos que a diario se dan en la vida pública y que son dignos de provocar nauseas.
Por todo ello y por muy bien intencionadas que sean las palabras de aquellos que tratan de que les demos nuestro voto, yo me veo moralmente obligado a rechazar este paripé de democracia, donde lo que único que parece valer es que unas u otras siglas gestionen nuestros impuestos en beneficio propio y sin transparencia alguna.
¿Qué me ofrecen unos y otros? Pobreza, falta de libertad, falta de rigor, discriminaciones y pesebrismo.
Con mi voto no.
No quiero decir, con lo anterior, que exista mala fe en todos aquellos que defienden unas siglas, sean simpatizantes, afiliados o comprometidos con las mismas en cualquier medida, no. Pero si que en una gran mayoría, éstos, se dejan llevar de consignas, ideas y promesas que no se encuentran respaldadas por los hechos que históricamente se han sucedido, cuando las más de las veces se actúa por reacción a los contrarios.
Es admirable la pasión que se encuentra en cada uno de los seguidores de las distintas tendencias políticas, aunque es mejor decir siglas, dado que como tendencias claras, hoy por hoy, no existen. No existe un socialismo claro, tampoco un partido conservador, ni comunista, ni liberal. Hoy prima tener una mayoría que a los dirigentes de esas siglas, les lleve al poder. Para ello, todo vale.
Así pues, el análisis de los dirigentes políticos está condicionado por la eficacia en obtener votos, más que por la defensa de las ideas de justicia y eficacia en la gestión al servicio de los ciudadanos. En definitiva, una bajeza moral contraria a los principios que dicen defender. Insisto, no dudo en las buenas e inocentes intenciones de muchos.
A día de hoy, en plena campaña preelectoral, la clase política anima a sus seguidores y simpatizantes a mirar al futuro con esperanza, con confianza. Unos tratando de mantener sus privilegios; otros tratando de alcanzar éstos. Ninguno mediante un programa estudiado que sirva al país dignamente. ¿Quién se pregunta por los hechos ocurridos desde 1978?, ¿Quién analiza todo lo vivido desde el 11 de marzo de 2004?, ¿Quién se pregunta por qué el PP cambia de rumbo desde la visita de Mariano Rajoy a México?.
Es más fácil y útil apelar a las emociones y sembrar el miedo, bien al pasado, por los que están, o al futuro, por los que puedan venir.
Recuerdo vivamente la ilusión que existía en 1978 ante las perspectivas que se nos avecinaban. El resultado fue que UCD desapareció, Alianza Popular se refundó en el Partido Popular y 14 años de Gobiernos socialistas de Felipe González, con resultado de altas tasas de corrupción, terrorismo de estado y un paro del 21%.
En aquel entonces el Partido Socialista sembró las bases para volver al poder y quedarse en él de manera permanente. Esto sería motivo de otro largo artículo y lo vamos a dejar, por ahora aquí, como indicador de lo que ocurrió en 2004 y la “entronización” de Zapatero.
Hoy, tras siete años de sufrimiento y de aniquilamiento de España, en todos sus órdenes y matices, nos encontramos como en 1996 con las perspectivas de cambio. Vemos con tristeza que, tras la experiencia de casi 40 años de democracia, no se tiene intención de cambiar la Carta Magna en aquello que pueda hacernos más libres e iguales.
Tampoco vemos intención en los partidos de entrar en materias de fundamental importancia como:
Cambio de la Ley Electoral. Separación de los poderes, Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Racionalizar e igualar las competencias autonómicas.
Cambio del las estructuras del Mercado Laboral.
Eliminación del intervencionismo en la vida privada.
Eliminación de subvenciones públicas, tanto a partidos, como a sindicatos y demás organizaciones.
Eliminación de la penetración política en instituciones del Estado, léase: Fuerzas y Seguridad del
Estado. Organismos Oficiales y grandes empresas.
Etc, …
Por otro lado, vemos con asombro, que muchos son los que optan a puestos de responsabilidad estando imputados en causas judiciales. Igualmente se ven comportamientos del todo indignos, como la no asistencia a las manifestaciones contra la violencia, no apoyo a las víctimas del terror, las negociaciones con el mundo etarra o el reconocimiento como hijo predilecto de una ciudad a un asesino de guerra con miles de víctimas a sus espaldas.
Podríamos seguir con un sin fin de incongruencias y de ejemplos que a diario se dan en la vida pública y que son dignos de provocar nauseas.
Por todo ello y por muy bien intencionadas que sean las palabras de aquellos que tratan de que les demos nuestro voto, yo me veo moralmente obligado a rechazar este paripé de democracia, donde lo que único que parece valer es que unas u otras siglas gestionen nuestros impuestos en beneficio propio y sin transparencia alguna.
¿Qué me ofrecen unos y otros? Pobreza, falta de libertad, falta de rigor, discriminaciones y pesebrismo.
Con mi voto no.