Otra vez Andalucía se ha llevado el primer puesto de algo que nos denigra, la región con más violencia machista del año 2010. En lo que va de año, de las treinta y nueve mujeres que han muerto a manos de sus parejas, nueve son de Andalucía; es decir, más del 35 por ciento. Nosotros esperábamos que el novísimo Ministerio de Igualdad hubiera conseguido, en estos años, convencer a hombres y mujeres de que son iguales en todo: mitades de una misma naranja, parejas genéricas de una misma realidad, personas con los mismos lazos amorosos y padres con las mismas responsabilidades. Pero no; cada semana la muerte de una mujer viene a demostrarnos de que muchos hombres se convierten en verdugos y eligen como víctimas a sus propias mujeres.
Se ha repetido hasta la saciedad que el hombre y la mujer son iguales en todo, incluso en el amor, porque tienen las mismas vinculaciones, los mismos derechos y las mismas obligaciones. En lo más íntimo de la conciencia, todos estábamos convencidos de que eso era verdad, pero la praxis ha venido a manifestar que, desgraciadamente, el amor no está en el plano de la verdadera igualdad entre el hombre y la mujer. Existe una ley fundamental que, por más que los hombres quieran cambiarla, no hacen sino destruir el verdadero amor; es la atracción recíproca distinta del hombre y de la mujer. Los seres vivientes están engendrados con este inefable gozo para continuar la especie humana.
El juego parece desenvolverse entre dos extremos distintos: el seducir amoroso, por parte del hombre; y el ser seducida amorosamente por parte de la mujer. Ese es el plano físico que se explota continuamente y que deja insatisfechos muchas veces tanto al hombre como a la mujer. Pero en el plano interior, llámese psíquico, anímico o espiritual, las cosas funcionan con otros parámetros. Para muchos hombres, amar no es sólo dar, es sobre todo poseer; para la mujer, el amar no es sólo recibir, es también realizarse plenamente.
La Naturaleza, o la Providencia, crea dos vidas que necesitan pulirse por el amor. La única dificultad está en que uno no es el único dueño de su vida, pues no puede vivir sin ayuda de los que le rodean. Cuando el hombre se cree dueño de la otra persona, todo el proyecto se altera; lo mismo que cuando la mujer cree que ella no es otra cosa que una posesión del hombre. La vida de un hombre y una mujer en pareja no es beber una copa entre dos; cada uno debe beber su propia copa. Por tanto, no se trata de crear un solo ego con la ayuda del otro. La vida humana no está hecha para ser vaciada en un solo molde; está concebida para que dos seres, hombre y mujer, se realicen paralelamente, aunque para engendrar se produzca la maravillosa metamorfosis de dos en una sola carne.
Sólo los que tienen pueden dar y generalmente soy aquello que doy. El dar no es un instinto, sino una formidable donación. Por eso, la generosidad es la virtud fundamental del matrimonio.Y el egoísmo es la perversión del amor propio, el más difícil de conseguir con honestidad. En esta sociedad del bienestar impera en todas sus manifestaciones.
JUAN LEIVA
Se ha repetido hasta la saciedad que el hombre y la mujer son iguales en todo, incluso en el amor, porque tienen las mismas vinculaciones, los mismos derechos y las mismas obligaciones. En lo más íntimo de la conciencia, todos estábamos convencidos de que eso era verdad, pero la praxis ha venido a manifestar que, desgraciadamente, el amor no está en el plano de la verdadera igualdad entre el hombre y la mujer. Existe una ley fundamental que, por más que los hombres quieran cambiarla, no hacen sino destruir el verdadero amor; es la atracción recíproca distinta del hombre y de la mujer. Los seres vivientes están engendrados con este inefable gozo para continuar la especie humana.
El juego parece desenvolverse entre dos extremos distintos: el seducir amoroso, por parte del hombre; y el ser seducida amorosamente por parte de la mujer. Ese es el plano físico que se explota continuamente y que deja insatisfechos muchas veces tanto al hombre como a la mujer. Pero en el plano interior, llámese psíquico, anímico o espiritual, las cosas funcionan con otros parámetros. Para muchos hombres, amar no es sólo dar, es sobre todo poseer; para la mujer, el amar no es sólo recibir, es también realizarse plenamente.
La Naturaleza, o la Providencia, crea dos vidas que necesitan pulirse por el amor. La única dificultad está en que uno no es el único dueño de su vida, pues no puede vivir sin ayuda de los que le rodean. Cuando el hombre se cree dueño de la otra persona, todo el proyecto se altera; lo mismo que cuando la mujer cree que ella no es otra cosa que una posesión del hombre. La vida de un hombre y una mujer en pareja no es beber una copa entre dos; cada uno debe beber su propia copa. Por tanto, no se trata de crear un solo ego con la ayuda del otro. La vida humana no está hecha para ser vaciada en un solo molde; está concebida para que dos seres, hombre y mujer, se realicen paralelamente, aunque para engendrar se produzca la maravillosa metamorfosis de dos en una sola carne.
Sólo los que tienen pueden dar y generalmente soy aquello que doy. El dar no es un instinto, sino una formidable donación. Por eso, la generosidad es la virtud fundamental del matrimonio.Y el egoísmo es la perversión del amor propio, el más difícil de conseguir con honestidad. En esta sociedad del bienestar impera en todas sus manifestaciones.
JUAN LEIVA