Los verdaderos pactos de la Moncloa fueron sinceros y decentes, justo lo contrario que los nuevos pactos que propone Pedro Sánchez
Para firmar un pacto con alguien hay que confiar en él, pero, como afirma Pablo Casado, líder de la oposición española, "de usted, señor Sánchez, ya no se fía nadie". Y es verdad porque Sanchez es un manipulador nato, un mentiroso compulsivo y un estratega de la falsedad que ha elevado la mentira y el engaño a la categoría de política de Estado. La oposición española, en especial los partidos constitucionales que aman a España, tienen el deber de boicotear esa tramposa propuesta del gobierno socialcomunista.
Contaba recientemente Casimiro García-Abadillo, prestigioso periodista, que Suárez, cuando quiso firmar los verdaderos "Pactos de la Moncloa", aquellos que pusieron las bases para el nuevo régimen que sustituyó al Franquismo, dedicó horas, días y meses para atraerse y fascinar a los políticos de su época, empezando por el comunista Carrillo, con el que se tuvo que fumar varios cartones de "Ducados". Suarez convenció a todos sus interlocutores, también a Felipe González, a Manuel Fraga y a otros, de la bondad de los pactos y de la conveniencia de firmarlos por el bien de España.
Es justo lo contrario que hace Pedro Sánchez, para quien esos pactos son únicamente una pancarta que él quiere exhibir como logro y también una excusa para ocultar que con su mala gestión ha convertido España en el tanatorio mundial del coronavirus y en el país más arruinado de Europa, donde mueren más personas por habitante en todo el mundo y donde la economía está padeciendo un deterioro mayor.
En realidad, Sánchez no quiere firmar pacto alguno. En lugar de atraerse a la oposición y cautivar a sus interlocutores, los desprecia, no habla con ellos y envía por detrás, con tácticas oscuras y corruptas, a su portavoz, Adriana Lastra, para que ofenda y denigre al líder de la oposición.
Ante este panorama de mentiras, engaños, trampas y malicia, lo mejor es boicotear esos pactos, hasta que Sánchez no defina su contenido y los someta a un debate parlamentario que permita a los españoles conocer el proyecto en todo detalle, es decir, hasta que Sánchez cumpla con los mecanismos que establecen la democracia y la decencia.
Por desgracia, a España le ha tocado transitar por estos tiempos terribles de oscuridad y de crisis liderada por unos personajes, Pedro y Pablo, siniestros, falsos, truhanes y cargados de odio.
Sanchez y su principal asesor, el vasco Iván Redondo, son dos maniobreros marketinianos llenos de tacticismo y falsedad, para los que todo vale con tal de conservar el poder y gozar de sus privilegios. Quien encuentre una gota de moral y decencia política en La Moncloa tiene hoy un premio asegurado.
Los pactos de la Moncloa comprendían un programa conocido de acercamiento a la democracia, necesario para el país. Pero los nuevos pactos de la Moncloa no tienen nada más que el prestigioso nombre que Sanchez le ha robado a la Historia de España. Ni tiene programa, ni objetivos, ni otro fin que limpiar de porquería y de culpa al nefasto gobierno de Pedro Sánchez, bao cuyo mandato España esta avanzando hacia la ruina y el fracaso, sembrando al mismo tiempo el campo de muertos por una pésima gestión del coronavirus.
Los pactos falsos de la Moncloa de Pedro Sánchez han sido criticados y rechazados por la inmensa mayoría de los españoles pensantes y decentes: Julio Anguita, uno de los pocos comunistas decentes que quedan en el planeta, dice que "están montados sobre bases falsas". Otros le llaman "los pactos de la estampita" y la gran mayoría de los pensadores advierten que detrás de ese proyecto solo hay falsedades y trampas. La inteligencia dice que la reconstrucción económica no necesita pactos sin una gestión cuerda y sensata, algo que es imposible que salga de una mente como la del dúo Sánchez-Iglesias, minado por el resentimiento, la adoración al Estado omnipotente, tendencias opresoras, odio a la empresa, incapacidad de entenderse con la oposición y desprecio a la democracia y a la ciudadanía.
Pero Ivan Redondo le ha dicho a Sánchez que esos errores no tienen importancia, que el pueblo lo olvida todo, siempre que se cumplan dos condiciones: que no aparezcan imágenes de ataúdes y muertos en la televisión y que él, Pedro Sánchez, aparezca con frecuencia, en la pantalla, humilde, lloroso y compungido, hablando de pactos, de unidad y, si fuera posible, hasta de amor y concordia.
Esa falsa bondad, humildad fingida y truculenta invitación a la negociación ante las cámaras de las televisiones compradas son claramente visibles y producen grima y repugnancia a los millones de españoles libres que lo contemplan.
Sanchez reúne todos los rasgos de los psicópatas: ególatra, sin conciencia, sin piedad, arrogante, capaz de arrastrarse, mentiroso y manipulador y rencoroso. Todo lo hace para ganar votante y votos. Es sorprendentemente tenaz y voluntarioso cuando se trata de defender su poder, meta para la que vive. No le teme al fracaso porque se cree capaz de borrarlo de las mentes de los ciudadanos. Tiene tanta fe en sus recursos que está seguro de que los españoles olvidaremos que, con su incompetencia, ha sembrado el país de cadáveres y lo ha conducido hasta la ruina económica. En el fondo sabe que una España en bancarrota le votaría a él y odiaría a los ricos. Tiene tan poco sentido del ridículo y tan escasa la vergüenza que no le importa exhibir ante España entera su falsedad y mendacidad.
El gran drama de los españoles dignos y decentes es que el tacticismo patológico de Sánchez parece tener éxito y le permite manipular a un pueblo de envidiosos y de cobardes.
Francisco Rubiales
Contaba recientemente Casimiro García-Abadillo, prestigioso periodista, que Suárez, cuando quiso firmar los verdaderos "Pactos de la Moncloa", aquellos que pusieron las bases para el nuevo régimen que sustituyó al Franquismo, dedicó horas, días y meses para atraerse y fascinar a los políticos de su época, empezando por el comunista Carrillo, con el que se tuvo que fumar varios cartones de "Ducados". Suarez convenció a todos sus interlocutores, también a Felipe González, a Manuel Fraga y a otros, de la bondad de los pactos y de la conveniencia de firmarlos por el bien de España.
Es justo lo contrario que hace Pedro Sánchez, para quien esos pactos son únicamente una pancarta que él quiere exhibir como logro y también una excusa para ocultar que con su mala gestión ha convertido España en el tanatorio mundial del coronavirus y en el país más arruinado de Europa, donde mueren más personas por habitante en todo el mundo y donde la economía está padeciendo un deterioro mayor.
En realidad, Sánchez no quiere firmar pacto alguno. En lugar de atraerse a la oposición y cautivar a sus interlocutores, los desprecia, no habla con ellos y envía por detrás, con tácticas oscuras y corruptas, a su portavoz, Adriana Lastra, para que ofenda y denigre al líder de la oposición.
Ante este panorama de mentiras, engaños, trampas y malicia, lo mejor es boicotear esos pactos, hasta que Sánchez no defina su contenido y los someta a un debate parlamentario que permita a los españoles conocer el proyecto en todo detalle, es decir, hasta que Sánchez cumpla con los mecanismos que establecen la democracia y la decencia.
Por desgracia, a España le ha tocado transitar por estos tiempos terribles de oscuridad y de crisis liderada por unos personajes, Pedro y Pablo, siniestros, falsos, truhanes y cargados de odio.
Sanchez y su principal asesor, el vasco Iván Redondo, son dos maniobreros marketinianos llenos de tacticismo y falsedad, para los que todo vale con tal de conservar el poder y gozar de sus privilegios. Quien encuentre una gota de moral y decencia política en La Moncloa tiene hoy un premio asegurado.
Los pactos de la Moncloa comprendían un programa conocido de acercamiento a la democracia, necesario para el país. Pero los nuevos pactos de la Moncloa no tienen nada más que el prestigioso nombre que Sanchez le ha robado a la Historia de España. Ni tiene programa, ni objetivos, ni otro fin que limpiar de porquería y de culpa al nefasto gobierno de Pedro Sánchez, bao cuyo mandato España esta avanzando hacia la ruina y el fracaso, sembrando al mismo tiempo el campo de muertos por una pésima gestión del coronavirus.
Los pactos falsos de la Moncloa de Pedro Sánchez han sido criticados y rechazados por la inmensa mayoría de los españoles pensantes y decentes: Julio Anguita, uno de los pocos comunistas decentes que quedan en el planeta, dice que "están montados sobre bases falsas". Otros le llaman "los pactos de la estampita" y la gran mayoría de los pensadores advierten que detrás de ese proyecto solo hay falsedades y trampas. La inteligencia dice que la reconstrucción económica no necesita pactos sin una gestión cuerda y sensata, algo que es imposible que salga de una mente como la del dúo Sánchez-Iglesias, minado por el resentimiento, la adoración al Estado omnipotente, tendencias opresoras, odio a la empresa, incapacidad de entenderse con la oposición y desprecio a la democracia y a la ciudadanía.
Pero Ivan Redondo le ha dicho a Sánchez que esos errores no tienen importancia, que el pueblo lo olvida todo, siempre que se cumplan dos condiciones: que no aparezcan imágenes de ataúdes y muertos en la televisión y que él, Pedro Sánchez, aparezca con frecuencia, en la pantalla, humilde, lloroso y compungido, hablando de pactos, de unidad y, si fuera posible, hasta de amor y concordia.
Esa falsa bondad, humildad fingida y truculenta invitación a la negociación ante las cámaras de las televisiones compradas son claramente visibles y producen grima y repugnancia a los millones de españoles libres que lo contemplan.
Sanchez reúne todos los rasgos de los psicópatas: ególatra, sin conciencia, sin piedad, arrogante, capaz de arrastrarse, mentiroso y manipulador y rencoroso. Todo lo hace para ganar votante y votos. Es sorprendentemente tenaz y voluntarioso cuando se trata de defender su poder, meta para la que vive. No le teme al fracaso porque se cree capaz de borrarlo de las mentes de los ciudadanos. Tiene tanta fe en sus recursos que está seguro de que los españoles olvidaremos que, con su incompetencia, ha sembrado el país de cadáveres y lo ha conducido hasta la ruina económica. En el fondo sabe que una España en bancarrota le votaría a él y odiaría a los ricos. Tiene tan poco sentido del ridículo y tan escasa la vergüenza que no le importa exhibir ante España entera su falsedad y mendacidad.
El gran drama de los españoles dignos y decentes es que el tacticismo patológico de Sánchez parece tener éxito y le permite manipular a un pueblo de envidiosos y de cobardes.
Francisco Rubiales